La autora de la siguiente crónica, que es maestra, hace un registro pormenorizado de lo que sucedió, hace unos días que le tocó acudir a que le pusieran la vacuna CanSino, al macromódulo del Auditorio Benito Juárez de Zapopan. En esta ocasión no iba a un concierto, ni a las populares Fiestas de Octubre. Y así lo narra.
Esmirna Moya
Las puertas del tren se abrieron a las 11:32 de la mañana. Mi cita estaba programada a las 11:30. Salimos de la estación Periférico norte, todos portando una carpeta con dos hojas tamaño carta: los formatos que acreditan la vacunación contra COVID-19 para el sector educativo.
Al salir a la calle identifico a una mujer a la que seguiré para llegar al auditorio Benito Juárez. Si estuviéramos en las Fiestas de Octubre seguiría a alguien que llevará una tejana, botas de víbora o fajo piteado; ahora mi objetivo lleva su carpetita en mano, sombrilla, gorra, tenis y un vendaje en la mano izquierda. Mi mente me advierte que no hay pierde, tiene que ir para allá.
Inicio a su ritmo la caminata mientras se van incorporando docentes de toda la zona metropolitana de Guadalajara. Las filas muy ordenadas por las banquetas de la calle Club Guadalajara, nos vemos como si viniéramos a un concierto, pero ahora se trajeron sus peores “garritas” y las pláticas están alejadas de la farándula: «publicaron en la página de la secu», «la maestra Martha ya vino», “mejor me hubiera traído el coche, sí hay lugar”.
Pierdo y reencuentro a la mujer del paraguas, un fulano corriendo nos rebasa y nos mira feo. ─Ni que vayas a avanzar cien lugares─, le dije mentalmente, seguido de un insulto. En sentido contrario vienen los que ya salieron, dando esperanza que no es tan malo lo que sucede dentro del “macrocentro metropolitano”.
Vamos llegando a la avenida Mariano Bárcenas y como no encontramos la “cola” hay que girar a la izquierda, a lado de la taquilla 2 está el acceso principal. En la puerta se encuentran dos patrullas, algunos policías y personas con chaleco amarillo que los distingue como “Staff”. Nos indican que hay que dar vuelta de nuevo en la esquina de Club Atlas, porque la fila viene casi en la entrada del palenque.
La intensidad del sol ya comienza a molestar a la compañera y abre su inmensa sombrilla de doble tela. Comienzan a acelerar los maestros convocados, yo mantengo mi ritmo, de todas formas me van a pinchar. Los canceles ya no son adornados con los grupos musicales del momento, ahora están unas lonas azules que advierten: “ponte el cubrebocas”, “no bajemos la guardia”, “macrocentro metropolitano de vacunación Covid-19” y “bienvenidos”.
Casi al llegar a la esquina un amable policía me invita a ya no continuar el peregrinar, levantando las cintas amarillas de precaución y aprovechando que había un hueco en el desfile: logré colarme y quizás ahorrar algo tiempo (las ventajas de bañarse).
Parece ingreso a zona escolar donde todos los voluntarios dan los buenos días a los profes, le dan cubrebocas al insurrecto, ofrecen silla de ruedas al que tiene algún problema de movilidad, otorgan gel antibacterial y hacen hincapié en que la hoja de registro con el código QR debe ser nuestro gafete de presentación.
Cruzando la puerta nos dicen que debemos traer una identificación oficial a la mano, pasar a una fila serpiente marcada por barandales, ahí ya frenamos un poco. En una bocina está un sujeto con actitud de locutor de estación de radio grupera notificando: “la maestra Andrea extravió su INE al momento de sacar copias, maestra Andrea tenemos aquí su INE”, “maestros que tengan incidencias favor de pasar de este lado”, “sean bienvenidos todos”.
Al caminar te toman la temperatura, no queda minuto para apreciar el paisaje, al terminar la serpiente están los voluntarios levantando la mano para escanear los códigos con su celular, revisan que el nombre asignado coincida con la identificación, nos pasan un boleto con un folio, la fecha, y un listado de comorbilidades para señalar si se padece alguna o varias de ellas.
Después de ese bullicio ya solo se escuchan los pasos de los que vamos guardando la sana distancia, la mayoría somos extraños, rodeamos el circulo de la diversión que ahora no hospeda comerciantes, algunos maestros van documentando el momento con fotos o videos, yo voy escribiendo en el celular mientras cuido donde piso y qué tan lejos va mi compañera que me antecede.
La caminata llega a su fin en el acceso sur del foro principal, se escucha de fondo una cumbia guapachosa de la Natalia que todos los de la fila corean, en ese instante parecía que estábamos a punto de ingresar a uno de sus conciertos. Estoy sudando, pero no de emoción, el calor y el estrés es lo único que puedo manifestar. Sigo escribiendo para no pensar en lo que está por llegar.
Aparecen los acomodadores, en esta ocasión no tenemos localidad numerada, los ingresos pausan justo ante mí, me toca ser la primera de la zona, asiento 1 de la fila (si esto fuera un baile sería la más feliz). Ya instalada en mi lugar me relaja el aire de los ventiladores gigantes que han colocado junto a la pared.
Al frente está el foro, en el lugar que ocuparían los cubetazos de cervezas, los “batiazul” están preparando las armas de ataque en una gran mesa, parece que están sirviendo la botana para una reunión, platican, ríen y bromean entre ellos.
Una voluntaria me pide mi hoja para dar las instrucciones, como lo haríamos decenas de los que estamos sentados ahí. Nos indican cortar la hoja por la línea punteada y mantener el folio y la papeleta superior juntos para que ella pase a engraparlos. Pregunta si ya leímos la lista y marcamos los padecimientos que presentamos, también si hay alguna embarazada en las dos filas que comprende nuestro nuevo grupo.
Pasan ante nosotros los compañeros que ya fueron ejecutados, como cuando ya se acabaron los honores y pedimos pasar en orden a su salón (No sabe una donde va a pagar todas las que les aplicamos a los alumnos).
Mis compañeros se toman selfies o mandan algún mensaje, yo sigo escribiendo porque ya se me aceleró el ritmo cardiaco y no quiero caer entre desconocidos. ─Vaya regalito de nuestro gobierno por el próximo día del maestro y vaya forma de descansar un 1° de mayo ─ no sabía si debía molestarme o burlarme de mí.
En las barditas que rodean al foro solo hay unas míseras botellitas de agua, una que otra bebida energética, o no se siente mal casi nadie, o varios se sintieron mal y se han llevado las bebidas. El ser la primera de la sección comienza a asustarme. Se acerca el carrito de la muerte, ese que desfila por los pasillos de hospital, la última instrucción antes de la masacre:
─Maestros, soy Mónica, favor de descubrir el brazo menos dominante, cuando llegue a su lugar me indican si son hiperalérgicos, por favor. (No sé si existe la palabra hiperalérgico, pero la mencionaban los enfermeros)
Iniciamos conmigo, me muestra la jeringa y me dice que marca .5, no sé qué demonios indica eso, ya me da igual, quiero que termine. Da el pinchazo y me pide detener el algodón que ni alcohol tiene, pero a detenerlo sin sobarse. Cinco minutos pasaron y todo indicaba que Moni tiene la mano liviana.
Los ángeles azules amenizando la estocada: cómo te voy a olvidar, si te clavaste aquí en mi corazón… y de dolor has llenado mi brazo, la sustancia corre por venas. Recogen los documentos mientras escuchamos Llorar con los socios del ritmo. No nos queda de otra: llorar y llorar. Nos pusieron la vacuna de CanSino que según los informes posee solo un 66% de efectividad.
─ ¿Cómo se sienten compañeros? Parece que en esta zona todos estamos bien. ¡Muchas felicidades! ─ Concluyó la encargada.
Se acercó una doctora a sentenciar que no se podía ingerir alcohol idealmente durante los siguientes siete días, después de las quejas la norma limitó a mínimo 3 días de sobriedad. Será porque, aunque los festejos oficiales del día 15 están suspendidos, un gran porcentaje de los profesores perderán la razón aprovechando el mega puente que se generó producto de la jornada de vacunación en Jalisco.
No creo que a mí me inyectaran aire, a pesar de que evité mirar cómo se introducía la sustancia en mi brazo, pues a las doce horas de la aplicación mi temperatura llegó a los 40 grados, me invadieron los escalofríos y un terrible dolor de huesos no me permitió dormir toda la noche. ¡Cómo la voy a olvidar!