La autora de la siguiente crónica, nativa de Tuxtepec, Oaxaca, nos habla de cómo los habitantes de ese lugar se sienten más cerca de la identidad veracruzana que de la oaxaqueña. Nos lleva, además, a hacer un rápido recorrido por sus recuerdos y da un vistazo a cómo percibe hoy su ciudad.

 

Carolina Mejía

 

Nací en una ciudad que no es el típico lugar de Oaxaca, esa con la que todos identifican la belleza tradicional de la capital de Juárez, de calles empedradas, iglesias antiguas y museos como cementerios del folclor autóctono. La villa de Tuxtepec no se parece a eso, apenas se fundó en 1811. Es una provincia multicultural que presumiría de cosmopolita si la economía y la delincuencia no la hubieran consumido (basta buscar “Tuxtepec” en la red para confirmar el dicho). Tuxtepec es un nodo comercial, ganadero —e industrial con la cervecera—, hogar de parientes afrodescendientes, de gente bilingüe que habla español y chinanteco, y mazateco, y cuicateco, y zapoteco… de familias adineradas y caciquiles, hablantes de español e inglés y de quienes traemos genes de otros estados e intentamos dominar el español mexicano.

Este asentamiento urbano lo abraza el río Papaloapan, origen y fin de la identidad cultural de la ciudad. Tuxtepec todavía guarda algunos caseríos de arquitectura colonial sotaventina: casonas con corredores y techos de tejas, si, así como las de Tlacotalpan. No me agradan los gentilicios, pero si me preguntan responderé: soy cuenqueña. Crecí entre árboles de plátanos, aguacateros, capulines, guanábana, guayabos, cacao, mangos, mameyes, y divirtiéndome en los manantiales que tributan al Papaloapan donde acudía a nadar desde la adolescencia. De la infancia recuerdo también el largo terreno de tierra y platanales adquirido por mi padre recién llegó de Querétaro a Tuxtepec, ese patio inmenso todavía lo sueño como si fuera de otra dimensión, pues ya queda poco de aquel espacio del que me fui apenas cumplí los 19 años.

Después de la gran inundación de 1944 empezaron a pavimentarse las calles, iniciando por la avenida principal: Independencia. Y es que la época dorada de la cimentación de la ciudad fue la creación de un muro de contención del afluente para evitar inundaciones. Los líderes de aquel entonces depositaron sus esfuerzos en magnas obras creadoras de “progreso”: la utopía del asfalto. Guiados por el peligro inminente del desborde del Papaloapan construyeron el muro bulevar que separó el asentamiento urbano, en vías de desarrollo, en una isla de asfalto rodeada por el río y conectada al eje vehicular Independencia. De aquellas “ideas de grandeza”, identidad y territorio, solo quedan memorias y desmemorias.

Hoy, al recorrer el centro, parece que las pretensiones de gobiernos se miden por la cantidad de luces navideñas decorando las avenidas principales y el zócalo, aunque las calles estén sumidas entre socavones, la pérdida casi irremediable del río por la contaminación, e irónicamente los habitantes padezcan escasez de agua. Cada gobierno entrante es más endeble que el anterior. Chafas, como los arcos navideños que decoran las avenidas en diciembre, caídos ya tres veces con apenas una semana puestos. De crearse el atractivo de la “blanca navidad” con luminarias blancas —aunque acá sea tierra tropical, con navidades calurosas y de postre comamos piña o mandarinas de Martínez de la Torre—, solo le cambiaron el nombre a “Navidad de la esperanza” y los tuxtepecanos asistan a compartir la selfie, sin importar la pandemia, y olvidar estos días cuando el último alcalde cumple cinco meses de haber muerto por el virus, contagiado en acciones ocurrentes, anticipándose a las campañas.

El municipio de Tuxtepec, reconocido al estado de Oaxaca, no parece típico oaxaqueño. La ciudad se nutre cultural, social y económicamente de comunidades indígenas, sí, y además de Veracruz solo la separa un puente debajo del cual corre el Río Tonto. Las fronteras solo existen en la imaginación y los límites imaginarios fueron creados para transgredirse. Se dice que al gobierno del estado históricamente le ha dado igual este segundo municipio más poblado (arriba de 160 mil habitantes), quizás porque no es el colorido pueblo de los valles centrales, o porque geográficamente es más cercano al puerto jarocho que a la capital oaxaqueña.

(Diciembre 2020).