Hay una situación que por estos días indigna a la mayoría de la gente en Jalisco, particularmente en Guadalajara: las últimas medidas del gobierno, debido a la pandemia, prohíben a los mayores de sesenta años entrar a supermercados; pero, al mismo tiempo, el mismo gobierno les alienta a pagar impuestos como el predial, y en las recaudadoras sin restringir el aglomeramiento. La autora de la siguiente historia nos narra un episodio vivido recientemente que da cuenta de ello.

 

 

Brissa Arely Martínez Garibay

 

 

Tomé las llaves de mi vehículo y salí de casa a realizar el pago de impuestos que corresponden a este año, ni hablar, hay que pagar por tener casa y auto. Me dirigí hacia el edificio de Obras Públicas ubicado en la calle de Hospital. No era hora “pico”, por lo que pude circular con fluidez por la Calzada Independencia, avenida que cruza la ciudad de Guadalajara de sur a norte y que años atrás solía ser amplia y muy arbolada, llena de comercios y de vida, a través de la cual podías llegar fácilmente al estadio Jalisco y obligadamente pasabas al parque Morelos por una rica nieve raspada o a comerte un delicioso lonche de pierna de “Los Compadres” (hoy es prácticamente imposible hacer eso, con la delincuencia de la zona), y así, llegar hasta el imponente mercado de San Juan de Dios.

Pues bien, hoy esa emblemática avenida es estrecha, desesperante y caliente, ya que gracias a las obras del Macrobús se quedó “calva” y ya no tiene la bondadosa sombra de aquellos grandes árboles de jacarandas que tapizaban con sus flores de color morado el camellón de esa avenida.

Instalada en la nostalgia de aquellos recuerdos, no me percaté de que ya estaba llegando al mencionado edificio en el que tenía que pagar mi impuesto predial. Llegué a la entrada y recibí la ya acostumbrada toma de temperatura en el brazo (por aquello del mito de las neuronas quemadas, creo que ya no se arriesgan a tanta maltratada por parte de la ignorancia) y mi respectiva dosis de gel pegajoso como moco de King Kong y pasé al siguiente filtro, en el cual preguntan qué trámites vas a realizar.

Me dieron mi turno y me pasaron al área que corresponde al pago de impuesto predial: era un antiguo patio, lleno de sillas y techado, con un letrero en la entrada que mencionaba que el aforo máximo era de 45 personas. Tomé asiento y no pude menos que comenzar a observar aquel viejo edificio, maltratado, desgastado: un lugar que estoy casi segura ya pasa de la tercera edad. Tras de mi había dos señoras platicando de un tema que llamo mi atención:

 

—Muero de coraje y de vergüenza, fíjate que en la mañana fui al Superama a comprar la despensa y ándale que al llegar a la entrada el guardia me preguntó mi edad.

 

Yo, al escucharla, pensé: es muy peligroso preguntarle la edad a una mujer, y esta pregunta se puede volver mortal si va encaminada a evidenciar que es una persona de la tercera edad.

 

—¿Y qué le dijiste comadre?

—Tengo 55 años. ¿Y qué crees que me dijo el sinvergüenza ese?

—¿Qué?

—Présteme su identificación. Pero así, comadre, ordenándome, dudando de mí.

—¿Y qué le dijiste?

—Me dio mucha vergüenza con la gente que estaba ahí esperando y le dije: ¿por qué me hace esto? Yo solo necesito comprar mi despensa. “Son órdenes de gobierno señora”, me dijo. Me di la media vuelta y me fui de ahí comadre, vieras que feo se siente que lo traten a uno así.

—Sí, te entiendo comadrita; a mi hoy en la mañana me pasó casi lo mismo: fui a la farmacia Guadalajara con mi nietecito a comprar más cubrebocas, porque estos ya están bien usados, y llegué y el guardia también me preguntó mi edad.

—¿Y tú qué le dijiste comadre?

—También me moría de la pena, había un montón de fila atrás de mi y le dije al guardia: a ver, ¿si yo te digo mi edad me vas a creer? “No, le voy a pedir su identificación”, me dijo.

—Y si en mi identificación ves que soy menor de 60 años ¿vas a dejar pasar a mi nietecito? “No”, me respondió.

—Entonces no tiene ni caso que te la enseñe. Y me fui de ahí comadre, pues qué se imaginaba que yo iba a dejar al niño en la calle, pues ni que estuviera loca.

 

De ahí en adelante ya no sé qué más dijeron, se me quedaron muy grabadas las penurias que un adulto mayor está pasando para poder subsistir en estos momentos. En eso ya tocó mi turno de pasar a ventanilla, hice mi pago y salí de ahí para dirigirme a otra recaudadora para pagar el refrendo del carro.

 

Tomé las calles del antiguo barrio del Retiro y me percaté de que ya casi de barrio no le queda nada, la frontera que hacía el camellón de Av. Normalistas y que dividía a la clase media de la clase baja, afortunadamente ya está igual de bonito para ambos lados; por lo menos ahí ya no se nota tanto la desigualdad social.

 

Llegué, pues, a la Secretaría de Vialidad y me topé con una fila enorme, me formé y le pregunté a una agente vial que estaba dirigiendo el tumultuoso tráfico de la fila, si el pago podía realizarse por internet, y de ser así, en cuánto tiempo me llegaba la tarjeta de circulación a mi domicilio. La mujer parece que se enfrentó a la pregunta mas difícil de su vida, por lo que no me contestó y se fue a a otro lado. La persona que me antecedía volteó y me dijo:

 

—La tarjeta de circulación no llega nunca, yo la sigo esperando desde el año pasado y aun no llega, por eso mejor vine aquí.

—Muchas gracias por la información—, le dije.

 

La observé y me di cuenta de que era una persona mayor de 60 años y se me hizo raro que estuviera haciendo fila. Atrás de mí escuche a un señor que me dijo:

 

—No se desespere señora, la fila avanza rápido y aquí le entregan su tarjeta de circulación luego luego.

—¿De verdad cree que sí avance pronto la fila?

—Sí, va a ver que sí.

—Muchas gracias, señor.

 

Asombro total: este señor no era de la tercera edad, era como de la cuarta o quinta edad y ahí, al voltear hacia atrás o adelante, había en gran cantidad de adultos mayores haciendo fila para el pago de sus impuestos. Efectivamente, la fila avanzó muy rápido y realicé mi pago.

 

Regresé a mi vehículo pensando que todas las recaudadoras municipales y estatales están llenas de “cabecitas blancas”, todos vulnerables, todos expuestos, sin despensa, sin comida, sin medicamentos, porque el gobierno del estado les ha prohibido la entrada a los supermercados y a las farmacias, pero eso sí, para la recaudación de impuestos no hay restricciones, al contrario, alienta a este sector de la población a pagar rápido, para alcanzar más descuento.

 

Por estos días las señoras ya no se quitan la edad para conquistar a un caballero, se la quitan para poder conseguir alimento y medicina.