Dicen que los viajes se viven 3 veces: cuando los soñamos, cuando los vivimos y cuando los recordamos. No sabremos si el autor de esta crónica de viaje así lo soñó, pero las vivencias y recuerdos reflejados en el texto nos permiten acompañarlo durante un recorrido por Costa Rica donde, entre otras cosas, conoció a «La chica de Sarapiquí».
Heriberto Glez Pineda
En una alberca, con una cerveza cerca, sin presión, ni nada humanamente posible que me arruinara el momento, desconocía que autoridades locales consideraron prohibir el ingreso a este tipo de lugares a causa de una amiba come cerebros.
Fueron precisamente las aguas termales quienes me llevaron a La Fortuna de San Carlos, un pequeño pueblo agringado gracias a the vulcanos que están en su terruño quienes ayudaron a convertir al lugar en un destino imperdible en Costa Rica. Para evitarse problemas de divisas el cobro se hace directo en dólares estadounidenses esos que muchos se empeñan en llamarles “americanos”.
Mi expectativa era mayor al golpe de realidad. Gracias a un video supe de la existencia de un barco fiesta en las afueras del pueblo, que resultó ser solo un adorno de una helada alberca. La promesa de aguas termales con variaciones de temperaturas se esfumó y tuve que conformarme con una piscina que estaba en un rango aceptable, caliente pero no tanto, que se asemejaba más a lo que yo esperaba.
Todo tuvo sentido al notar que el barco – y su alberca – eran los más alejados al volcán el Arenal, culpable de la termalidad de la zona, entonces supuse que la corriente de agua debía llegar ahí más fría que al resto.
La Naegleria fowleri, mejor conocida como amiba comecerebros, es un organismo que se encuentra comúnmente en aguas dulces como los canales de riego, lagos, lagunas, estanques y albercas.
Puede causar meningoencefalitis amebiana, una enfermedad que afecta el sistema nervioso central. Una persona, una vez infectada pierde el sentido del olfato y después la amiba se propaga al cerebro, apareciendo síntomas como dolores de cabeza, náuseas, rigidez muscular en la zona del cuello, convulsiones, vómito y delirios. Suelen sufrir una insuficiencia respiratoria ocasionando la muerte a tan solo 14 días de adquirir la infección.
Quizá parece poco, pero dos muertes por esta causa en los últimos 10 años puso en alerta a las autoridades sobre el caso. Al ser también las únicas muertes por esta amiba en toda la historia del país se especularon muchas situaciones, incluso el ministerio de salud nacional analizó prohibir el ingreso de menores de edad a parques de aguas termales, al ser estos proclives a adquirir la amiba comecerebros.
En 2014 la encargada de vigilancia de salud del gobierno costarricense confirmó la presencia de la amiba en las aguas termales, mas no en albercas, regaderas u otras fuentes de agua. La investigación fue motivada por la muerte de un ciudadano estadounidense, aunque se confirmó (al menos eso dijeron) que el contagio lo obtuvo en su país.
A la vista en todo el parque, había letreros que advertían que el agua de las albercas era tratada. Sin conocer, tiempo después entendí que era un aviso de seguridad, donde se implementaron acciones para evitar contagios.
En 2020 un joven murió a causa de la amiba, es poco conocido por usuarios que el contagio se adquiere por la nariz, por lo que no es recomendable sumergirse en este tipo de aguas. Aunque la probabilidad de adquirirla es de una en dos y medio millones, nunca está de más la precaución.
Durante la comida, para mi sorpresa, me contaban que la gente local dejó de ir por un tiempo a este tipo de lugares por el entendible temor.
Después del susto vinieron las explicaciones de que se implementaron mecanismos para evitar contagios (todos ellos con el agua) y que si no fuera un lugar seguro no estaría abierto al público, lo cual me pareció de lo más sensato y creíble.
Ya con la confianza a tope (que ellos mismos me quitaron), el saber que existe una amiba comecerebros no evitó que aceptara la recomendación del “Chifrijo” plato típico que debe su etimología a sus ingredientes porque es un preparado de CHIcharrón de cerdo con FRIJOles. Nadie puede quejarse nunca de eso.
Debía regresar a La Fortuna. Es momento de describir como fue encontrar el hostal, el fondo de esto no tiene ningún tinte comercial sino que para llegar a una dirección, no solo en La Fortuna sino en todo Costa Rica, se debe poner atención a referencias ya que la mayoría de casas y edificios no están numerados. Las calles fueron bautizadas generalmente con números y por si fuera poco hay que sumarle distancias. Para no hacer más grande la explicación, me enfrenté a este texto en el apartado de “dirección” en mi reservación: “Calle 468, del banco nacional 200 metros norte y 50 metros oeste. Avenida 335”.
Mi primera experiencia con las direcciones fue en la aduana del aeropuerto, justo en el momento preciso en que el funcionario de migración decidiría si podría entrar al país. No tenía a la mano el domicilio de alguna de las reservaciones que hice, creyendo que agilizaría el trámite dije que iría a casa de un amigo, lo cual era verdad. Me hicieron llamarlo y al no poder memorizar la dirección estuve repitiendo frase por frase al agente migratorio todo lo que escuchaba por el teléfono. Fue algo más o menos así: “Avenida 46 a 50 metros de pizzería Otero por el andador, en Hatillo 4”.
La sangre se me subió a la cabeza, me sentí novato y entendí que era una broma, ahora tenía que poner mi cara de pendejo ante la autoridad para que no me regresara en el primer avión directo a mi casa. El agente susurraba para sí mismo: “Hatiiillooo cuaaaaatro” al momento de teclear la computadora, voltea a verme con una sonrisa de lo más cordial diciéndome: “Bienvenido a Costa Rica”.
Al parecer, ahora lo sé, primero hay que identificar la referencia marcada (ya sea el banco nacional o la pizzería, en mis casos), para después dirigirse al siguiente paso (200 metros al norte o 50 metros por el andador, aunque no haya exactitud en esto la “traducción” es de 100 metros por cuadra) y así de simple se llega al destino. La situación se pone más curiosa aún cuando las referencias son lugares que ya no existen (sí, leyeron bien), en estos casos solo se menciona el antiguo banco, el antiguo restaurante, el antiguo lo que sea, así denotan que alguna vez ahí hubo algo. Más vale en estos casos que a quien se le pregunta conozca bien la zona para entonces tener el dato correcto.
Pero yo debía regresar a La Fortuna, después de todo no había hecho check in en mi hostal, lo cual me agradecieron inmediatamente porque al estar incomunicado (que palabra tan drástica para calificarme por el simple hecho de no estar conectado a internet) no me di cuenta de que me escribieron mensajes por todas las vías digitales posibles para saber si iba a hacer válida mi reservación. Los latinos suelen no avisar cuando deciden no cumplir la reservación, me dijeron mientras pagaba mi estancia.
No necesitaba más: una cama grande y confortable, baño, regadera y un aire acondicionado ruidoso para combatir el calor. La cama tenía como cabecera una ventana hacía la calle lo cual no interfería para nada en el descanso pues era una zona muy tranquila y lo único que reinaba era la ausencia de cualquier transeúnte.
Cuando entré a La Fortuna vi el letrero luminoso de un bar, como muchos a lo largo del camino: una imagen de una botella de cerveza en el momento exacto en el que el líquido empuja su corcholata para abrirse, como diciéndome ¿no vas a querer? Con la llave de mi cuarto en mano, decidí ir a tomarme una cerveza y claro que fui ahí. No tenía nada de otro mundo solo que las otras opciones que estaban sobre la avenida principal parecían a leguas “trampas”, como The Vulcano Bar que tenía pinta de esos lugares donde te encajan el diente por la creencia de que si eres turista tienes presupuesto ilimitado para derrochar en una noche, y sin más, se parecía a cualquier bar en un destino de playa.
El Cha (que así se llamaba el bar donde fui) tenía un terreno inmenso y disparejo que le servía de estacionamiento, y el área de mesas bajo un tejaban que aún así no impedía la esencia de estar al aire libre. Era un bar de barrio, tranquilo y agradable, de esos que te piden a gritos volver (o peor aún, nunca irte).
Comí, como en cualquier bar, informalmente y mucho, patacones (esos plátanos aplastados y convertidos en una especie de tostada), chicharrones y alguna fritura. La cerveza fría nunca faltó, lo que hacía que la mesa se mojara, y como reflejo inmediatamente cualquiera de las chicas que trabajaban ahí llegaban a secarla (no importaba que fuera cada 5 minutos), al parecer esa era la medición para un buen rendimiento. Eran 3. Todas oscilaban entre los 20 años y le daban un toque dinámico al servicio.
De repente entre una de sus tantas visitas, sin darme cuenta estaba platicando con una de ellas. Al escucharme, preguntó mi origen, cuando fue su turno respondió: Sarapiquí. La fonética de la palabra y sobre todo que nunca la había escuchado me generó una sonrisa pues me pareció hasta cierto punto graciosa, inmediatamente quise evitar que creyera que me burlaba y pregunté: ¿Sara… qué? a lo que orgullosa repitió: Sarapiquí.
El distrito 10 del cantón (un símil de municipio) de Heredia es precisamente Sarapiquí, un poblado basado en la agricultura y la ganadería. El cacao es uno de sus productos más destacados ya que origina tours del chocolate. Una actividad en el campo donde explican, la historia, origen, formas de preparación y hasta procesos industriales del chocolate. “A la gente le gusta mucho porque pocas veces tienen oportunidad de preparar el chocolate que se van a beber”. “O a comer”, interrumpo a mi interlocutora antes de asegurarme que a eso se dedica su familia: a hacer tours de chocolate.
Cambió su tono de voz cuando me dijo que tenía un hijo, que está en La Fortuna para trabajar porque hay más oportunidad. Que se embarazó muy chica, lo dijo como si hubiera ocurrido hace muchos años, y que después de un tiempo nunca volvió a ver al papá del niño.
Mi idea original era ir solo por un par de cervezas y así “descansar mejor” con algunas buenas horas de sueño, pero la charla se extendió, el tiempo siguió pasando y la noche se volvió eterna.
Al día siguiente habría que hacer solo una visita, al Arenal, el jefe culpable de convertir la zona en turística. No sé si haya sido el mejor combustible pero al menos sí el más pintoresco: un gallo pinto. Es la comida más representativa, el plato nacional, no es más que frijoles con arroz mezclados entre sí, eso nunca cambia. Dependiendo del lugar en que lo consumas los acompañamientos se alternan. Hay que recordar que si quieres un poco más de comida mejor pedir un “casado” que trae una porción de un guiso acompañado de frijoles y arroz pero nunca mezclados, eso pidió ella.
El cabello suelto, pantalón y zapatos cerrados de una noche anterior contrastaban con la cola de caballo, vestido y huaraches que eligió para visitar el volcán. El parque está un poco después de donde están las aguas termales que visité, no tardamos tanto en llegar, está a solo 7 km de La Fortuna, aunque el calor parecía que sería un factor a tomar en cuenta.
Después de una entrada que parecía caminata lunar a causa de un suelo pozudo, fuimos al final del camino donde está un mirador, que más que nada parecía una terraza en la que se veían algunos visitantes sentados y admirando desde unos kilómetros el volcán, sacamos unas fotos y parecía que fue todo.
Tomamos el camino a la salida e inmediatamente gritó ¡el pizote, el pizote! Y no era uno, sino dos. Veía un par de pizotes correr al lado de la calle y fue vía internet que me di cuenta que el animal que seguíamos con la mirada era un coatí. Me contaron que era común ver animales por la carretera y tristemente a veces atropellados a los lados ya que estas se hicieron invadiendo su hábitat. Dependiendo de la especie es que se podía ayudarlos a cruzarlos o dejarlos fuera de peligro, sobre todo de los perezosos que al ser lentos suelen estar más tiempo expuestos, solo hay que tener cuidado al momento de cargarlos por la espalda porque su fuerza puede ser peligrosa si se sienten amenazados.
Le contesté que había visto un tucán, algo que para mi fue extraordinario, uno (como yo) no ve ese tipo de animales si no es en cautiverio, alcé la mirada y lo vi volar entre árboles. Al parecer creyó que era una broma porque es algo habitual en esos lares.
A mitad del camino hacia la entrada del parque en una zona amplia donde se estacionaban algunos autos, había un letrero que señalaba un sendero. Dos kilómetros para ver al volcán un poco más cerca, no dudamos en entrar. Parecía un camino solitario, no pegaba al sol gracias a la gran vegetación que lo rodeaba y el sonido de las aves reinaba el recorrido.
Cada paso era advertido por ramas y hojas secas, de vez en cuando, a contra flujo, encontrabas a otros caminantes regresando, pero la senda daba la impresión de no terminar; hasta que llegamos a una intersección de dos caminos, afortunadamente aparecieron un par de paseantes que nos dijeron que ambas veredas llegaba al mismo lugar, solo que una era extensamente más larga que la otra. Agradecimos la información y aunque no sentía cansancio ni nada que lamentar, el camino mutó a unas escaleras que culminaban en un mirador, el esfuerzo y las condiciones climáticas me hacían jadear.
A ella parecía no afectarle, aunque le causó algo de gracia mi agitación, se mantuvo intacta con sus huaraches y vestido que ahora sé eran “todo terreno”.
El nombre del volcán se origina porque sus lavas y piroclastos (que son los fragmentos sólidos que expulsa) al caer al suelo se deshacen y se convierten en arenas que se albergan al pie del mismo.
La historia que la gente local cuenta es que hizo erupción en 1968, ocasionó la muerte de alrededor 80 personas. Sorprendente ver los pozos que generaron las piedras mayores al tamaño de una casa que aún viéndolos en fotos es difícil de creer. A pesar de tenerlo como atractivo fue la construcción de carreteras en los años ochentas lo que finalmente ayudó a impulsar el turismo, favoreciendo así a la región.
Era común ver al volcán expulsar canales de lava, lo que se volvía más espectacular por la noche, para deleite de las personas que visitaban la zona. La última vez que hizo erupción fue en 2010, sin embargo es un volcán activo. Quizá tarde muchos años en volver a hacer erupción, mientras tanto recarga su cámara magmática en aparente silencio.
De pronto estaba de nuevo en la entrada del bar Cha, con una diferente perspectiva a causa del brillante día y con el horario justo para volver a San José. En medio de un beso y un abrazo, se despidió con un deseo que no pude convertir en promesa: “espero volver a vernos pronto”. Entendí que mi visita a La Fortuna terminó cuando vi marcharse a Valeria, la chica de Sarapiquí.