La fiesta prometida por los regios de El Gran Silencio se vio opacada por un sonido deficiente y una singular bailarina. Decenas de miles de personas se apropiaron de la Avenida Chapultepec, disfrutando de la música y la multitudinaria compañía. Placeres muy ajenos a los auditivos se pudieron degustar durante la participación del combo de Monterrey.
Por Víctor Villalobos, «El Chiva».
Desde que aparecieron, en 1997, siempre había tenido ganas de verlos. La liviandad de su música y la facilidad para su baile es un gancho del que muy pocas veces puedo abstraerme. Por algún motivo que no viene al caso traer, nunca los he podido apreciar en directo. En el RMX 212 de este año esa deuda quedaría saldada.
Pocas bandas fueron de mi interés: Austin Tv, a quienes mandaron fusilar a las 16:15 con el tremendo sol y enfundados en sus característicos uniformes y máscaras, esta vez verdes, como de fieltro, emulando la tripulación de una nave que viene de otra galaxia. Sin embargo, mostraron una energía en el escenario que es tiempo que nos vayamos acostumbrando a ver en las bandas mexicanas.
También Descartes a Kant, tapatíos avecindados en el DF, con su teatralidad y math punk torcido. Para mi desgracia, fui a una fiesta con poetas… Si hay que elegir, hay que hacerlo correctamente. Y, a pesar de que cerraba La Lupita, el plato principal era para mí El Gran Silencio, que saldrían al escenario a las 00:00. Mal y tarde me entero de la inclusión de Vansen Tiger en el escenario Morelos… Láááás-ti-ma, Mar-ga-ri-to.
La gente concurrió a la Avenida Chapultepec, desde la calle Justo Sierra hasta la avenida Niños Héroes en una cantidad de entre 40 y 70 mil, de acuerdo con diversos medios. Una masa humana que se formaba con más énfasis en los escenarios principales impedía el tránsito fluido de la gente de un escenario a otro, esto aproximadamente de 21:30 a 01:00. Me sorprendió que, al pasar por el escenario Morelos, los post-rockers de Movus incluyeran letras a sus canciones; no pude quedarme a verlos, porque eran a la misma hora que Austin Tv, otra deuda a saldar.
En los costados de los escenarios había cubos azules que hacían las veces de letrinas, que, en algunos casos, fueron utilizados como improvisadas plateas en las que algunos jóvenes se acomodaron.
¡El Gran Silencio’s in tha house!
Como buen fan, no podía estar menos expectante y exitado: listo para bailar. Sin embargo, pronto la expectativa se volvió turbia. Primero, la multitud no nos dejó acercarnos demasiado. Además el sonido, que en Austin Tv y Disidente había sido magnífico en el mismo escenario, con El Gran Silencio se mandó al inframundo, con perdón del querido Hades.
La voz de los hermanos Hernández lució disminuida y los demás instrumentos tirados a la basura. Quizá el ingeniero de sonido estaba más interesado en la chica que, subida en una letrina de esas azules, empezó a conmocionar al respetable con sus acrobacias y su minúscula falda ayudada de un tubo que enarbolaba un par de spotlights. Al grito de “¡chi-chis, chi-chis!” y “¡Que se encuere, que se encuere!” y sin faltar la envidiosa que le escupiera el “¡puta, puta…!”, la chica complacía al respetable interpretando de manera personalísima el “chúntaro style”.
La muchacha sólo pedía a cambio cerveza. El altruismo etílico no se hacía esperar.
Los malabares de la chica nos hicieron contemplar, además de sus bien torneadas piernas y sus firmes nalgas, la diminuta braga blanco y negra: principio y fin del universo todo. La chica subía por el tubo, delicadamente extendía el brazo, una vuelta. Dos: abría las piernas. Faltaba sólo la luz neón y “Take my Breath Away” para completar el cuadro.
Al bajar, extasiada y con la mirada brillante, hacía el universal gesto de llevarse el pulgar a la boca con el meñique extendido, al que una generosa mano se levantaba de entre la multitud sosteniendo una lata de cerveza, la cual ella agradecía con otro dadivoso acto.
En un momento dado, no se sabe muy bien por qué, en “Prende la vela”, la chica se bajó y desapareció del casi desfigurado cubo de baño para no volver jamás. Su ausencia sólo le permitió persistir en la memoria del público.
Fue el tiempo de movernos hacia Justo Sierra. Si Dante hubiera visto aquella madeja de brazos, pedos, olor a alcohol, gente con la intensión de pasar valiéndoles madres aquella bonita ley Física que reza “un cuerpo no puede ocupar el mismo espacio que otro”, seguro habría hecho de eso un círculo del Infierno a donde van a parar los deficientes ingenieros de sonido.
De pronto, El Gran Silencio comenzó a tener sentido, en las piernas de una espontánea bailarina exótica.
Víctor César Villaobos «El Chiva» (Guadalajara, 1978) no tiene mucho qué decir de sí mismo. Es melómano irredento y escribidor. Como Bartleby, preferairía no hacerlo.