Parecía un día cualquiera pero comenzó a llover. Lo que debió ser parte de la rutina, volver a casa, se convirtió en una misión imposible. Moisés Navarro nos narra y describe como fue aquel día en que el cielo se cayó en Tlajomulco.
Por: Moisés Navarro
Una lluviecita atípica
Cerca de las seis y media de la tarde tuve que detener el vehículo porque la lluvia me impedía ver el camino. Tal era la intensidad del viento y del agua que varios coches se detenían por momentos sobre el arroyo vehicular. Conducir no era seguro, pues cualquier ciego o despistado se podía estampar con otro. Circulaba por Adolf Horn Jr., y detuve la marcha, pero recordé que varios metros más adelante, cerca de la entrada a Toluquilla estaba un canal que suele desbordarse. Contra mi sentido común avancé para no quedarme atrapado en una avenida que en cualquier momento iba a colapsar. Apenas crucé el canal, me detuve en una plaza que cuenta con un estacionamiento más elevado. La lluvia torrencial apenas iniciaba.
Bajé del vehículo y me refugié en un lugar de venta de comida y me senté a esperar. Revisé el celular y me metí al grupo de la preparatoria donde trabajo. Apenas se estaba desatando el caos. Verán, yo no salí de la escuela con lluvia. Cometí la insensatez de ir a encontrarla. Cuando iba saliendo de clases, nubes negras asolaban los edificios, y se veían a lo lejos, rumbo al Cerro del Cuatro, las culebras en distintos puntos de la ciudad. Igual me fui. Era eso o quedar atrapado durante horas, como ya me había sucedido hacia un par de años. Pero ese “hace par de años”, no tenía nada que hacer con la lluvia de hoy.
El director del plantel solicitó a los docentes que estaban en clase que no dejaran salir a los alumnos. Las ráfagas de viento y la lluvia intensa suponían un riesgo. Y ya saben: los adolescentes no son los más prudentes del planeta: podían estar corriendo a máxima velocidad y resbalar de nuca, o de nalgas, en el mejor de los casos. Así que docentes y alumnos quedaron varados juntos. Un par de ingredientes que bien pudieran desatar una pesadilla. Pero la pesadilla para ellos fue de otro tipo.
La lluvia continuó azotando las calles con rabia, con ganas de desquite. La fila de automóviles que entra de Periférico hacia el interior de Tlajo comenzó a estancarse. Pero, pronto, más pronto de lo que me di cuenta, ningún automóvil salía hacia Periférico. En la primera oportunidad que tuve me asomé a la calle. El canal ya había sido superado y el agua golpeaba el tope del puente y se desbordaba por todos lados. No había paso alguno. Ni hacia afuera ni hacia adentro. Saqué una foto mal iluminada y la mandé al grupo de maestros para que se fueran resignando: la noche iba a ser larga para muchos. Para mi no en realidad, ya que una vez que bajó la lluvia, y dejé pasar un rato prudente pude irme a mi casa. Cuando dejé el lugar, el canal seguía desbordando, y el tránsito y las inundaciones colapsaban todos los puntos de entrada hacia Tlajo: fuera Adolf, Juan de la Barrera o Jesús Michel González, mejor conocida como 8 de Julio. Como montón de gente optimista, pensé que el problema se solucionaría antes de la media noche. Por la mañana siguiente me di cuenta de que estuve completamente equivocado. Desperté a las cinco de la mañana y tenía un buen número de mensajes personales y en grupos de chats que daban cuenta de lo sucedido, además de lo narrado en redes sociales (gente que quedó dormida en algunas rutas de camión, inundaciones por todos lados, personas que durmieron en sus carros o en la calle).
En el grupo de trabajo, mandaron un video donde sale La Kitty (la mascota de la preparatoria) salir volando por la fuerza del viento, como aquella escena de la película noventera Tornado, en la que aparece una vaca volando. Un compañero intentó ganarle a la tormenta en bicicleta y el viento lo azotó contra una barda. Entre alumnos que se fueron caminando durante montón de kilómetros de calles atascadas por carros y aguas negras, o que pagaron lo indecible por un Uber que ni siquiera los dejó en sus casas, rutas de camiones que hicieron lo mejor que pudieron, y nueve alumnos que de plano se durmieron en la escuela –les fue habilitado un salón para que dormitaran ahí– la noche resultó fatal para una de las zonas más olvidadas y estigmatizadas de esta ciudad.
Misión: Volver a casa
I
Jocelyn, que asiste al Centro Universitario de Ciencias de la Salud tuvo que dormir en un vehículo. Me contó, que había intentado salir de la zona sur de Tlajo rumbo al centro de Guadalajara, como a las seis y media de la tarde, que fue justo, la hora en la que llegó la tormenta. Su Didi, intentó salvaguardarse de la tormenta, pero quedó varado porque pronto, el cruce de Adolf y Concepción se llenó de agua. Frustrados, quisieron intentar regresar, pero no había paso hacia ningún lado. Pagaron doscientos pesos al Didi, y lo despidieron para que se fuera a perderse entre el tráfico y el agua. Cruzaron la calle inundada y les gritó un conocido: les dijo que se subieran a su carro, que pronto bajaría el agua. Pero hasta la mañana del día martes no bajó. Durante toda la noche, los vehículos se movieron cuando mucho diez metros. Por la mañana vieron llegar a los del noticiero local que narraban lo acontecido. El caos estaba lejos de disiparse. Siguieron las instrucciones de Protección Civil, para poder salir del sitio. Eran ya las ocho de la mañana y no llegarían hasta las nueve a su hogar.
II
Cuando por fin se consideró que era seguro dejar a salir a los alumnos de la prepa, todo mundo corrió para ver si alcanzaba camión. La salida de la preparatoria estaba anegada. El agua llegaba hasta las rodillas de Lupita y del chiquillero que intentaba cruzar la calle. No hubo más remedio. Cruzaron así. Se treparon como pudieron a la parada del camión. Los dejó el 171 que iba ya repleto. Se subieron a la ruta 20 en cuanto cupieron. El tráfico hacia cola desde Adolf Horn, hasta casi la preparatoria. El cruce de Adolf con Primero de Mayo estaba impasable: era ahí, una laguna. El chofer, ––audaz (o marrano, usted decida) como cualquier chofer de transporte público que se precie–– se fue en sentido contrario por Concepción (para quien no conozca, este es un triángulo infernal: circulas por Adolf y para entrar hacia Santa Fe, ingresar por Concepción y para salir de ahí, se debe de hacer por Primero de Mayo). La gente que caminaba por esa zona llevaba el agua hasta sus caderas, caminaba entre las bardas y medio subiéndose a un alambrado. Cuando llegaron a Adolf, la gente ya estaba debajo de sus coches sin saber qué hacer. En el arrebato para cruzar a Santa Cruz, el chofer casi choca con un tráiler que pasaba por el agua encharcada como si fuera un pato. Cuando la Ruta 20 llegó a Parques del Palmar, el chofer les dijo a los usuarios, que no iba entrar a Villa Fontana que suele inundarse. Casi todos se bajaron. De por sí, el Camino a Santa Cruz, siempre suele estar encharcado, ahora estaba como pocas veces. Caminaron entre el agua hedionda, con el agua arriba de las rodillas y el grupo de pasajeros se fue dispersando por los diferentes fraccionamientos y Lupita y algunos otros entraron a Villa Fontana y cada cual siguió su camino. Entre ríos que corrían por las calles, árboles caídos y coches varados, Lupita caminó por la soledad de las calles empantanadas y por fin llegó a su casa cerca de las once.
III
Real del Valle se encuentra detrás de la preparatoria, pero no hay paso directo. Los alumnos que asisten deben de rodear por Valle de San Noé hacia Avenida Concepción. O bien salir por Adolf, y entrar por el otro costado de la misma Avenida Concepción. Uno supondría que llegar a casa, estando a unas cuantas cuadras sería cosa fácil. Cuando Sofía por fin pudo salir de la escuela se encontraba “estilando”, se había alcanzado a mojar por la lluvia. Su padre ya la estaba esperando afuera de la escuela, entre el caos vehicular que se produjo. Avanzaron hacia Valle de San Noé a la entrada del fraccionamiento, por donde corre un canal de aguas negras que recoge las aguas de Real del Valle. El canal estaba desbordado e impedía el paso a cualquier conductor. Quienes venían de Valle Dorado no podían cruzar dicha calle, y quienes iban hacia ese rumbo o hacia Santa Fe también quedaron varados. El padre de Sofía estacionó el carro y esperaron pacientemente. Eventualmente el agua bajó en la madrugada y se abrió el paso de la calle, pero la entrada al fraccionamiento seguía inundada. La otra entrada al fraccionamiento que es por Adolf Horn se inunda de igual manera. No tenía caso rodear. Sofía y su padre subieron a una gasolinera que tiene meses de haber cerrado, y junto con otros vehículos que también quedaron varados, pasaron ahí la noche.
IV
En algún momento del atasco, mientras estaban arriba del “Puente de la Maseca”, Anayra observó, cerca de las dos de la mañana, a dos hombres que decidieron sacar sus frustraciones a punta de madrazos. Un chofer de transporte público, y otro señor que andaba completamente desesperado, intercambiaron insultos y luego moquetazos, mientras daban algo de qué entretenerse al resto de personas frustradas y desesperadas que no veían la hora de llegar a sus hogares.
Ese día, Anay, venía del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas. Usualmente, toma Mi Macro Periférico y baja en Plaza Centro Sur, donde toma su otro transporte que la lleva a lo profundo de Tlajo. Su madre, que había anticipado el tormentón que se avecinaba, le dijo que la recogería en la estación de Adolf, del Macro Periférico. Luego de la empapada que se dio para llegar al carro, esperaron arriba del puente de Periférico más de dos horas para que el canal de Toluquilla bajara su nivel y el agua se fuera de las calles. Avanzaron una vez que el agua en el canal se controló, pero se atoraron en el “Puente de la Maseca”. No había hacia donde avanzar por la laguna de Primero de Mayo. Abajo del puente, montón de personas quisieron pasarse en sentido contrario, solo para encontrar, que no había paso tampoco, y entorpecieron la vialidad en ambos sentidos, pues impidieron el paso a quienes sí podían circular por ahí. Vialidad tuvo que intervenir para redirigirlos hacia otro lado. Cuando los hombres se agarraron a golpes, una señora imploró al otro señor ––al que se supone que vive allá arriba, en los cielos–– por la salvación de su alma, pues sentía que dicho atorón era una clara señal del final de los tiempos.
Cuando por fin avanzaron un poco y lograron bajar del puente, su mamá en un arranque de posible genialidad o de imprudencia se metió a Real del Valle—que como ya mencioné se inunda de forma catastrófica. Igual se arriesgó a entrar y fue avanzando lo más que pudo. En un punto que consideró impasable, su madre, estacionó el carro y caminaron a casa de una amiga de la misma mamá, pues comprendió, por el caos que se veía, que no llegarían a su casa (que está hacia el Autódromo) y por lo mismo pidió el favor. Caminaron entre el agua, hasta llegar al domicilio y pasaron ahí la noche, lo cual es un decir, porque Anay llegó cerca de las tres de la mañana, para salir a las siete de ahí. Pudo faltar a la escuela, pero le preocupaba fallar a un examen, así que pidió ropa prestada y se fue, en espera de tener un mejor regreso, que hasta la hora en que se escribió esta crónica, no es muy factible pues el cruce de Adolf y Primero de Mayo sigue colapsado. Anay, le contó a un familiar suyo toda su odisea, solo para recibir el mayor coraje de toda su jornada, cuando este le contestó: “A mi también me fue remal, estuve como media hora atorado en el tráfico.”
V
Cuando la indicación del director de resguardar a los alumnos hasta que pasara lo peor de la tormenta llegó, Jorge mantuvo el orden en su aula y tranquilizó a los estudiantes. Una vez que estos salieron, se dirigió a sala de maestros, donde otros compañeros ya hacían tiempo para ir a sus hogares. “Un par de horas”, pensaron la mayoría de ellos. Entre las pláticas y las risas, el tiempo, al inicio se fue rápido; pero, posteriormente, se fue volviendo más pausado. Algunos maestros salieron a comprar pizza a una cadena que está casi enfrente de la escuela. Eso los ayudó a amortiguar el hambre. Aún había alumnos que se quedaron en la cancha techada, que aún no sentían la seguridad de irse a sus casas. Otros intentaron irse en sus motocicletas, solo para encontrar que todo estaba cerrado.
Mientras tanto, monitoreaban las redes sociales para ver si ya era seguro salir. Pero la información mostraba lo contrario. Así que siguieron esperando. No podrían irse hacia Adolf Horn porque Primero de Mayo colapsó; tampoco podían tomar una ruta alterna hacia Jesús Michel González pues el canal de Real del Valle había cubierto la vialidad.
En un momento dado, el tedio y el aburrimiento fue tanto que decidieron salir a las canchas y se pusieron a jugar voleibol. Y después también se aburrieron. Una hora después, salieron los primeros expedicionarios a la calle. Creyeron que, si se iban hacia Ocho de Julio, podrían avanzar más rápido y estaría menos encharcado. Para esa hora, ya se podía cruzar la calle por donde cruza el canal de Real, aunque todavía llevaba mucha agua.
Con el visto bueno, los maestros comenzaron a irse. Unos tomaron por Ocho de Julio, que, aunque habían encontrado partes encharcadas, lograron pasar. Otros tomaron por Valle Dorado, rumbo a una calle llamada Javier Mina, que en un momento dado, se convierte en la Carretera al Zapote, una carretera, a decir de los compañeros es “oscura, fea y peligrosa. No distingues la zanja del camino. Si te descuidas con cualquier bachecito, fácil te puedes salir y caer al canal”. Así que por el riesgo se fueron en caravana hasta la Carretera a Chapala. Casi eran las tres de la mañana, y había que estar de vuelta a las siete. Pero el tráfico, si bien había bajado, no había terminado del todo y seguía siendo pesado, al menos en esa zona de la ciudad. Entre las tres de la mañana y las tres y media iban llegando los mensajes de los docentes que anunciaban que por fin habían llegado a sus casas. O casi todos, porque Jorge, cuando estaba en el estacionamiento, observó que una maestra se quedó a dormir en el estacionamiento junto a su esposo pues no podían ingresar a Real del Valle.
Jorge logró salir también con la caravana que tomó rumbo al Zapote. Luego de la fatídica jornada, pensó en llegar a dormir, pero la noche se le iba a alargar un poco. En su casa, su padre lo esperaba despierto y atento; preocupado, pero expectante. En cuanto Jorge llegó, le tocaron Las Mañanitas, y lo esperaba un plato de pozole caliente, un par de abrazos y un necesario vaso de tequila.
Una noche de una semana
El agua se fue internando por el portón de la casa, Fátima y sus padres comenzaron a traer escobas para intentarla contener. Pero el agua comenzó a subir más rápido y daba poco tiempo de regresarla a la calle. Así que tuvieron que cambiar de estrategia. Fueron a buscar papeles importantes. Ya saben: recibos, identificaciones, títulos y facturas para envolverlos en plástico y colocarlos lo más a salvo del agua que se pudiera.
Fátima y su familia viven en La Tijera, en la colonia Los Sauces, el punto de inundación que se convirtió en el más crítico de Tlajo. Viven en la calle Fresnos, uno de los puntos bajos de la zona. En menos de lo que advirtieron el agua comenzó a salir del drenaje y el nivel comenzó a subir en sus casas. Hubo un momento en que el agua llegó hacia sus rodillas y no parecía querer detenerse. Viven en una casa de un nivel, por lo que no les quedó de otra más que subirse a su azotea. Estuvieron arriba más de cuatro horas. Desde ese sitio contemplaron su mala suerte: la calle saturada de líquido, las casas de sus vecinos, la quietud del desastre. Después de la media noche, ella y su madre bajaron de la azotea y caminaron entre la calle de agua para refugiarse con un vecino cuya casa es de dos niveles. Su padre, y un tío de ella se quedaron en la casa. El portón de su hogar no podía cerrarse por el agua que lo impedía. Subieron a su camioneta estacionada en la cochera y durmieron ahí vigilando la entrada.
No hubo paso hacia esa zona en los siguientes días. El agua se negaba a abandonar las casas y las calles, si bien bajaba un poco su nivel. Conforme iba bajando, se hacían labores de limpieza, los cuales no terminaron hasta el fin de semana del 12, 13 y 14 de septiembre. O eso creían.
Nádele recio mi Tlajo
El día nueve de septiembre, como se vio en las noticias, Tlajomulco seguía colapsado. Se hicieron virales montones de videos de gente durmiendo en sus carros o en el transporte público, además de una lancha de Televisa que circulaba la zona. Las rutas de camiones 102, 103, 111, 111-V3, 77 y 113 Cajititlán no ofrecieron servicio; LAS RUTAS 50 Y 57 tuvieron severos retrasos y la A19, A20 y A21 tuvieron que modificar su derrotero. Vialidad y Protección Civil continuaban las labores para agilizar la zona. Las escuelas de alrededor suspendieron clases, lo mismo que CuTlajomulco y las Preparatorias San José del Valle, Haciendas de Santa Fe y Prepa Toluquilla.
Con la zona en estado de emergencia se esperaba que el “Qui, qui ri qui” Quirino Velázquez, presidente municipal de Tlajomulco de Zúñiga fuera a hacer acto de presencia en el sitio. Pero Quirino tenía un asunto más importante: su primer informe de gobierno, en el cual ya había hecho un gasto considerable, tenía montones de invitados y estaría, además, el gobernador de Jalisco: Pablo Lemus Navarro.
Quirino Velázquez con su gobierno cercano a la gente, mencionó al inicio del evento que estaba con la gente de Tlajomulco y que iría apenas terminara el informe, que por fortuna, no habían existido “daños estructurales” aunque más de doscientas viviendas resultaron afectadas y con los días, se abrieran un par de socavones sobre la avenida Primero de Mayo.
Dentro de su informe destacó su programa de obra pública, en la cual subrayó la intervención en Adolf Horn que inició después de este acto cívico-político. En las obras de rehabilitación de dicha avenida se estimó un gasto de 310 millones de pesos en el cambio de asfalto por concreto hidráulico, renovación de luminarias, ampliación de colectores y remodelación de banquetas. Solamente que las obras se harán de Periférico hacia el puente de la Maseca. La mayor crisis se suscitó después del puente que pasa por esta empresa, hacia el sur de la avenida. Posterior al informe, Quirino fue a visitar la zona del desastre.
Yo me comprometí a dejar una vialidad digna, aunque nos sorprendió un temporal atípico con lluvias torrenciales” expresó Quirino días después de aquellos sucesos. También, en el portal del Ayuntamiento podemos leer que califican las lluvias como “atípicas”. Acorde con Héctor Escamilla, la lluvia de aquel ocho de septiembre fue de 64 milímetros por hora. A partir de los 18 mm ya se puede considerar como una inundación. Los registros históricos señalan, que las lluvias han estado dentro del rango. El temporal tendría que tener más de 930 milímetros para considerarse atípico, hasta agosto era de 709, milímetros, dentro de los rangos esperados.
Mientras se ofrecía el informe de gobierno, personas aún luchaban por llegar a sus casas. Muchos no lo hicieron hasta las nueve o diez de la mañana. Otros tantos, intentaban salir de esa zona de Tlajomulco para ir a sus empleos o a sus escuelas. Rita hizo tres horas y media para llegar al Centro Universitario de Ciencias de la Salud desde Villas de la Hacienda. En ese momento, se preguntó por qué no hizo trámites a CuTlajomulco. Del trayecto que hizo fueron casi tres horas las que realizó para poder llegar a la terminal del Macrobús en Miravalle. Aún desconocía cuánto haría de regreso los próximos días.
Un río
La historia del Arroyo Seco es la misma de casi todos los ríos de nuestras ciudades. De tan común su tragedia se olvida. Ha sido entubado en algunas secciones; en otras, sus límites han sido borrados y urbanizados, y en otras más, se ha permitido construir sobre su camino.
Su cauce viene desde La Primavera, pasa por El Briseño, cruza hacia El Mante, a un costado de Periférico y se interna hacia Tlaquepaque para reaparecer por Toluquilla, seguir el cauce y encontrarse con el canal de Las Pintas que desborda en la Presa del Ahogado en la Colonia Las Pintas. Este canal suele llevar agua constantemente, pues forma parte del sistema hidráulico que ayuda a traer agua de Chapala a la ciudad. Con una lluvia intensa, el canal recibirá el agua pluvial e inevitablemente se llenará de agua hasta desbordarse. El cauce del Arroyo Seco fue borrado para que interceptara ahí justamente. Pero el cauce natural reconoce sus viejos dominios, con consecuencias funestas como hemos visto. Hace quince años se intentó recuperar su caudal, pero faltó voluntad política. Hoy, la tarea parece por demás compleja, viviendas y fraccionamientos están instalados ahí, donde reina Villa Fontana y el agua en las calles cada temporal.
A este arroyo, aunque esté “seco”, le gusta ser protagonista de varias catástrofes dentro de la ciudad: el mega socavón de López Mateos, desbordamientos por El Briseño; la salida de su cauce en el Mante el cual arrastró a una persona. Y como vimos, las inundaciones en Tlajomulco, que distan de ser las primeras, por ejemplo: El 24 de julio del 2019, el Arroyo Seco se desbordó por Toluquilla. Lo mismo sucedió el 3 de septiembre del 2021. El 11 de septiembre del 2013, el arroyo se salió en el cruce de Primero de Mayo y Adolf Horn cuando el agua subió al menos un metro, el mismo cruce que fue protagonista dos veces este septiembre.
Deja vu, réplica o una lluviecita atípica más
En la primera lluvia, el agua olía a gasolina. Quizá porque la gasolinera de La Tijera también se inundó. La segunda vez, olía a aguas negras. Me dijo Ismael que habita por la calle Fresnos de aquella colonia. La lluvia del ocho de septiembre además de dejar casas inundadas, tumbó la barda que ayuda a contener el agua del canal de Las Pintas donde desemboca el Arroyo Seco.
El gobierno decidió arreglar con un paliativo, esos que, de alguna manera provocan las peores tragedias. En lugar de volver a bardear, colocaron tierra y la compactaron, para que contuviera el agua mientras arreglaban de verdad. Exactamente una semana después, del día del Grito de Independencia, el primer grito independentista de Quirino como presidente municipal, y con prácticamente todos los servidores públicos de descanso, las nubes volvieron a juntarse y a hacer de las suyas.
Por la madrugada volvió a caer otra tormenta intensa de aquellas que gustan llamar “atípicas”: fue una lluvia de 102 mm por hora. Ismael había colocado su colchón en el suelo por el calor. Pero no lo despertó el agua humedeciendo su cama, fue una llamada de su vecina para alertarlo y pedirle ayuda. La casa de Ismael está en un punto más alto que el resto de las casas de su calle. Está como en una colina.
Otra vez los vecinos a poner a salvo todo: otra vez a guardar papeles, otra vez a alzar muebles, otra vez a intentar escapar del agua que, en algunas partes ya había subido más del metro de altura. Entonces, Ismael y su padre fueron a la casa de sus vecinos: el agua les impedía salir y ya eran personas mayores. Les colocaron los brazos encima de sus hombros y comenzaron a caminar entre el agua y el fango para sacarlos de sus hogares y ponerlos a salvo.
El muro de tierra que había puesto el ayuntamiento duró menos que el agua del drenaje en salir por los baños de las casas. Ahora, además de agua, había lodo que atascaba las puertas de los hogares. En algún momento, Ismael ayudó a sacar también a niños pequeños de sus casas y les brindaron asilo por aquella noche en la suya.
Tres personas quedaron atrapadas en una camioneta vieja a unas cuadras de su casa. A Isma le contaron que los primeros en llegar para auxiliarlos, fueron paramédicos de Tlaquepaque quienes se rehusaron a entrar a la zona: “no nos toca” dijeron y desaparecieron. La policía y los bomberos se encontraban de descanso. Cuando por fin llegó la otra ambulancia, la de Tlajomulco, un señor y una viejita ya habían perdido la vida, aparentemente intoxicados por los solventes que llevaba el señor por su oficio, al no poder salir de la camioneta atrapada por la corriente.
Ismael observó que podían pasar algunos tráileres que se detuvieron a ofrecer ayuda, para sacar a algunas personas que quedaron atrapadas en la calle o en sus casas. Otros vecinos estaban arriba en las azoteas. También vio las heces de las vacas de un rancho cercano flotando por el agua que circulaba. Las vacas, por otra parte, buscaron refugio de los puntos inundados y al hacerlo, tuvieron que caminar flotando un poco.
Por fin llegaron a la zona brigadistas a brindar ayuda, pero eran brigadistas corta fuegos, quienes pocas nociones tenían sobre cómo actuar en un caso de inundación. Eventualmente llegaron bomberos y los policías y posteriormente las motobombas para sacar el agua. Por la mañana, reporteros de Televisa, paseaban por la zona en una lancha inflable a realizar su reportaje. Ahora, Ismael y sus vecinos, como Fátima, debían esperar a que bajara el agua y hacer lo mismo que hicieron una semana antes: sacar el agua y el lodo, secar, lavar, desinfectar, faltar a sus trabajos y escuelas, esperar a que Ismael y sus amigos vayan a la tienda por las personas mayores pues pueden caminar entre el agua sin problemas, aguardar a que los servicios de agua potable se restablezcan; implorar para que ya no llueva.




