Mientras el Chico Maravilla estaba atado, pendiendo sobre un hoyo de lava, mi papá estaba acostado, roncando, echando una siesta en el único sitio donde había una tele en mi hogar; para mi desgracia, en ambos escenarios el terreno donde se libraban las batallas no me favorecía en mi lucha.

 

Ricardo Gómez

 

Batman brincó el abismo sujeto de una soga que salió de su baticinturón, para rescatar a su fiel compañero: el Chico Maravilla, que había sido capturado por su archirrival: El Guasón. ¡Pow! El héroe enmascarado le recetó un golpe al súper villano, tan fuerte, que lo mandó a volar, mientras sus secuaces, vestidos elegantemente con boinas y chalecos, se abalanzaban sobre el murciélago para atacarlo y ¡zap!, un jalón de patillas que me dio mi madre me sacó de mi fantasía favorita: ser el héroe que defendía a Ciudad Gótica, al momento que me reclamaba en voz baja y entre dientes: “¡Entiende: que apagues esa tele que tu papá está dormido!”.

De manera intempestiva ahora libraba dos batallas: una en el corazón de un volcán y la otra en una habitación del barrio de San Andrés, al oriente de Guadalajara.

Mientras el Chico Maravilla estaba atado, pendiendo sobre un hoyo de lava, mi papá estaba acostado, roncando, echando una siesta en el único sitio donde había una tele en mi hogar; para mi desgracia, en ambos escenarios el terreno donde se libraban las batallas no me favorecía en mi lucha.

—¡Te llegó tu hora, maldito arlequín! —, advertimos Batman y yo.

—¡No te vuelvo a repetir que la apagues, Ricardo! —, amenazó mi mamá.

—¡Ya mero se acaba, chintrolas! —, respondimos con risa chillona el Guasón y yo, bueno, nomás yo, y la verdad no fue con una risa, sino con una voz que advertía que iba a empezar el berrinche, mi último y nada secreto recurso.

En el volcán, Robin comenzó a bajar lentamente hacia la lava cuando el Guasón accionó un mecanismo de poleas y engranes. En mi casa, mi mamá —nada lenta— accionó el mecanismo de apagado de la tele que todavía no era de control remoto y ¡kaboom!, perdí la batalla.

Ya no escuché al narrador decirme que me mantuviera pendiente mañana, a la misma hora y por el mismo canal, para ver el desenlace de la historia, una de mis partes favoritas de la serie que yo religiosamente repetía en voz alta cuando acababa el episodio.

¡Recórcholis! Fui derrotado, y por la mujer que más amo: ¡alta traición! A pesar de ello, estaba consciente de que no podía hacer más, así que me guardé el berrinche, porque uno sabe hasta dónde llega y más con un papá que duerme y ronca como león, en la misma cama.

Salí de la habitación para calmar mis ansias de venganza contra el Guasón, inventando mi propio desenlace de la historia; necesitaba un terreno escarpado y alto para brincar sobre el abismo, como lo había hecho Batman. Mi casa, de una planta, no me proporcionaba el set de acción que requería, así que improvisé afuera de mi hogar el escenario: iba a brincar una pequeña valla de alambre que mi papá había colocado alrededor de un árbol de limón que crecía en un cajete sobre la banqueta, la había montada para que los chuchos no se cagaran ahí.

Al segundo brinco que di, el Guasón (o el alambre, solo Dios lo sabe), me agarró de la pata y detuvo mi impulso. ¡Crash!, caí al suelo (o a la lava, insisto, solo Dios sabe). ¡Santo madrazo, Batman! Te fracturaste el brazo derecho.

Pasé del “¡auxilio, Robin!”, al “amá, me duele”. Pasé de usar el baticinturón para brincar el abismo, a correr con mi mamá con el brazo colgando y con gritos ahogados por el dolor y el llanto.

Lo que sucedió después fue como si la antena en la azotea que da señal al televisor hubiera fallado, las imágenes en mi mente de lo ocurrido son borrosas, llenas de ruido blanco y estática.

Mi mamá con cara de susto, mi papá enojado gritando: “por qué no le pones atención al niño”, mi brazo con un dolor punzante, la vecina entrando a la casa de mis papás al auxilio con birote duro para el susto, el acomodo del hueso roto en su lugar y el dolor que generó un black out después de eso.

Bruno Díaz despertó al día siguiente en su cama con el brazo enyesado, Alfred le tenía preparado un chocomilk para desayunar. El héroe de Ciudad Gótica le pidió a su fiel mayordomo que encendiera la tele para ver a Chabelo, más tarde se daría el tiempo de planear su venganza contra el Guasón.

 

(Esta crónica fue leída en el podcast "Las bolas del engrudo" por el autor)