Todos tenemos una historia acerca de lo que se escucha en la calle en la que habitamos. O al menos todos deberíamos tenerla. ¿Cuáles son los sonidos predominantes, aquellos que siempre escuchas y quizá forman ya parte del soundtrack de tu vida? Aquí el autor nos cuenta sobre lo que se escucha en su calle.
Miguel Mariscal
Foto de Frederik Trovatten.com vía Unsplash
Los perros de mis vecinos
Mi cuadra está llena de perros. Imposible descifrar el misterio o mínimo hallar la razón de mis vecinos para tener sus perros en las cocheras, amarrados, cuidando no sé qué, acosando fantasmas en su metro cuadrado que su soga les permite. Pero lo peor es que los tengan sueltos por la cuadra, como los vigilantes eternos. Si bien el pobre cartero, en otro tiempo sufrió esa ignominia y que gracias al avance de la tecnología en las comunicaciones se quitó ese lastre persecutorio, hoy de plano nos heredó –por lo menos en mi cuadra– ese suplicio, tanto a parroquianos de a pie como a bicicleteros.
Pero lo interesante viene (o llega) desde antes del amanecer. Rompiendo todo silencio de la noche con exactitud inglesa, cuando ya pasaste la batalla de la vigilia y el sueño reparador del cuerpo va por su equis etapa, y como un coral de Bach -sólo que desentonados- emergen los aullidos de estos amigos del hombre con el fiel propósito de regresarte a la realidad; haciéndoles competencia a los trasnochados del bar de mi barrio, aunque por lo menos estos lo hacen cada fin de semana. Minutos más tarde, entrada la mañana se vuelven a reactivar cuando pasa el pepenador de la basura, o la señora que lleva al niño a la escuela, o el apresurado a tomar su camión.
El ruido ambulante
Si no fuese por esos males necesarios de mi cuadra, qué sería de la vida. Los vendedores ambulantes –oficio cuanto más honrado- comienzan y terminan el día por la cuadra. El repartidor de pan inicia con su rutina, sea en bici o en triciclo, ofreciendo su pan dulce, su virote fleiman o salado con la típica cornetilla que da una batalla desigual ante el altavoz de la camioneta del pan Cairo, o el de la Patita Polola, éstos ya con canciones de mayor calado como “El panadero con el pan”, del pachuco de Juárez: Tin Tán.
Con la premura del tiempo que acarrea el trajín del día y para ahorrarnos unos pasos, a viva voz, pasa el de las tortillas: ¡hasta la puerta de su casa, las tortillas recién hechas!, anuncia el sonido móvil de ida y regreso por si algún despistado se le pasó la compra; de la misma manera pasa el comprador de todo lo que no le sirva: envases vacíos, monedas viejas, baterías de carro, ventiladores descompuestos, hasta refrigeradores viejos, con la ventaja que si le da pena puede mandar al niño o a la niña (cosa peligrosa ya para estos tiempos).
Luego no falta quien pase directamente hasta la puerta de tu casa para ofrecer desde servicios funerarios, agua purificada, ayuda para el hogar desamparado, la gelatina o la galleta recién horneada, la hojita parroquial, nopales recién cortados, servicios de telefonía y cable, o los del Zeta gas o Gas Rosa (aunque éstos ya van directamente por encargo); y para rematar, ya entrada la noche los ‘ricos’ tamales oaxaqueños.
Entre calles te veas
No cabe duda de que la rutina hace que el ojo se acostumbre a lo que siempre ve, por lo cual las cosas pasen desapercibidas. Desde los primeros pasos en la calle sabemos dónde está la grieta abierta, el cable colgando, la tapa de alcantarilla como una trampa para osos, o la raíz del árbol que levantó la banqueta. Y qué decir de los baches en la calle, sólo el golpe seco de los carros al caer en él nos avisa de que ese cráter existe, aún con los objetos improvisados como una llanta, un balde roto o el costal de escombro. La cosa empeora cuando los del Ayuntamiento vienen a arreglar alguna alcantarilla tapada, dejando los cerros de tierra y basura como una prueba de obstáculos para carros y transeúntes.
Nuestra cuadra es muy comercial. Eso de tener a la mano la tiendita, la carnicería, la tortillería, la cremería, la pescadería o la pollería (con su típica leyenda sangrienta: “pollo recién matado”) es un gran beneficio; sin embargo, como todo en la vida tiene su costo. Uno de ellos es acostumbrarte al barullo que generan los comercios, sobre todo los fines de semana, donde todos o casi todos ponen sendas bocinas dirigidas como misiles reventando los oídos, una lucha de todos contra todos con el afán de hacer más atractiva la venta.
El clásico vecino
En la cuadra –me imagino como en todas- existe el clásico vecino, el atípico que, por lo general es buen vecino, pero algo tienen de obstinado. Casi todos tenemos un ‘Bob el constructor’, aquel con su complejo de ferretería que siempre aprovecha un espacio tranquilo –por lo general en domingo a plena mañana- para irrumpirlo con el “clan clan” de su martillo, o ya serruchando, o con la máquina de corte, donde la verdad no sé sabe si clava o desclava para volver a clavar. O aquel que pone el concierto completo de la Banda del Recodo juntamente con el de Joan Sebastian a todo lo que dan sus bocinas, mientras lava minuciosamente su carro, sin importarle si a otros nos gusta o no, pero eso sí, todos lo escuchamos sea en platea como en gayola.
También el que se las da de administrador, como si la cuadra fuera su coto privado y le da por organizar reuniones queriendo tomar el control en las decisiones de los demás, casi siempre es una especie de ‘Doña Florinda’ con su complejo de alcurnia. Y por supuesto nunca falta el que con una pequeña pócima de cebada le da por el síndrome del Dr. Jekyll and Mr. Hyde, y que para evitar problemas ni quién diga algo.
Estos son, sin exageración, los sonidos y movimientos típicos de mi cuadra.