En el marco del mes del Orgullo de la Diversidad Sexual, le hemos pedido a nuestro querido amigo Rob Hernández, un gran promotor cultural, activista y miembro del Consejo del H. Huevo Cojo, que nos compartiera una crónica que hablara del tema, pero rescatando de la memoria algún recuerdo. Y he aquí el resultado: su historia ligada a un emblemático lugar de ambiente en la Ciudad de Guadalajara, que ya no existe, pero del que era necesario escribir: el Botaneros. A continuación un retrato de esa época, que parece ya tan lejana, pero que sucedió hace muy poco.

 

Rob Hernández

 

Guadalajara es una ciudad llena de tradiciones y costumbres muy apegadas a la religión católica. Cuando era chico mis padres me llevaban todos los domingos a la misa dominical en el barrio. Una hora sentado en las bancas de madera, repitiendo frases, oraciones y reflexionando sobre mis pecados.

También cantábamos melodías pegajosas que el grupo musical de la misa de las 8 am —la llamada misa de los niños— en la que entonaba con gran algarabía: “Si tuviera fe como un granito de mostaza, eso dice el señor…”

13 años después seguía acudiendo a la misa semanal: entonaba cánticos, repetía frases que se convertían en oraciones profundas y tenía mi espacio para reflexionar o curar los pesares de la semana, la diferencia es que estas nuevas “misas” eran de noche, iba sin mis padres y Marisela era la sacerdotisa, quien, con frases de desamor, cada domingo se convertía en mi guía espiritual. Todo esto sucedía en mi nuevo templo del barrio: El Botaneros.

Hace poco fui a cenar con mi familia a unos tacos que por las noches tienen unas delicias de bistec en trozo con papas fritas, cebolla guisada y tortillas grasositas; por las mañanas es un autolavado. El rumbo me era familiar, la calle y el tránsito nocturno me movía el interior y yo sabía la razón. En contra esquina estaba un Oxxo, lo miré y me hizo sonreír. De pronto perdí la mirada en el arroyo vehicular: el Oxxo se dibujó como mi horizonte y el letrero de una tienda de Steren iluminaba mi visión periférica izquierda. Mi hermano se me quedó viendo extrañado mientras yo me perdía mirando hacia la nada, hacia la calle, hacia el Oxxo, hacia la esquina, hacia la tienda llena de luces. Nadie de los que me acompañaba podía entender lo que sucedía en mi interior. Años atrás, esa esquina, ese Oxxo, esos tacos, me dieron alegrías y momentos inolvidables: las noches de los domingos.

Aquellos domingos mi ritual comenzaba a las 7:00 pm. Me bañaba y me reunía a cenar con mi familia mientras veíamos algún programa de concursos como La Academia o Big Brother. Mientras convivía con mi madre, padre y hermanos, intercambiaba mensajes de texto con mi hermana elegida, mi cómplice nocturna, la de los tragos coquetos, la de la pista de baile, mi compañera irredenta en ese duro crecer en el ambiente gay de Guadalajara: Lalo.

No había internet móvil, no había WhatsApp, no había Uber, por lo que la logística para encontrarnos en la calle era un poco más complicada. Teníamos dos opciones: si mi padre me prestaba el coche, Lalo llegaba a mi casa, entraba, saludaba y arrancábamos; si no, me despedía de mi familia, caminaba dos cuadras, tomaba el camión 622 en la Calzada Olímpica, casi siempre iba vacío, pero con luces azules o moradas y la música a todo volumen, como profecía de lo que sería mi noche. El recorrido duraba unos 15 minutos y me bajaba en el cruce de la 54 y Javier Mina. La cita siempre era alrededor de las 9:00 pm, en el Oxxo de esa esquina. Me encontraba con Lalo, comprábamos cigarros y cruzábamos la calle para entrar a nuestro santuario.

El Botaneros era un lugar ubicado en la zona oriente de la ciudad de Guadalajara, llamada la “zona roja”, ubicado de “la calzada para allá”. Era reconocido en el ambiente gay como “el lugar” para echar fiesta las noches de los domingos. Cuadras a la redonda podías encontrar a trabajadoras sexuales, en su mayoría trans, con ropa provocativa, paradas en las banquetas buscando clientes, incluso hasta un guiño o un “shh-shh” te tocaba al caminar por ahí; casas de citas, table dance para heterosexuales, hoteles de paso, míticos lugares de fiesta ochentera como el “Guadalajara de día” o el “París de noche” y, por supuesto, la catedral de la fiesta nocturna gay tapatía de ese entonces: El Mónica´s.

El Botaneros era como el hermano menor de Monica´s, el espacio para la precopa en el séptimo día de la semana, que te arropaba desde la tarde-noche y como buen hermano menor, a la 1:30 am te despedía para que pasaras al cobijo de la big sister.

Era un lugar de tres pisos ubicado en la mera esquina y contaba con una puerta diminuta para entrar. Desde el Oxxo se podía ver a la gente haciendo fila en la acera de enfrente, mientras algunos de los éxitos de las divas mexicanas ambientaban la espera y se mezclaban con el ruido de los coches. La emoción me llenaba mientras esperaba el alto en el semáforo de la avenida Javier Mina para cruzar los cuatro carriles que me separaban de curar las penas; de mientras entonaba canciones de Rocío Dúrcal o Edith Márquez.

“Son 30 pesos y tienes derecho a una cerveza”, nos decía un hombre alto vestido de negro mientras nos auscultaba y nos dejaba pasar la pequeña puerta para entrar a una sala llena de personas. Una unifila era lo único que nos separaba de ellos y nos dirigía a una barra donde una mujer te cobraba tus 30 pesos, te daba un boletito que podías cambiar por una bebida y te dejaba pasar. Frente a la barra, al otro extremo de la sala, había un escenario mediano, donde las vestidas dejaban todo el sentimiento al interpretar los éxitos desgarradores de las cantantes de pop y baladas mexicanas.

En los lugares cercanos, alrededor del escenario, había mesas destinadas para aquellos que llegaban temprano y con una botella o una cubeta de cervezas pasaban el tiempo disfrutando del espectáculo, que durante la tarde-noche, contaba con la presencia inigualable de Gloria Trevi, Jenny Rivera, Thalía e incluso las internacionales Britney Spears o Cher. De la mitad para atrás la gente estaba de pie, con bebida en mano y dejando fluir el sentimiento por todo el cuerpo, cantando los éxitos.

El escenario del Botaneros era el lugar para los nuevos talentos del show travesti. Por lo general había espacio para que las personas que querían iniciarse en el show nocturno travesti fueran “agarrando tablas”, era una especie de fuerzas básicas para que las diosas consagradas del show de Lips, el icónico espectáculo del Mónica´s, pudiera integrarlas a su show principal de los sábados o del mismo domingo en la hermana mayor, que sucedía más noche.

Lalo y yo nunca agarrábamos mesa, siempre llegábamos a la barra, tomábamos una cerveza o refresco, caminábamos entre la gente, veíamos el show o nos íbamos a la terraza del segundo piso. Llegar arriba era todo un reto. Lo primero era cruzar toda la sala llena (en verdad muy llena) por los espectadores. Nos abríamos paso cuerpo con el cuerpo para llegar al fondo de la sala donde se ubicaban los baños y una escalera estrecha, en ella difícilmente podían subir y bajar dos personas al mismo tiempo, sin embargo, se lograba. Como uso secundario servía de palco para ver el show, por lo imposible se realizaba al triple: mientras unos subían, otros bajaban y otros estaban estacionados en su palco… todo al mismo tiempo en un espacio diseñado para la comodidad de una persona.

No había forma humana de no ir topando los cuerpos de todos los que ahí nos encontrábamos. Poco a poco íbamos avanzando, subiendo escaleras, saludando, brindando, cantando, parándonos por momentos para ver el show y avanzado por las escaleras estrechas.

Al llegar a la terraza del segundo piso la historia no era muy diferente. Había mesas de aluminio con sillas. Lo primero era buscar alguna mesa disponible, cosa complicada para las diez de la noche, o si no, tratábamos de ubicar algunas sillas disponibles. Muchas veces te sentabas al lado de personas desconocidas que en minutos dejaban de serlo. Platicábamos, brindábamos, reíamos y hasta unos taquitos gratis agarrábamos.

Era como una tradición que en lugares como Botaneros y Monica´s regalaran comida. En este caso ponían unas cazuelas tipo buffet, donde había una señora calentando tortillas y sirviendo. Tacos de bistec, rajas, papas y frijoles eran la opción; Lalo y yo nos acercábamos por uno o dos tacos solamente para no llenarnos la panza, porque a las 12:00 pm en punto teníamos que regresar a donde el show, porque algo mágico pasaba y teníamos que estar lo más ligeros posibles, o alegrones, je.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Qué pasaba a las 12:00 pm en Botaneros? La sala de espectáculos se convertía en una pista de baile y el escenario de las vestidas daba paso a las estrellas de baile de la noche: nosotras por supuesto. Acabando el espectáculo las divas del pop se retiraban a sus camerinos, Offer Nisim o Dudi Sharon sonaban en la primera planta, se oscurecía y las luces de colores giraban, los movimientos de los cuerpos comenzaban a dejar de ser expectantes para intensificarse y contonearse al ritmo de la música.

Bajábamos como podíamos, nos embarrábamos contra cuerpos que se convertían en obstáculos, nuevamente por la escalera estrecha. Una vez en primera planta la lucha continuaba: encontrar la mejor ruta para llegar al escenario; cinco metros que nos separaban se vislumbraban como un campo minado de guerra por cruzar.

Antes de ser asiduo al Botaneros, imaginaba que la gente no acudía de fiesta los domingos por la noche, incluso mi mamá me decía: Es domingo, la gente ya no sale hoy porque mañana trabaja. Pero, así como increíble era para mí que la gente madrugara a misa de gallo en domingo —el único día libre de trabajo que tenían y prefirieran ir a misa a las 6:00 am en lugar de dormir— así era mi misa dominical: nos desvelábamos bailando para saciar el espíritu y redimir nuestros pecados.

Al llegar al escenario la lucha no era menos cruenta. Comenzábamos bailando por la parte de atrás, pegados a la pared, donde quedábamos llenos de brillantina por la escenografía que parecía hecha con las recomendaciones de Cositas: telas de fondo, tijeras, papel, letras de hielo seco, resistol blanco y mucha brillantina.

El reto era poder llegar en el menor tiempo posible al frente del escenario. Con los años, Lalo y yo nos volvimos expertos en ir surcando los espacios entre la gente para llegar hasta el frente en menos de dos canciones, mientras nos escabullíamos entre personas o grupos de amigos poseídos por las PussyCat Dolls, que mostraban sus mejores pasos al ritmo de “Don´t Cha”. De manera sutil nos movíamos, nos hacíamos espacio y en cuestión de dos o tres canciones ya éramos las estrellas de la noche: al centro del escenario, hasta el frente, con un montón de cabezas a la altura de nuestras rodillas, moviéndose y vibrando al ritmo de la música.

Viví noches memorables en esas paredes: curé desamores, ligué con chicos, hice amigos, canté todos los éxitos de la década, vibraba cada minuto de la noche y, sobre todo, sudaba todas las preocupaciones de la semana.

Después de un tiempo de ir ya ubicaba a ciertas personas que iban seguido, a unos los saludaba, a otros no; me llegué a topar con ligues, me encontré amigos, profesores y personas conocidas que cuando les saludaba decían: “solo vine a ver cómo se pone, me habían dicho que esta padrísimo”. O el típico: “Vine con unos amigos, pero yo no soy eh”. Una explicación no pedida…

A las 12:30 la música tenía un espacio en silencio de segundos para descansar mientras una voz en el micrófono decía: “Se les informa que el jotibús está por salir, a las personas que quieran tomarlo, se les espera en la puerta”. El jotibús era un camioncito, lleno de peluche, luces neón y música a todo volumen, que te llevaba del Bonateros al Monica´s, gratuitamente y sin pago extra de cóver.

Lalo y yo nunca lo tomamos, pero sabíamos que a la 1:30, cuando cerrara Botaneros, había una segunda ronda de viaje. Para nosotros una vez que comenzaba la música era no parar de bailar hasta que nos prendían las luces, quizá solo tomábamos un descanso para ir a la barra en busca de bebidas. Recorrer nuevamente el camino lleno de cuerpos/obstáculos, ahora en sentido contrario para llegar a la barra, hasta el lado opuesto del escenario. Llegar y esperar a que uno de los guapos meseros te hiciera caso entre la multitud de gente para pedir una “copa de nada”. La verdad nunca supe con qué la preparaban, solo sabía que era nuestra bebida favorita, la que llevaba de varios licores en uno y nos ponía muy “en ambiente de domingo por la noche”.

Los retos aumentaban, ahora teníamos que regresar a nuestro lugar en el escenario principal, porque sí, era nuestro lugar el centro del escenario, cruzar de regreso el mar de cuerpos humanos sudados, pero ahora sin derramar el elíxir de la noche que llevábamos en nuestro vaso de plástico.

Creo que la maravilla del Botaneros era que en verdad nos hacía sentir las reinas de la noche, a nosotros y a todas las personas que acudían. Recuerdo mucho a una chica que, para mí, era un personaje obligatorio del lugar: Hillary.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una mujer trans que domingo a domingo estaba sentada en una de las mesas a un costado del escenario, justo del lado de donde salían las del show, y ahí se la pasaba tomando y sonriendo. Por lo general para las 12:00 am ya estaba “hasta atrás”, bailando y platicando con sus otras amigas. Algunas veces caminando como equilibrista para no caerse de los tacones. Algunas veces llegó a dar show, interpretando a Jenny Rivera, no era la mejor, pero las ganas que le ponía, la sonrisa y la energía positiva que irradiaba hacían que muchos la saludáramos e intercambiáramos algunas palabras con ella, incluso sin conocerla. Un día, cerca de los últimos que fui al Botaneros, ya no la vi, no supe más de ella. Ella fue uno de esos personajes entrañables, aunque desconocidos, que se quedaron de la calzada para allá, con el cierre de Botaneros y el Monica´s.

Los domingos que caían en “puentes” o en vacaciones era lo mismo, pero con más gente, más alcohol y más horas de diversión.

A la 1:30 prendían las luces, la música paraba, el anuncio del jotibús volvía a sonar, pero ahora con un anexo: “La fiesta continúa en Monica´s hasta las 3:00 am, no cóver con tu sello en la entrada”. Dependía de la situación, fecha y celebración en turno, la decisión que tomábamos Lalo y yo. Un domingo normal, a esa hora, nos regresamos a nuestras casas, aunque la opción de Mónica´s como after era semanal. En ocasiones especiales aprovechábamos la oferta, ya fuera en coche o caminando, nos íbamos hasta el Monica´s.

Desde la calle 54 hasta la calle 68 caminábamos a la 1:30 de la madrugada. La calle de Obregón se convertía en la ruta más segura para transitar las 8 cuadras que nos alejaban. Era nuestra ruta de peregrinación para llegar a la catedral de la vida nocturna. Paralela a la avenida Javier Mina, la calle Obregón no dejaba de estar situada en el corazón de la denominada “zona roja” de Guadalajara, la multitud que avanzaba a esas horas eran los creyentes con quienes compartíamos la misma fe. Para llegar al Monica’s pasabas dos puestos de tacos, un templo, un motel y muchos talleres o bodegas que a esa hora estaban cerrados, por lo que le daban un aspecto lúgubre y desolador a la calle. Pero no importaba, todos los peregrinos de las noches de domingo, llenábamos de color, brillantina y música las calles, solo por un breve momento, en lo que nos resguardábamos nuevamente bajo los reflejos de la bola disco y el show de Lips.

La noche continuaba, la música seguía y nuestros cuerpos no pedían descanso. No recuerdo cuándo fue la primera vez que fui al Botaneros, ni cuándo fue la última. Cuando hay lugares que se vuelven tu templo, donde sanas, donde resucitas y donde encuentras momentos de paz, es difícil dejar de volverlo parte de tu vida cotidiana. Así era Botaneros para mí: mi cita obligada de los domingos.

Un día, de pronto deje de acudir, quizá fue cuando me cambié de zona de vivir y me mude “de la calzada para acá”. La zona occidente de Guadalajara. La zona “rica”, donde muchas de las personas que vivían de este lado, solo cruzaban la calzada para ir al Botaneros o al Monica´s en tres fechas específicas: 15 de septiembre, Halloween y noche de año nuevo.

Dejé de ir por mucho tiempo, pero la leyenda de ese lugar la pasaba de boca en boca, cada que conocía nuevas personas, les prometía diversión segura el domingo por la noche. Dudaban en acompañarme por la ubicación del lugar y yo les decía que había crecido en aquellos barrios, que no pasaba nada. Recuerdo una de las últimas veces que personas conocidas decidieron enfrentar sus miedos a la zona oriente y nos dirigimos a la que, tiempo atrás, era mi cita obligada de domingo.

Para mi tristeza el lugar había dejado de ser lo que yo había vivido. Por primera vez pude ver el piso de la pista de baile y llegué en menos de dos minutos de la puerta al baño. Sin necesidad de pasar entre cuerpos sudados y en movimiento llegué a la terraza y el escenario podría ser literalmente mío para cuando el reloj marcara las 12:00 am. No estaba con Lalo, no estaba Hillary, no tomé mi “copa de nada” y el lugar ya no me inspiró a ser la reina de la noche. Estaba solo, sin gente y sin el espíritu que viví por años. Ese día la misa dominical terminó antes de la media noche, los feligreses habían cambiado de parroquia o incluso de religión y no supe cuándo fue la fiesta patronal de clausura, incluso no sé si hubo una. De esa vez solo recuerdo que ya no tenía ese espíritu y esa energía que me llamaban cada semana.

Hoy, en esa esquina está una tienda de electrónicos donde venden aparatos de luz y sonido, micrófonos, bocinas, luces leds, bolas disco, entre otras cosas necesarias para ambientar la fiesta. Derribaron el antiguo edificio de dos pisos para construir una tienda que en su fachada tiene un gran letrero luminoso que dice: Steren. Quizá sin saberlo, esta tienda de electrónicos es la reencarnación de todas esas energías que domingo a domingo dejamos en ese lugar. Donde las luces y la música eran la clave para iniciar bien la semana.

Ahí seguía yo, esperando mis tacos, parado frente al Oxxo, mirándolo con una sonrisa, recordando, lleno de nostalgia, porque todo alrededor era justo como hacía 10 años, pero ahora sin el Botaneros. En cuestión de minutos vinieron a mi mente miles de momentos, personas y sensaciones de felicidad.

“¡Hey! ¿Por qué estás viendo cómo menso la tienda? ¿De qué quieres tus tacos?”, preguntó mi hermano sin saber que por dentro estaba con otras personas, con el cuerpo lleno de música y alegría, en otro tiempo, pero en el mismo lugar.

“Tres de bistec con papas, por favor”, respondí.