Más que llevar a cabo una estrategia, lo que se ha hecho es reaccionar: está claro que nadie estaba preparado para lo que estamos viviendo y que la educación, tan acostumbrada a reglas, a ser cuadrada, sufre en el terreno de tener que ser dúctil. Pareciera que lo importante es que hay que cumplir: dejar constancia, testigos de que los niños en su casa están cumpliendo, aunque no sepamos muy bien cómo estén. El siguiente es un testimonio de una maestra de una escuela pública de la zona metropolitana, que nos confirma cómo están las cosas: no sabemos bien a bien.

 

 

María del Refugio Reynozo Medina

 

La escuela y la casa están ahora en el mismo sitio, los profesores navegan en el mar de incertidumbres y alternativas que ofrece la educación a distancia.

Si no estuviéramos en aislamiento, mis compañeros maestros y yo ahora permaneceríamos en el aula, hablando de algún contenido mezclado con un “guarda silencio”, o “toma tu lugar”, caminando entre las mesas ocupadas por los alumnos.

Comenzamos a escuchar sobre aulas virtuales, plataformas, webinars, classroom, micrositios. Activamos los correos institucionales y nos armamos para mirar de frente a las TICs, tantas veces enunciadas por los personajes de nuestro gremio, antes de que el virus hiciera su aparición.

Mientras, nuestros alumnos vagan en el océano de sus múltiples contextos, en donde la lucha es por la supervivencia.

—Maestra: no tengo datos para ver el video.

—Maestra: yo sí tengo que seguir trabajando y no he podido ayudar a mi hijo con las tareas, porque se queda con su abuela y yo llego de noche.

—Maestra: mi niño se fue al rancho con su papá y allá sigue. No ha podido hacer las tareas.

Los maestros se vuelven mensajeros que entregan paquetes de trabajos para esperar la devolución de resultados en una fotografía o video y luego dar de regreso un archivo de imagen a manera de premiación. Hay algunos padres preguntando por las actividades, obsesionados por conseguir la insignia. Muchos más están ausentes.

—Los niños que no trabajan en el aula no van a trabajar en su casa, ¡por Dios!, se escucha decir a una maestra.

El profesor de educación física se esfuerza por trasladar conceptos de expresión corporal y patrones básicos de movimiento a la reducida ventana del celular, para que luego los padres envíen las evidencias.

En fechas próximas al día del niño, les lanzamos como ráfagas las múltiples actividades que pueden hacer en casa, para celebrar uno de los momentos más esperados por ellos en las aulas.

Una niña me envía foto de un pastel que preparó, uno más muestra una fotografía de una tarde de alberca; en un video, un par de hermanos aparecen jugando gallos con globos amarrados de los tobillos en un reducido patio. Hay otra imagen donde sonríen cuatro niños rodeando un pastel circular de chocolate. En un video más un alumno, en una habitación azul al filo de su cama, toca un teclado para regalarnos un breve concierto. Un pequeño, sin más, aparece en medio de un patio con unas macetas al fondo, abrazando a un gallo colorado.

—Mire, maestra: ¡mi gallo!, dice sonriente.

En medio de la pandemia, el grupo de WhatsApp es lo que nos acerca, el niño huraño del salón se ha atrevido a grabar su voz y decirme: “feliz día del maestro”, la niña que tiene problemas de lenguaje ha subido un video con la lectura de un trabalenguas. Y es quizá esa circunstancia de poder establecer alguna comunicación a distancia la que mantiene la curiosidad de los menores. Antes de la pandemia, no nos saludábamos con mensajes de voz, no había otra comunicación que la que teníamos cara  a cara.

Ellos acarician la idea de volver al aula.

—Maestra: cuándo volvamos al salón, ¿puedo llevar mis imanes?

—Maestra: ya quiero volver.

—Maestra: cuando regresemos le voy a llevar algo.

 

Así pasan los días de confinamiento y de lunes a viernes me conecto un par de horas para encontrarme con tres, cuatro o hasta seis alumnos que están del otro lado, atentos a la conversación.

Cada día les grabo un audio con un cuento, una fábula o una poesía. A veces es Federico García Lorca, contándoles por qué el lagarto y la lagarta están llorando, o Jaime Sabines convidándolos a tomar la luna a cucharadas.

En el diseño de estos ambientes virtuales hay un universo múltiple, dinámicas de escuela tan distintas como diversos los profesores. Algunos niños de los vecinos están cansados de la cantidad de trabajos, los padres se lamentan de la difícil tarea que representa hacer cumplir a sus hijos todas las actividades. Circulan en las redes sociales memes:

‘’Maestra ya no me deje tanta tarea, porque si no me mata el COVID me matará mi madre de un putazo’’, dice un cartel sostenido por un niño.

Me encuentro con padres angustiados, algunos mejor se ausentan y cierran los ojos para esperar que esto cese y volver a enviar a sus hijos a las aulas. Aunado al mar de incertidumbres de padres alumnos y maestros, hay quien solicita informes, productos de sesiones de consejo técnico virtuales, planeaciones de clases en formatos específicos, disposiciones que llegan a  oídos de los profesores como una bofetada que antecede al contagio del peor virus.

Este confinamiento ha arrebatado tantas cosas… las mañanas en el aula parecen lejanas, el festival del Día del Niño esperado por todos también se fue. Las madres y las abuelas de los alumnos que cada diez de mayo asistían, ataviadas con sus ropajes relucientes, ya no pudieron departir en el festival que tal vez sea —en medio de lo cotidiano— el mayor homenaje a su apostólica labor.

La última vez que nos vimos con nuestros alumnos en el aula no sabíamos que era el adiós: así nos pescó el virus, así nos pesca la vida, nunca sabemos cuándo es el último momento.

No lo imaginaba, de lo contrario los hubiera abrazado tanto, hubiéramos cantado alto, tomándonos de las manos para hacer una ronda. Hubiera insistido en la lección de la eme con la niña que empezaba a leer.

Las voces y gritos habituales de: “maestra, maestra”, se van apagando hasta desaparecer por completo. Cuando regresemos veremos otros rostros y ellos un nuevo maestro.

Ahora estamos aquí, aún no asimilamos que el ciclo presencial ha terminado y que el día del retorno volveremos a otra realidad, a otro mundo. Los chicos de sexto, que estarían planeando su evento de clausura, en revancha organizan un video para hacer un ejercicio de despedida a distancia y convocan a sus compañeros a sumarse.

El coronavirus, como un ladrón nocturno que procura buscar los objetos de mayor valor antes de atacar, se ha llevado eso: los recortes de la vida tan valiosos en las aulas, los recuerdos escolares que los alumnos guardarían en su memoria, solo espero que con ello le baste y no regrese para darnos la estocada final.