La siguiente es una historia de amor, entrelazada con un viaje a Mineral del Monte, en Hidalgo. La suerte con la que el autor entrelaza su narración personal con el recorrido en ese viaje hace que la historia fluya y emocione.

 

Iván Rivera

 

No sabía si lo que estaba por hacer me llevaría al paraíso o a las entrañas del infierno. Hacía menos de una semana que acababa de conocer a una persona que me enamoró con tan sólo ver sus ojos. No sabía nada de ella: si era familiar, si pertenecía a una clase de secta satánica que se dedicaba a invitar a personas a lugares lejanos para luego matarlas, o a un grupo narcotraficante que mermara un sueño de un viaje.

Recuerdo haberla visto en las inmediaciones de Insurgentes con una bolsa de plástico en la mano, unos jeans que le ajustaban muy bien a su figura y una playera deslavada; nada de ese atractivo se comparaba con la belleza de sus ojos: un par de candiles grandes color canela, tan dóciles como un cachorro, pero tan penetrantes como una fiera: cautelosos, ágiles e intimidantes. Traté de convencerme, de encontrar algún detalle, un defecto mayor sobre su figura que me impidiera abrir mi boca para no hablarle, pero fue imposible, fui presa de sus ojos.

Lo que sigue es una típica historia: le hablé, aceptó con gusto mis palabras e intercambiamos teléfonos; esa misma noche nos quedamos hablando hasta las 3 de la mañana sobre temas diversos de la vida. Al día siguiente nos citamos en una cafetería de Bellas Artes, esas que conservan su lugar en la historia: que si ahí cenó Pedro Infante, que si el mismo expresidente fue a comer y un sinfín de historias que no son tan creíbles. El lugar sí conservaba su encanto, con todas sus paredes forradas en madera, una luz tenue y muy cálida que ameniza las pláticas de los comensales. Cada metro tiene una cabina estilo estadounidense que aseguran un ambiente privado y el típico suelo a cuadros que no puede faltar en las construcciones del centro histórico.

Yo no tenía noción del tiempo y sólo me dedicaba a escuchar la amarga historia de la persona que estaba frente a mí: amores pasados, traumas de la historia, crecimientos personales y deseos a futuro, todo como una entrevista de trabajo: o aceptas las condiciones o no vuelves a saber qué paso con el puesto. Como dije: desde el principio fui su presa. Recuerdo que llegamos a la plática sobre los deseos de viajar y conocer la mayor cantidad de pueblos mágicos del país:

—Voy a ir a Mineral del Monte el próximo viernes, ¿vienes?

En mi cerebro pasaba la incertidumbre de no conocerla, de pensar si era la mejor opción. ¿Y si me mataba llegando? ¿Si era un secuestro ya planeado y la única forma de lograrlo era seduciéndome para vivir un viaje sin retorno? (piensa Iván, actúa con la cabeza). ¡Al diablo, la vida es una y yo sólo quiero beber del veneno de su encanto, no importa que me termine matando!

—¡Claro!

Lo siguiente fue arreglar pagos del hotel, punto para recogernos y esperar 96 horas (tiempo suficiente para echarme para atrás o arrebatarme como siempre lo hacía).

 

Guía para viajar a Mineral del Monte, en Hidalgo

 

El mapa es lo de menos, si se viaja desde la Ciudad de México puede usted elegir el camino que más le plazca, pero lo ideal es tomar la ruta más rápida, que, además de ser más efectiva en tiempos conserva un buen cúmulo de detalles que usted no puede dejar pasar.

Se recomienda viajar de noche, ya que se aprecian mejor las calles de la Ciudad de México, usted podrá ver el caer de las hojas en el mes de octubre, esos cedros, pirules, laureles y jacarandas que se desnudan durante el otoño y que pintan la urbe de color café; en la noche el espectáculo no pierde su magia, ya que la escasez de automóviles permite escuchar el sonido de los árboles que se mueven al compás del viento en sus diferentes direcciones.

Al salir de la ciudad y en los límites entre la CDMX e Hidalgo se sugiere poner extrema atención a la antigua ciudad de Tenochtitlán, ya que por la noche suele iluminarse por la luz de la luna y algunas otras artificiales de colores que hacen verla más imponente. También poner extrema atención al cielo. Al entrar a Hidalgo las luces de la ciudad se van alejando y permiten ver una mayor cantidad de estrellas, algunas con mayor luz, otras de color rojo, todas estas acompañan a la luna y alumbran la carretera, flanqueada de matorrales y pueblos desperdigados a lo lejos.

Tenga cuidado con los animales silvestres como las ardillas, conejos, correcaminos y la fauna diversa que cruza por la carretera, ya que puede usted dejar sin madre coneja a conejitos inocentes, eso y abollar su automóvil, pero sobre todo porque al ser una carretera de solo dos carriles que se contraponen sí dificulta la necesidad de realizar algún movimiento brusco y puede usted sufrir accidentes.

Antes de llegar abra su ventana, sienta la brisa y vea el plateado de la laguna de Atezca, tendrá que bajar y cruzar una cerca de pinos para apreciar todo el lago.

Por último, si usted es de sensaciones extremas le recomendamos quitarse algún suéter o prenda térmica para sentir un frío único, acompañado por una neblina que dificulta el trayecto al pueblito mágico.

 

Sobre Mineral del Monte

Mineral del Monte ofrece diversos atractivos, el pueblo está situado en el estado de Hidalgo, a 2712 metros sobre el nivel del mar. Los habitantes en la región se dedicaron a la minería en los últimos dos siglos hasta la mitad del siglo pasado. En él se pueden observar casas del estilo de la Nueva España, pues en 1800 arribaron mineros ingleses para explotar las tierras.

El pueblo, además de conservar su belleza histórica materializada en sus construcciones, también ofrece los vestigios de las minas en las que muchos mineros pudieron haber perdido la vida en algún derrumbe, aún hay lugares que hoy sirven de atractivos turísticos que se pueden recorrer subiéndose a un carrito turístico.

Entre sus atractivos se encuentra el panteón inglés, construido en un bosque de oyamel, sobre un cerro, su frente está resguardado por una verja de hierro forjado junto con una placa que narra la leyenda Blessed are the dead who die with the Lord, es decir: “Benditos son quienes mueren con el Señor”, fue construido en 1851, cuando el inglés Thomas Straffon decide donarlo como parte de su desempeño como funcionario de las compañías dedicadas a la explotación minera en el estado.

Todo esto es información que puede uno encontrar en la red, sin embargo, lo que vale de ahí es su gente, entre turistas y vendedores caminan entre sus calles ancianos en huaraches y pantalones desgarrados, ancianas que van al centro para conseguir sus despensas, que guardan en canastas y bolsos de mimbre fabricados por ellos mismos; el ambiente se vuelve bohemio por la noche, ya que la neblina y los faros de estilo colonial permiten apreciar los matices de colores de los edificios.

 

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Ahí estábamos en la noche, caminando y conversando sobre la calle principal del municipio, su plaza de armas está acompañada de un palacio municipal con siete arcos y pintado de color naranja; en la parte superior un escudo de México acompaña al edificio, junto con un reloj que no da la hora exacta. También tiene una iglesia con dos torres y con acabados barrocos que ilustran ángeles y santos adorando a una virgen, plasmada en una placa de piedra encima de la inmensa puerta de madera.

Su rostro era lo que más me iluminaba, toda la plática sobre nosotros, sobre su sensualidad, sus deseos y aspiraciones. Buscamos el calor de un bar, nos sentamos y pedimos dos copas de vino. Mientras esperábamos la pizza de horno y las bebidas me platicaba del afortunado momento de haberme encontrado, que sólo había pasado por ese lugar cuando nos conocimos porque sabía que todo estaba predispuesto para encontrarme. Yo estaba extasiado por su voz, por la música: “El Marido de la Peluquera”, de Pedro Guerra, inmortalizó nuestro encuentro.

Hoy escribo esto con nostalgia, pensé que esa emoción iba a perdurar, pero se quedó ahí y no ha vuelto jamás, los planes de seguir viajando se esfumaron como el viento. La emoción ya no se ha vuelto a sentir y las ganas de seguir construyendo sólo se quedaron conmigo. El viaje me llenó y me dejó vacío.