A propósito de que hace unos días falleciera Orso Arreola, hijo del maestro Juan José Arreola, custodio de la Casa del escritor en Zapotlán el Grande, fue que el autor de la presente crónica compartió con nosotros este texto que nos conduce por un viaje a aquel lugar; pero, empezando por varios edificios y casas interesantes, por supuesto con acento en la casa del escritor. El siguiente es un viaje por el corazón de Zapotlán -que no necesariamente el centro- desde la comodidad de su casa. Adelante, acompáñenos, por favor.

 

Juan Valdovinos

Fotos: Juan Valdovinos

Imagínese usted lo siguiente. Lomas del barro es uno de los lugares más suntuosos de Zapotlán el Grande —cuna cultural del occidente de México, como dice en su escudo—. Zapotlán el Grande se encuentra rodeado de cerros y montañas, y en uno de esos cerros ubicado al este de la ciudad, está la colonia Lomas del barro. Ahí precisamente fue donde el escritor Juan José Arreola decidió construir su hogar.

 

Lomas del barro se encuentra en medio de dos colonias diferentes a ella: la Chuluapan y Cristo Rey. Sólo las divide la ausencia de paredes altas de fina construcción, están verdaderamente juntas. Usted habrá escuchado de la Chuluapan si ha leído el libro La feria:

 

“Yo señor, soy de Chuluapan, para servir a usted. Le recomiendo que vaya por allá si le gusta tratar con gente franca. Si les cae mal, se lo dicen en su cara y a lo mejor hasta lo matan, pero eso sí, frente a frente. Claridosos, como nosotros decimos.”

 

Pero no se preocupe, que no sirva esto para desalentar sus ánimos viajeros, y sus ganas de ser un turista en estas tierras donde los montes nos roban el sol, sino para acrecentarlo. Ahora ya no son tiempos donde lo matan a uno los claridosos.

 

Una acotación más antes de proseguir con lo que realmente nos tiene interesados hoy. Muchos de los escritos de Arreola están plasmados en las calles de Zapotlán; aún se encuentran aquí los zapateros que arreglan mal los zapatos, por nombrar un ejemplo, y mientras usted camina por estas calles llenas de cantera podrá revivir varias de las invenciones de este buen hombre.

 

Sigamos. Lomas del barro, como ya lo dije, es la colonia de los acaudalados. Si usted decide visitar esta ciudad para conocer este lugar, le recomiendo que suba por la calle Refugio Barragán de Toscano, justo en el centro de Zapotlán el Grande. Encontrará en una esquina el llamado Palacio de los olotes, una construcción grande y misteriosa: en sus pisos inferiores verá despachos de abogados que no concuerdan en nada con lo maravilloso de su arquitectura, que, aunque no llegue a palacete, es un gran orgullo para los zapotlenses. Después de admirar sus hermosos balcones y sus ventanas arqueadas, los portales lo invitarán a caminar entre ellos.

 

Camine hacia el este (para arriba, dirían por aquí). Recomiendo que camine por los portales y deje el centro para después, con más calma. Mire a todos lados, en especial hacia dentro de las puertas entreabiertas de las casas que se encuentran a su izquierda. Descubrirá detrás de esas grandes puertas de madera —cuyas piezas metálicas susurran el paso de los años— jardines llenos de flores, pequeñas fuentes, pisos de azulejo y altos pilares. Si puede entre. Seguramente no habrá quién pregunte qué asunto lo llevó ahí; aquellos lugares parecen funcionar al margen de la soledad.

 

Si siguió mis consejos, y además visita Zapotlán por la tarde, después de observar esas enormes casas (que déjeme le cuento un secreto: al fondo, detrás de la última puerta, hay otro patio igual, rodeado de muchos cuartos y arcos iguales), la sombra de los pilares de cantera le hará pensar que está usted dentro de una película de cine y que el espacio entre cada una de ellas es una viñeta. Algunos de esos pilares grises están tallados en una sola pieza, si tiene tiempo deténgase a buscar cuáles.

 

Al llegar al final de la calle, justo en la esquina entre la avenida Cristóbal Colón y la calle Pascual Galindo Ceballos, encontrará usted la casa donde nació la compositora mexicana Consuelito Velázquez. Me abstendré de contarle mucho acerca de esa casa, sólo diré que puede usted entrar, admirar el hermoso piso de azulejo y empeñar algunas de sus joyas más preciadas.

 

Caminará entonces por la calle Pascual Galindo Ceballos rumbo a donde sale el sol. Escoja usted la banqueta que más le convenga, donde se pose el sol o donde no. ¿Por qué le pido que camine por esta calle? Porque me encanta. La arquitectura de sus casas también sorprende. Algunas son más nuevas, con varios estacionamientos donde podrá observar lujosos automóviles, otras le recordarán al Palacio de los Olotes. Las encontrará una cuadra más allá, al cruzar la calle Moctezuma, y estarán de ambos lados; camine tranquilo, su destino se encuentra a menos de tres cuadras.

 

Al fondo de esa calle, descubrirá usted otro edificio grande, con un pórtico cuyos lados flanquean curiosas escaleras. Actualmente funciona como el edificio del DIF, por lo tanto, si está abierto, podrá usted entrar, actuar como si fuera a realizar un trámite y disfrutar también de esos patios de casa grande. Es muy atractivo a la vista por dentro y por fuera, y los guardias casi siempre están dormidos. Si se viera en aprietos por entrar y alguien le pide justificar su visita, diga que va a la plaza comunitaria, se encuentra hasta el fondo, así podrá visitar todo el lugar.

 

Varios de los edificios que el gobierno detenta ahora, son muy interesantes. Asemejan a laberintos, las puertas contrastan en su tamaño (algunos de ellos antes eran prisiones, como el edificio de la actual presidencia municipal, visítela, diga que va a la oficina de transparencia —al fondo del primer piso— o a archivo municipal —al fondo del segundo—, de esta manera podrá escudriñar sus rincones más ocultos, no tema en entrar por puertas que parece que no llevan a ningún lado, hágalo; al fondo del primer piso dé vuelta a la izquierda y camine hasta formar una “U”, saldrá usted por un pasillo largo donde se encuentra una biblioteca, enfóquese en los libros y las ventanas, deje el alto techo para otro día).

 

Después de visitar aquel edificio (si lo hizo), camine a su izquierda. Avanzará una cuadra más por la calle Aquiles Serdán Alatriste hasta cruzarse con la calle Vigía, luego prosiga a la derecha una cuadra más. Si ve una pendiente muy empinada, va usted bien. Ahí, si es buen observador —y estoy seguro de que lo es— verá un contraste enorme: las casas parecen mutar. Si hizo un vistazo rápido hacia el sur en la calle Alatriste, habrá descubierto muchas casas pequeñas, con niños jugando en las calles, casas de las que se hunden en la tierra, casas humildes.

 

Deténgase. Su vista se habrá posado en una construcción de enormes paredes de cantera, un edificio alto, ostentoso, gallardo. Siga a su izquierda, bordéelo.

 

Habrá visto que continúa hacia arriba, y también habrá descubierto el pequeño letrero en la casa de enfrente que advierte “Casa taller literario y museo de sitio Juan José Arreola”. Olvídese de la enorme construcción a su derecha, no vale mucho la pena, lo importante se encuentra enfrente, ahí dentro de esas murallas de piedra gris y ladrillo rojo, debajo de aquellos grandes árboles tranquilos.

 

Posiblemente llegue usted cansado. Después de ubicar la entrada de la casa (y de curiosear con la campana que hace las veces de timbre), siéntese debajo de la escultura de bronce del escritor y descanse. Espero que no sea martes, o usted se llevará la desagradable sorpresa de que se encuentra cerrado.

 

Se dará cuenta, durante su descanso, de que no mucha gente pasa por ahí, un par de vehículos costosos, algunas motocicletas de esas que son muy delgadas y que sirven para hacer piruetas por los aires, pero no hay turistas que atiborren el lugar.

 

Después subirá otros cuantos escalones que le harán atravesar por la puerta de madera y entrar a la casa. Si me hizo usted caso y visitó el lugar por la tarde, tendrá de frente al sol que lo deslumbrará por entre las figuras geométricas de las ventanas al poniente. Camine hacia delante, mire las fotografías en las paredes, las pinturas; asómese por las ventanas al fondo, verá un patio en pendiente con árboles. Habrá visto entonces a su derecha una galería. Es un cuarto grande, que entre sus paredes seguramente guardará alguna exposición de pinturas o fotografías. Entre, aunque no le llamen la atención, así dejará sus huellas en más lugares, que es lo que más importa en esta vida.

Recordará que, al introducirse en el recinto, a su derecha, se encontraban unas escaleras, regrese y súbalas. Ya descubrió el fondo, las luces que atraviesan las ventanas y pegan en los arcos de piedra, en los libreros. Sus ojos hallarán varias puertas de madera en los costados y la primera vitrina que guarda un busto de metal debajo de las palabras de Julio Cortázar. Entrará a la segunda puerta a su derecha, lo sé.

 

Ahí encontrará parte del museo, digo parte porque la casa entera lo es. Baje con cuidado los escalones, que no le gane el deseo de mirar lo que ahí adentro descansa tras las vitrinas. Como es usted un visitante atento y de observación incansable, estudiará rápidamente lo que hay a su alrededor, así su vista pasará ineludiblemente a través de esos gruesos barrotes tintos a su izquierda, donde detrás (en un piso más alto) habrá detectado más libreros, algunos percheros y un escritorio impresionante.

 

Tómese su tiempo, aquello permanecerá en su lugar. Leerá con atención las palabras impresas en las paredes y le sorprenderán los autores de cada una, que, aunque no están plasmadas con sus propias manos, dentro de aquella casa toman un significado especial y, junto con todo lo que en ese lugar ha descubierto, han armado en su mente una nueva imagen del escritor que la habitaba.

 

Fotografías de cuando niño, ediciones traducidas a varios idiomas, manuscritos, máquinas de escribir, montones de tableros de ajedrez, ya lo ha visto todo ahí, pero en su mente no descansa la idea de revisar esa otra pieza que se encuentra apenas unos escalones más arriba.

Ahí no hay vitrinas, todo permanece intacto. Absténgase de tocar, por favor, pero mire de cerca. ¿Vio ya aquella máquina de escribir? ¿Leyó los títulos de los ejemplares en los libreros? ¿Se detuvo frente al escritorio de madera, vio cada uno de sus pequeños cajones? Lo hizo, lo sé, y también tuvo que luchar contra ese deseo de tomar el bastón, de ponerse la capa y el sombrero.

 

Después de investigar cual Sherlock, no regrese por los escalones, siga al fondo donde está ese pequeñísimo pasillo. Sabrá que la casa tiene una interesante arquitectura cuando reconozca dónde se encuentra. Encontrará ahí, nuevamente a desnivel, una escalera de madera que lo llevará al desván. No podrá subir porque ahí se encuentra la oficina del director del museo, Orso Arreola, hijo de Juan José, pero podrá ver desde abajo —con mucha claridad si es que todavía no lo sorprende la noche— con toda aquella luz que entra por el gigantesco ventanal.

 

Saldrá a la terraza. Caminará hasta el vértice de las paredes y mirará durante varios minutos el valle surreal de Zapotlán el Grande, de norte a sur; inferirá por qué aquella región se llenó de tan grandes palabras.

 

Se sentirá como un niño que descubre con sumo interés una casa ajena. Bajará escaleras, subirá, y entre tanto movimiento estarán algunas esculturas. Son de otro artista de la región, le llaman Tijelino, en lo personal me sorprende aquella piedra cóncava que parece haber sido rebanada por las garras de un descomunal tigre.

 

En este momento permítase regresar, caminar por afuera de las paredes de la casa, mirar hacia dentro por sus ventanales —los cuadrados y los redondos—, vaya hasta donde le permitan. Luego descanse, asimile el asombro, y salga. Mírela desde enfrente, parece más chica ¿verdad?

 

Yo tuve la fortuna de conocerla varios años atrás. La visité con mis amigos de la universidad y nos dejaron entrar a la mayoría de los cuartos, incluso bajar por la escalera de caracol; a usted ya no lo dejarán, a menos de que su retórica se lo permita, pero que esto no lo desaliente, inténtelo.

 

Cierran algo tarde, y si tiene suerte podrá encontrarse con alguna actividad cultural —presentaciones de libros, obras de teatro, conferencias, torneos de ajedrez, recitales de poesía— que le permitirá quedarse de noche. De ser así, mida el tiempo, recuerde que llegó caminando y también debe regresar para contarle a alguien esa maravillosa travesía.