La autora de este texto nos lleva por un camino difícil de transitar, deseando que fuera otro, con una eterna batalla a aceptar la resignación. Un bello relato con una lamentable realidad.

NoHilda

Abro los ojos queriendo saber qué hora es y qué día. Desbloqueo la pantalla del celular, Jueves, 6:30am. Ocho mensajes de WhatsApp no leídos, alguien comentó tu publicación, a cinco personas les gustó tu historia en instagram, encuentran otro campo de exterminio unotv.com

Voy a la recámara de mis hijos para despertarlos y regreso a acostarme de nuevo a revisar o a pasar las notificaciones. No hace frío ya y apenas está saliendo el sol. Me tapo de nuevo con la sábana y cierro los ojos. Cinco minutos después suena otra alarma y los abro, todo sigue igual. Afuera, en los cables, está un pájaro cantando, recuerdo que leí que cantaban porque les molestaba el sol, no creo que sea cierto pero me alegría no ser la única molesta.

Preparo mis cosas para ir al gimnasio mientras que mis hijos se lavan los dientes, se peinan y se quejan de algún compañero o maestro. Muchas veces me he preguntado qué piensa la gente al levantarse, si hubiera algún catálogo de pensamientos positivos que sostuvieran, por lo menos un momento, un mejor estado emocional. Uno que pudiera equilibrar el pensamiento de que lo que estamos viviendo es una guerra.

Al despedirme de mis hijos deseo con toda el alma que esta no sea la última vez que los veo. Podría calificar este pensamiento como uno del tipo intrusivo catastrófico e irracional si no fuera porque la realidad es la base para calificar este tipo de pensamientos, si la realidad lo avala, el pensamiento es racional. Esta realidad sostiene también mi impulso de ver cómo van vestidos, de ver sus tenis, sus playeras, de repetir mentalmente lo que llevan puesto. Tomo mi maleta del gimnasio y salimos los tres, no quiero sentir que es a una batalla pero lo pienso.

Llego al gimnasio y al enfocarme más en los movimientos de mi cuerpo llegan más pensamientos. Es otra guerra, una contra la ausencia. Porque no hablamos de muerte hablamos de desaparición.

Entre series de ejercicios abro mi aplicación de notas y escribo lo que que me conmueve, lo que me parece trascendente. Escribo esto sin pensar: cuando hay muerte y podemos tener el cuerpo de un familiar… Pero no termino de escribirlo porque me doy cuenta. Me doy cuenta y lo borro como queriendo que no sea cierto. Queriendo que sea imposible que después de la muerte sea una opción no tener un cuerpo para hacer el duelo. Me pregunto en qué momento mi mente constató eso como una posibilidad: Alguien muere, es posible que no tengas el cuerpo.

El vacío nunca había sido tan tangible. En el cuerpo, en el aire, en los noticieros y en las pláticas casuales, ahí está la ausencia, la guerra que es la otra guerra. Regreso a casa sintiendo un peso extraño como el de una realidad alterna pasando al mismo tiempo que esta, una realidad de posibilidades cosida a fuerza, un parche mal puesto. Y me abruma pensar que no sé cuál realidad sea parche de cuál.

Ya en casa me sirvo café y preparo mi desayuno. Como corresponsal de esta otra guerra que refleja mi cuerpo en el estado de alerta constante, al comer siento una bola de culpa en la garganta y el pecho. Reviso la última conexión de mis hijos en sus redes sociales y respiro un alivio temporal. Sin embargo, el terror se renueva cada par de horas, regresa con su fuerza de fractura cuando es la hora de la salida y no contestan el teléfono, cuando salen con sus amigos, cuando se quedan dormidos por la tarde y llevan más de una hora sin estar en línea. El café dura más tiempo caliente que lo que dura la calma.

Reviso de nuevo las noticias: las guerreras buscadoras y otros colectivos organizarán una marcha pacífica. Pienso en ellas, en las guerreras, en las heroínas de esta guerra contra la ausencia. Las recuerdo en las entrevistas, con pestañas postizas, con maquillaje y labial, con las uñas hechas por una amiga o en un salón de belleza, esas uñas con las que rascan la tierra sin más miedo que no encontrar nada. La imagen que tengo de Héroe cambia radicalmente.

Quiero escribir de otra cosa, no quiero que esta angustia sea el núcleo de la escritura pero desgraciadamente está siendo el núcleo de la vida. Todavía no es mediodía, sigue siendo jueves.