Dentro de las muchas cosas que la pandemia que vivimos ha venido a trastocar, están las tradicionales fiestas de los tastoanes, en honor al santo Santiago, que se llevan a cabo en distintas comunidades de nuestro estado y estados vecinos. Por primera vez en muchos años, los tastoanes tendrán que guardarse en casa.

 

Tastoán Castorena

 

Primero fue Nextipac: mediante su página de Facebook emitió un comunicado el ocho de mayo en la que sus representantes culturales, administrativos y hasta el cronista del lugar, dieron a conocer que este año 2020 no habría tastoanes debido a la incertidumbre que existía sobre la contención de la pandemia de Covid-19, que viene azotando al mundo sin piedad ni tregua alguna.

Desde finales del mes de marzo se tenía pactado, en el Cerro de la Reina, en Tonalá, un encuentro regional de las diversas representaciones de la tradición en la zona metropolitana, mismo que se canceló por el coronavirus.

Nosotros, los de la danza de Guadalajara (adaptación de la tradición de Apozol, Zacatecas), habíamos suspendido desde abril nuestras visitas anuales o “salidas” a diversas colonias del norte y oriente de la ciudad, en las que recolectamos dinero para nuestras fiestas acompañados de veinte o treinta tastoanes bailando al compás de la tradicional música del violín, tambora y redoblante.

Tonalá, por su parte, que cada año lleva a cabo un curso para elaborar las máscaras de esa expresión cultural, tuvo que impartirlo a distancia, mediante videoconferencias, porque el museo tonalteca en el que usualmente se da, tuvo que cerrar.

Sin embargo, todos los que participamos en estas danzas nos manteníamos a la expectativa, pendientes de cualquier cura milagrosa o vacuna que aniquilara al mortal enemigo antes del 25 de julio. La esperanza seguía en cada máscara, en cada cola de peluca, en las varas de membrillo. Los muros de las páginas de Facebook se llenaban de publicaciones y memes alimentando una inocente confianza de que sí podríamos salir a escenificar las diversas batallas que se dieron durante la invasión española a tierras occidentales del país.

Los avisos parroquiales de las diversas iglesias y los comunicados emitidos cada dos o tres semanas por el ejecutivo estatal a través del Periódico Oficial, no eran muy alentadores: “Se continúa con la prohibición de eventos que conlleven aglomeración de personas y toda fiesta patronal se suspende hasta nuevo aviso. Quédate en casa.”

Debo de admitir que aunque son celebraciones con tres aspectos de origen (religioso, cultural e histórico), la parte de la fe es la más presente, rezagando un poco los otros dos significados, por lo que cuando se reabrieron los templos a finales de mayo, se prendió una ilusión infantil de que podríamos ir peinando pelucas y afinando instrumentos para las jugadas y bailadas; entonces nos enteramos que la reapertura sería sólo para el “culto individual”, sin celebraciones eucarísticas ni festejos multitudinarios.

Y las malas noticias continuaban: según el célebre subsecretario de salud federal, Hugo López Gatell, Guadalajara y sus municipios aledaños aún no pasaban la peor parte de la pandemia, previéndose que esta región llegaría a un punto elevado de contagios para mediados del mes de junio y principios de julio. Ante tan desalentador dato, en nuestra representación no nos quedó más remedio que reunir a la Mesa Directiva que se encarga de organizar los festejos en la colonia Vicente Guerrero de esta ciudad.

Fue uno de esos calurosos sábados del mes de junio por la tarde. Estábamos por la Mesa Directiva: Manuel Velazco (sí, con “z”), presidente, Brenda Velazco, tesorera, y yo Ismael, en mi calidad de secretario. También estaban los encargados de cuidar el orden durante la fiesta, conocidos como los “jefes de farza” (nunca he entendido el significado gramatical de ésta última palabra, y tampoco he logrado averiguar por qué se les nombra de tal manera; cuando yo llegué ya estaba así). La reunión fue en un localito que tiene el hermano de Manuel, en las proximidades del Cementerio Guadalajara.

Desde que salí de mi casa iba bastante preocupado pero decidido respecto a la decisión que se tendría que tomar: al menos por este 2020, en acatamiento a lo ordenado por la autoridad sanitaria, la fiesta se tenía que cancelar, porque no podíamos garantizar el cumplimiento de las medidas salubres dictadas para evitar posibles contagios del tal Covid-19. Me encontraba en una disyuntiva que por un lado me hacía sentir que actuaríamos con responsabilidad social y legal si cancelábamos los festejos este año. Por otra parte, en un sentimiento más familiar y de amor por mi tradición, me sentía triste y hasta culpable de que yo, violinista de la danza, siendo nieto de uno de los personajes que trajeron esta celebración desde Apozol, Zacatecas, y apenas en mi segundo año como representante de la tradición, iba a anular la fiesta de Santo Santiago en 2020. Al final se impuso mi sentido legalista y social (como el pasante de derecho que soy) y llegué a la junta con la convicción de que por el bien de todos y de la danza, este año no deberíamos de organizar festejo de ningún tipo.

La discusión no fue fácil. Se produjo un debate en términos bastante ríspidos, pues mientras los de la Mesa Directiva considerábamos que aunque nuestra fiesta es en agosto (una semana después del 25 de julio) y aún podían cambiar las circunstancias de la pandemia, no existían condiciones de ningún tipo para realizar actividades que conllevaran la aglomeración de personas; por su parte, los jefes de farza decían —en un tono algo conspiranoico— que todo era un asunto de los políticos y hasta mencionaban la propuesta de algunos compañeros tastoanes de burlar las recomendaciones gubernamentales y conseguir un terreno baldío y grande en el cual se pudiera llevar a cabo la celebración en honor de “Chaguito”.

Sin embargo, se reiteró la imposibilidad de poder contener a tanta gente y garantizar su salud, además de que no se podría organizar una fiesta de calidad con sólo un mes de anticipación y sin el dinero suficiente, por lo que al final se decidió que en beneficio de la tradición, sólo era procedente salvar la parte religiosa de la celebración consistente en el novenario del santo y probablemente una misa en su día, el 25 de julio, y que todo festejo ajeno a nuestra organización, era responsabilidad de quienes lo llevaran a cabo. Inclusive se prohibió que nuestra imagen de Santo Santiago se prestara durante los meses de julio y agosto a particulares para no dar pretextos a bailadas clandestinas que pudieran perjudicarnos como colectivo.

Y así, un 22 de junio del año 2020, hice el anuncio oficial en las redes sociales de la “Hermandad de Tastoanes de Santo Santiago Apóstol en Guadalajara, Jalisco”: Comunicado de suspensión definitiva de las fiestas en honor a Santiago Apóstol en Guadalajara, Jalisco, 2020. Anexé fotos de un oficio suscrito por los miembros de la Mesa Directiva, para evitar que se suscitaran conflictos con la autoridad.

Los “me entristece” en la publicación no se hicieron esperar. Las respuestas al comunicado eran variadas, desde los típicos emoticones tristes o llorando, hasta los que reclamaban que “todo porque el gobierno así lo decidió.” Hubo inclusive una persona que escribió, no sé si a manera de aviso o de amenaza: “Santo santiago no c quedará sin su fiesta estén pendientes saludos” (SIC).

De esa manera, nos sumábamos a Nextipac, San Juan de Ocotán, Moyahua y Jalpa (éstos dos últimos en Zacatecas), que desde semanas atrás habían decidido suspender las fiestas en honor del “Güerito.” Esa misma noche, todos los grupos de tastoanes en Tonalá anunciaban que luego de una reunión con personalidades del Ayuntamiento, se les notificó la formal cancelación de toda jugada durante este 2020. Al día siguiente, martes 23, la fiesta que da origen a mi tradición familiar, la de Apozol, Zacatecas, hizo lo propio. Situación semejante sucedió en días posteriores con las comunidades mexicanas en los Estados Unidos de América que también celebran esta fiesta. El coronavirus se había salido con la suya.

Aunque el mes de julio llegó con sus habituales mañanas frescas, nubladas y mojadas por la lluvia de la noche anterior, se percibe un sentimiento de vacío, pues en donde debiera de estar la acostumbrada ilusión y emoción por la espera de la fiesta, se siente una impotencia y añoranza por querer salir a tomar las calles de los pueblos y la ciudad vestidos de tastoán, recordando —en mi caso— a aquel guerrero caxcán que durante la Guerra del Mixtón intentó imponerse al invasor europeo.

En lo personal, durante estos meses de marzo a julio sólo me he limitado a sacar el violín del estuche para ensayar en la soledad de mi cuarto (sin tambora ni redoblante, ni tastoanes que insistentemente me pidan “La Cocaleca” o “El Gallito”) mis canciones y sones predilectos, para que no se me olviden y los dedos no se desacostumbren. Mis máscaras, gabanes, chivarras y montera se quedarán colgadas en la pared, o guardados en el clóset, en espera de que el próximo año la situación salubre sea más amable.

Espero que la pandemia ceda y transcurridos los 365 días, se puedan volver a ver esas maravillosas máscaras de baqueta y de madera correr por las calles de Tonalá, Jocotán, Nextipac, Ixcatán, San Juan de Ocotán, Tetlán, Guadalajara, Juchipila, Moyahua, Apozol y Jalpa.

En verdad anhelo que las chirimías, violines y bandas de viento vuelvan a sonar en las plazas principales con los sones característicos de las danzas de tastoanes y que, finalmente, después de haber vencido no sólo al invasor español, sino ahora al microscópico, letal y oriental atacante, podamos gritar una vez más a todo pulmón, aquella inmortal consigna de los pueblos chichimecas y chimalhuacanos en guerra: ¡AIXCAQUEMA TEHUAL NEHUAL!