Considerada durante mucho tiempo como una escritora rara, Diamela Eltit lleva adelante un proyecto literario que superó la época de la dictadura, el machismo, la crítica adversa y la incomprensión de sus pares. A 30 años de la publicación de Lumpérica, -su primera obra con la que rompió los cánones de la narrativa clásica, y con un libro nuevo bajo el brazo-, Eltit se afianza como una escritora de prestigio internacional que se convirtió, sin querer, en un referente de la literatura chilena contemporánea.

 

 

Mariana González

 

Indicaciones para la primera escena: Una mujer (34 años, 3 hijos) en una habitación escribe la hoja final de una novela. No es cualquier novela. Se trata de una que, aún no lo sabe, marcará al mundo literario chileno y se convertirá en un hito. Afuera los milicos, los muertos, los desaparecidos.

Es 1983. Y una Diamela Eltit (Santiago, 1949) fogueada en la calle, con el contacto con los lumpen, los de abajo, profesora de educación media y parte de los artistas contemporáneos de avanzada da vida a Lumpérica.

 

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Imágenes en blanco y negro: Diamela lava la acera de la calle Maipú frente a los prostíbulos. Diamela besa en la boca a un indigente. Diamela habla en francés en un escenario teatral. La Diamela Eltit escritora fue antes una artista visual, del entonces desconocido performance en el que el arte tomaba a las calles.

 

Era 1973 y la represión y el silenciamiento del régimen militar de Augusto Pinochet recién florecía. Un grupo de artistas se reunía en el Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile en torno a profesores como Enrique Lihn, Nicanor Parra y Ronald Kay. Los talleres con este último sembraron en Eltit el interés por lo visual, por trabajar en los bordes, por la utilización del lenguaje al extremo.

 

Diamela tenía 24 años, se había graduado en Pedagogía y enseñaba castellano a tiempo completo en el Liceo Carmela Carvajal. Recién comenzaba la licenciatura en Literatura en la U. de Chile.

 

“Fue una ampliación de los espacios, de mi propio espacio artístico, mental, imaginario y proyectó mi trabajo de manera mucho más eficaz que como no lo habría hecho desde mi escritorio”, se refirió Eltit a esa etapa experimental de su vida, en una entrevista a la revista La Época, en 1988.

 

“El trabajo con el cuerpo es lo que va a posibilitar este cruce entre la fotografía, la imagen y la escritura que en el caso de las primeras obras también ella entendía como cuerpo”, dice Rubí Carreño crítica literaria y una de las estudiosas de la obra eltiana.

 

Fue con la creación del grupo Colectivo de Acciones de Arte (CADA), con quien Diamela materializó esta combinación de lenguaje, cuerpo y arte que, junto con artistas como Lotty Rosenfeld, Juan Castillo, Magaly Meneses y su entonces pareja Raúl Zurita, llevó a las calles. Sus “acciones” incluían llevar el arte a indigentes y prostitutas, la escritura de poesía en el cielo o la liberación de miles de hojas literarias desde un avión.

 

“Esos trabajos durante el CADA en plena dictadura eran no un trabajo clandestino, sino de resistencia, ésa es la palabra. Todos veníamos de una generación con un pensamiento más allá del capitalismo. Los milicos no lograban entender lo que se estaba haciendo, era hasta grotesco, no tenían ni idea”, afirma Paz Errázuriz, fotógrafa y una de las artistas que colaboró con el CADA.

 

Para esa fecha, 1979, Eltit llevaba poco menos de tres años de trabajo en la escritura de Lumpérica. Las intervenciones del CADA le darían los elementos para consolidar el carácter irruptor que define al libro y a su obra en general.

 

Aunque la crítica de la época, marcada por la mordaza de la censura de la dictadura, la recibió medianamente bien, con el tiempo Lumpérica fue considerada una obra ícono de la literatura chilena al romper con los conceptos tradicionales de la narrativa e incorporar elementos visuales, escénicos, teatrales, mezclados con metáforas y otros lenguajes literarios.

“El aporte de Lumpérica se relaciona con el lenguaje en extremo literario de su escritura, tan lejana a realismo simplón y también con el carácter crítico de sus contenidos, las zonas prohibidas y calladas que exploraba”, dice Pedro Gandolfo, crítico literario.

 

Eltit diría años después al periodista Juan Andrés Piña que la construcción del libro fue difícil y muchas veces estuvo al borde del naufragio por la manera en que quería construirla y por el poco tiempo que tenía para trabajarla. Sus espacios se dividían entre su trabajo como profesora, su participación en el CADA, sus tres hijos y su relación de pareja con Zurita.

 

Eltit rechaza siempre hablar de su ámbito más personal. Poco se sabe de la relación entre la narradora y el poeta, más allá de que fueron pareja por una década, que tuvieron un hijo juntos y que ambos se dedicaron sus primeros libros. “A Diamela Eltit: la Santísima Trinidad y la Pornografía”.  Las palabras de Zurita en Purgatorio denotan la intensidad de su relación.

 

“Ellos tuvieron una asociación muy fructífera en el CADA, pero cada uno tiene su carrera y trataron siempre de separarla, son distintos géneros literarios. Zurita es una persona bastante respetada y en eso coincide con Diamela, por algo estuvieron tanto tiempo juntos”, dice Carreño, amiga de Eltit desde hace dos décadas.

 

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Dos escenas

1.Una niña hurga en una caja llena de libros. Las paperas que agobian su cuerpo la han confinado a varios días de encierro y quiere matar el aburrimiento. La niña toma un libro. Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway. Con su lectura comienza además la fascinación por el mundo de las letras que ya no la dejaría nunca.

 

2. Una joven charla con su madre. Intenta convencer a la casi adolescente de lo bien que le hará entrar a la universidad, de “tener un cartón” que le asegure la buena vida y comodidades que hasta ahora no ha tenido. La mujer quisiera estudiar literatura, pero sabe que hacerlo no es laboralmente conveniente. Días después será alumna de la Licenciatura de Ciencias Políticas y Administrativas. Más tarde reconsiderará y estudiaría Pedagogía.

 

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Una fotografía: Un hombre y una mujer se abrazan, miran a la cámara. Sus cuerpos decadentes y viejos, su cabello despeinado. Un patio, una habitación, una clínica psiquiátrica. Un texto, casi un poema, los acompaña. El amor y la locura.

 

Durante su estancia en México como agregada cultural del gobierno de Patricio Aylwin, en plena transición democrática, Diamela Eltit recibe a Paz Errázuriz en su casa de Coyoacán. Ella le muestra copias del trabajo que desarrollaba sobre parejas que vivían en un hospital psiquiátrico de Santiago. Eltit se engancha de inmediato con las imágenes y comienzan a trabajar juntas. El resultado es El infarto del alma, publicado en 1994 y que toca uno de los temas recurrentes de la obra eltiana: la marginalidad.

 

“Yo trabajaba esta serie que empezó como una forma de buscar a compañeros desaparecidos por el régimen y me encontré con estas parejas que convivían en un espacio tan marginal como es un psiquiátrico. A Diamela le entusiasmó tanto este tema del “amor loco” que me pidió que hiciéramos algo con eso”, explica Errázuriz.

 

Lo marginal, los que están fuera del sistema son los ejes de los que emerge y a los que vuelve la literatura de Eltit. Desde finales de los 70, casi paralelamente al trabajo del CADA y junto con la artista visual Lotty Rosenfeld salía a las hospederías, los prostíbulos, a las poblaciones más alejadas de la ciudad a filmar y hablar con la gente que vivía en la calle, a observar su entorno. De esas incursiones urbanas salió una conversación que después se convertiría en uno de sus libros, Padre mío. (1989).

 

Un fragmento de la presentación de Padre mío resume la visión que le dio su andar callejero y los personajes con los que se encontró en esa época: “Es Chile, pensé. Chile entero y a pedazos en la enfermedad de este hombre; jirones de diarios, fragmentos de exterminio, sílabas de la muerte, pausas de mentira, frases comerciales, nombres de difuntos. Es una honda crisis del lenguaje, una infección en la memoria, una desarticulación de todas las ideologías”.

 

Una tarde de 2008 Diamela Eltit tomaba un té en “El 18”, un antiguo restaurante del centro de Santiago. De la nada, un indigente se le acerca y la saluda. Le dice que escribe y le muestra un papel arrugado. Eltit serena y dispuesta, toma el trozo de papel e inicia una conversación con él.

“Era como si cualquiera de sus personajes tomara vida, pero para ella era una situación completamente normal. No recuerdo muy bien sus palabras, pero ella me decía como que estaba habituada, que era una especie de atracción, de afinidad”, describe Carreño, testigo de la escena.

 

Afirma que Eltit construyó una nueva forma de hacer literatura social con figuras como el hombre que bautizó como “Padre mío” o los reponedores de los supermercados de la novela Mano de Obra (2002). “Ese es el rol de su literatura: mostrar eso que el sistema asume como bueno no desde una perspectiva compasiva sino humanista y con un sentido artístico. Visibiliza lo que ella describe como los excedentes sociales, los que no tiene cabida en el sistema”, dice Carreño.

 

Los “excedentes sociales” en diversos contextos y épocas, atraviesan toda su narrativa: Por la patria (1986), El cuarto mundo (1988), Vaca Sagrada (1991), Los vigilantes (1994), Los trabajadores de la muerte (1998), Mano de obra (2002), Jamás el fuego nunca (2007), Impuesto a la carne (2010) y Fuerzas especiales (2013).

 

Su interés por conocer y descubrir a los otros se evidencia en las investigaciones y análisis a la obra de Gabriela Mistral, Marta Brunet y María Luisa Bombal, con lo que obtuvo la Beca del Social Science Research Council de EE. UU. y que se dice reafirma su postura del empoderamiento feminista.

 

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Eltit fue protagonista de una de las anécdotas más polémicas de la literatura chilena contemporánea. En un artículo publicado en la revista Ajo Blanco por el escritor Roberto Bolaño en el que describió con sarcasmo la cena que tuvo en la casa de Eltit y su pareja Jorge Arrate, durante su regreso a Chile, en 1998. En ella se burla de su relación y aprovecha para criticar los talleres literarios que ella desarrollaba por esa época -en donde conoció a Arrate- que a su juicio habían traído una legión de “diamelitas” con escrituras idénticas a la suya.

 

Su obra, su personalidad parca y reservada, su postura feminista y su propuesta literaria han sido blanco de la crítica en los medios de comunicación e incluso de sus pares. Desde los especialistas que afirman que su forma de narrar no se entiende, hasta quienes la tachan de feminista, de “vaca sagrada”, de best seller académico.

 

“Conviene dejar sentada una verdad evidente: Eltit carece de originalidad y exhibe poca formación intelectual” escribió el crítico Carlos Marks en una columna en el 2002.

 

Otr0 episodio lo marcó una columna de Álvaro Bisama en 2005 en el que critica parte de la obra de Eltit como textos “con sobrevida algo artificial” que sirven más para la academia y en donde hacía referencia al concepto de las “diamelitas”.

 

“Es un episodio, una polémica de la que prefiero no hablar. Solo que se descontextualizó el texto de la columna, pero no interesa ya, es cosa del pasado”, afirma Bisama.

 

Sobre las críticas adversas ella se mantiene en su postura: “No me frustra de ninguna manera, porque la mí es una opción que tiene riesgo. (…) Hay muchos autores conocidos pero que no han sido leídos por sectores mayoritarios. Y eso está muy ligado a las políticas culturales” dijo a La época en 1988.

 

En su currículum figuran solo dos premios: el Iberoamericano de Letras José Donoso, por la Universidad de Talca, Chile en 2010 y el José Nuez Martin en 1995.  Aunque su obra ha sido estudiada en países como España, Reino Unidos, México y en EE. UU. -donde imparte una cátedra en universidades de California y Nueva York-, recibió la prestigiosa beca Guggenheim y ha recibido homenajes en España y Cuba en donde se le dedicó la Semana del autor en la Casa de las Américas, Eltit es poco valorada en Chile. Su aporte ha permeado solo en algunos círculos académicos y más bien con cercanos.

 

“Diamela es muy querida pero también muy odiada. No ha sido fácil para ella salir adelante desde enfrentarse a la dictadura hasta los tabúes de ser una escritora mujer, que escribe feo. Ha sido muy valiente. Te puede gustar o no gustar, pero en Chile es una escritora importante y parte de las criticas vienen de ese valor”, afirma Carreño.

 

De sus talleres literarios en la década de los 90 no solo se desprende su relación con el político de izquierda y excandidato presidencial Jorge Arrate con quien vive actualmente, sino también escritoras de la post- dictadura como Lina Meruane y Andrea Jeftanovic, quienes han desarrollado una literatura con “ciertos guiños” a su forma de escribir, afirma Pedro Gandolfo, lo que considera “una de sus contribuciones en la formación de escritores contemporáneos”.

El infarto del alma y Puño y letra (2005) han sido llevadas al teatro en los últimos dos años por dos jóvenes directores chilenos. Este mismo año Eltit publicó Fuerzas especiales en donde retoma al grupo social de más actualidad en Chile: los estudiantes, al que Eltit se siente cercana y en donde se repite su atracción a lo marginal, hacia quienes están a contrapelo del poder, como dijera en una entrevista en 1988.

 

Última escena: una mujer, una escritora sentada en una vieja silla lee un libro, frente a ella jóvenes sentados escuchan atentos, al fondo un patio, un muro, una reja tapizada de butacas, una barricada, una escuela en toma.