El presente relato, lo dice su propio autor, “pretende ser un cúmulo de impresiones personales y vivencias que intentan trazar un mapa personal de la ciudad de Hanoi”. ¡A disfrutar este pequeño viaje!

 

 

Cristóbal Ascencio

Foto de Chor Tsang en Unsplash.

 

 

Cuando pensamos en Vietnam, la mayoría de los habitantes de este lado del mundo tenemos imágenes que nos remiten a la guerra que este país libró con los Estados Unidos por casi 15 años. Películas como Apocalypse now o Platoon forman parte del imaginario colectivo y crearon esta imagen de Vietnam como un país selvático, lleno de ruinas y de gente dura.

 

Hace un par de años, mi mayor preocupación en la vida era tener ropa interior limpia para los siguientes días y una idea más o menos clara de cuánto dinero iba necesitar para llegar a mi siguiente destino. Mi vida transcurría entre aviones, trenes y autobuses, mochilas pesadas, zapatos gastados y cámaras fotográficas. Del 2016 al 2018 adopté un estilo de vida nómada y difícilmente me encontraba en un mismo sitio por más de un mes a la vez.  En estas andadas fue como llegué a Vietnam, con mi cuenta de banco casi en ceros, una mochila con algo de ropa, mi cámara fotográfica y un par de contactos de personas que había conocido durante mis años de peregrinaje.

 

Cuando llegué a Vietnam, decidí establecerme en Hanoi, la ciudad capital del país ubicada al norte. Hanoi es un lugar con harta historia, es una ciudad que ha sido testigo de muchas guerras, gobernantes y sucesos que han marcado el desarrollo de toda una nación. Pero de ese tipo de historias ya se han escrito muchas páginas y es más bien materia de historiadores y geógrafos, cosa que este humilde narrador no es, ni pretende ser.

 

Este relato pretende ser un cúmulo de impresiones personales y vivencias que intentan trazar un mapa personal de la ciudad de Hanoi.

 

Lo primero que hay que decir cuando se habla de Hanoi, es del Old Quarter, o el barrio viejo. Esto vendría siendo algo así como el centro histórico de la ciudad.  El barrio viejo es un lugar conformado por callejones estrechos, edificios viejos, pegados uno al otro, miles de motociclistas, vendedores y transeúntes que día a día libran una batalla por reclamar su pedacito de pavimento. Aquí el tráfico no distingue entre zonas peatonales, banquetas y calles. Todo terreno es parte del campo de batalla y encontrar la mejor manera de cruzar avenidas y calles puede considerarse un deporte extremo. Como consejo, les puedo decir que al decidir cruzar una calle, lo mejor es elegir una velocidad a la hora de caminar, y no acelerar ni alentar el paso una vez que se haya puesto en marcha, esto hará que los motociclistas y demás conductores puedan calcular más o menos su marcha y no ocasionen ningún accidente de tráfico. Se tiene que entender el flujo de la calle y rezar por no interrumpirlo con un descuido.   Además de las interminables batallas por el derecho a transitar, el barrio viejo es el centro del turismo de la ciudad, aquí se encuentran la mayoría de templos, edificios antiguos, hoteles, restaurantes, agencias de viaje, restaurantes, tiendas de souvenirs, bares de mala muerte y todas esas cosas que los turistas buscan en una ciudad nueva.  Debo admitir, que conforme pasaron los meses, el barrio viejo se convirtió para mí en un lugar poco entrañable. Las masas de turistas mochileros con playeras sin mangas y grupos de jóvenes en su mayoría europeos caminando por las calles alcoholizados hicieron que el lugar perdiera su encanto a las pocas semanas. Las pocas veces que frecuentaba la zona era para para encontrarme con amigos y observar a los miles de turistas caminar sorprendidos y asombrados por las calles mientras disfrutaba de una plática en alguna de las decenas de restaurantes que ofrecen cerveza de barril a un precio de aproximadamente cinco pesos mexicanos por un vaso de 300 mililitros.  Los restaurantes, en realidad, consisten de mesas y bancos de plástico en colores chillones, muy chaparritos, que le roban espacio a las banquetas o calles, llenos de turistas, uno que otro local despistado y residentes temporales como yo.

 

Si uno se aventura a salir del barrio viejo, al oeste de la ciudad, se encuentra el mausoleo de Ho Chi Minh, o como se le conoce afectivamente: el tío Ho. Este mausoleo se encuentra en una explanada amplia, llena de pequeños jardines en los cuales es común encontrar familias descansando, especialmente los fines de semana. Al centro de la explanada se encuentra una bandera gigante de la nación, con un poco de suerte se puede observar a la estrella solitaria bailar con el viento. Dentro del edificio, que se encuentra custodiado por dos soldados uniformados a cada lado de la entrada, está la tumba del que fuera el gran líder revolucionario y que el día de hoy se encuentra en la parte trasera de todos los billetes de país: el tío Ho. Al hablar con cualquier local sobre el tío Ho, uno se puede dar cuenta del gran respeto y aprecio que la gente de Vietnam tiene hacia su héroe nacional, es casi casi un deidad. De antemano, le ofrezco mi bendición a cualquier valiente que se atreva a hablar en tono negativo acerca del difunto que aquí descansa en la presencia de un vietnamita.

 

Si seguimos un poco hacia el norte y luego un poquito hacia el este, nos encontraremos con el puente Long Bien, una de las joyas arquitectónicas de la ciudad.  Aquí vale la pena entrar un poquito en materia de historia y mencionar que Vietnam fue una colonia francesa por casi 70 años. Este puente fue construido en 1903 por Daydé & Pillé, que para quienes no sabemos de arquitectura, fueron los mismos que construyeron la Torre Eiffel en París. El puente conecta los distritos de Hoan Kiem y Long Bien y atraviesa el Río rojo. Es diariamente transitado en su mayoría por motociclistas, con dos carriles de cada lado y por el centro unas vías de tren. Ver al tren pasar por el acero oxidado y rojizo es todo un espectáculo: pareciera que no cabe entre las vigas, o que en cualquier momento se puede descarrilar y chocar con alguna de las motos que pasan a pocos metros de él. En algunas ocasiones se puede ver a parejas de novios, turistas y uno que otro estúpido caminar por las vías para capturar una foto que seguramente obtendrá una buena cantidad likes cuando se comparta en redes sociales. Si uno madruga, puede alcanzar a ver desde el puente el mercado que cada mañana se monta justo debajo de las vías.

 

A la mitad del puente se encuentra lo que se convirtió en el lugar favorito de la ciudad para este narrador: La llamada Banana Island o Isla de los plátanos. Para llegar aquí hay que estacionarse a medio puente, en un espacio pequeño donde apenas caben las motocicletas o bicicletas. Aquí hay que bajar por unas escaleras viejas y medio escondidas que nos llevan a la isla. Este pedazo de tierra en medio de la ciudad es como un pequeño oasis dentro de un desierto de pavimento. Hanoi es una ciudad con casi 10 millones de habitantes, en donde la contaminación y el ruido son aspectos que uno tiene que aceptar si se pretende vivir aquí. La isla de los plátanos es un pedacito de paz dentro del ajetreo de la ciudad.  Es un pedacito de tierra lleno de plantaciones de plátanos, vegetales y árboles. En la isla hay una que otra casita y chozas humildes, en una de ellas una familia vende té helado y si se corre con suerte, cerveza, que aunque nunca está muy fría, se disfruta de igual manera. Si uno se aventura y camina por la isla se puede llevar una sorpresa: en un lugar siguiendo la ribera del río hay una especie de playita, en esta playita, decenas de hombres locales acuden a bañarse, ejercitarse y jugar ajedrez, con la peculiaridad de hacerlo sin ropa. La playita nudista en medio de la gran ciudad solo es frecuentada por locales, exclusivamente del sexo masculino, que acuden diaramente a relajajarse y disfrutar de un buen baño a las orillas del río Rojo.

 

La mayoría de los residentes extranjeros en la ciudad viven en el barrio de Tay Ho, situado a las orillas del West Lake, o Ho Tay.  Aquí, igual que en toda la ciudad, hay pocas calles y cientos de callejones en donde no caben los autos y las casas se encuentran pegadas unas a otras con negocios y uno que otro restaurante. Este es el barrio en el cual este narrador encontró un hogar por más de un año. Mi casa, se encontraba en uno de los múltiples callejones que forman parte del inmenso laberinto que es Hanoi. Justo enfrente de donde viví, se encontraba una tiendita donde podía comprar botanas y bebidas; cuando digo justo enfrente, quiero decir que mi puerta y la puerta de la tienda estaban a cuatro metros de distancia, así de estrechos son los callejones. De acuerdo al horóscopo Chino, el 2017, correspondió al año del gallo.  Fue hasta que me percaté de esto que pude descifrar por qué mis vecinos tenían gallos en sus casas, y por qué parecía que su canto estaba programado para que a las dos de la mañana, sin retraso, empezaran a hacer ruido. A la vuelta de mi casa se ponía un mercadito callejero en donde se puede comprar vegetales, frutas y carnes: todo se monta en el suelo, sobre un plástico, con los vendedores espantando moscas e insectos al mismo tiempo que hacen señas y gritan para que la gente se acercara a comprar sus productos.  Desde mi casa se podía caminar al mercado de las flores, que se pone cada día de dos a seis de la mañana; aquí, aparte de los comerciantes y madrugadores, se juntan los borrachos y desvelados que buscan algo que comer antes de ir a dormir.

 

Al recordar mis días en Hanoi, invaden mi mente cientos de imágenes de calles atiborradas de negocios, y de delicias culinarias callejeras como el Pho Bo o el Bun cha. Las decenas de pagodas y templos antiguos que adornan las calles conviviendo con el progreso y los altos edificios que forman parte del Hanoi cosmopolita y moderno. Hanoi es una ciudad de contrastes, en donde conviven lo viejo y lo nuevo lado a lado, así como sus casas y construcciones, sin espacio de entre medio. Basta darse una vuelta por el barrio donde está la torre Lotte con sus 272 metros de altura o el complejo habitacional y comercial Royal city para darse cuenta de esto. Hanoi es de cierta forma una manifestación de un pueblo que se aferra al pasado mientras da pasos agigantados hacia un futuro global.

 

Esta pequeña narración es tan solo una pincelada de una ciudad vibrante, llena de vida y en la cual la vida pasa en la calle y el espacio público.  No es más que un primer esfuerzo por ejercitar la memoria un poco y recordar aquellos callejones interminables, jardines escondidos entre edificios y concreto, calles repletas de barberos callejeros y vendedores de alimentos. Un intento de ampliar esa imagen que se tiene de los países asiáticos como lugares exóticos, con pocas cosas en común con nuestro día a día, cuando en realidad, somos más parecidos de lo que creemos.