Él no sabe guardar rencores porque no tiene espacio, sólo le gusta acumular recuerdos, viajes, historias de su pueblo, fotos, tornillos, roscas, pinzas, desarmadores y toda pieza pequeña que algún día pueda necesitar.

 

 

Mago Rodríguez

 

Tengo 43 años, estoy soltera, no tengo hijos y vivo con mi padre, de 82 años, que está jubilado. Me pregunta mi roomie:

 

—¿Qué hay de comer?

—Rajas poblanas con pollo y sin crema.

—Las voy a guardar para comer otro día e iré a ver qué hay en el mercado.

 

Siempre le pregunto qué quiere comer: su dieta médica excluye toda verdura de hoja verde, café y chocolate; la personal: lácteos, tomate, champiñones y cualquier alimento con nombre nuevo para él: quinoa, cúrcuma, portobello, entre otros. Nunca dice “no quiero” o “no me gusta”, en cambio, su catálogo de pretextos es variado:

 

* Lo guardo para que mañana no hagas.

* Creo que la última vez que lo comí me hizo daño.

* En la tele dijeron que eso da cáncer.

* Está muy rico, pero si le pones limón le cambia el sabor.

 

En una ocasión, cuando llegué de trabajar me dijo que la sopa de verduras le había inflamado el estómago, que le dolía y había ido dos veces al baño, que lo mejor era no cenar. Le pregunté si quería ir al médico, me respondió que no, que se pondría trapitos húmedos en el abdomen.

 

Una hora después pasaron anunciando tamales verdes y rojos, y él se levantó a comprar cuatro y se comió dos con una taza de atole. Eso fue suficiente para que su malestar terminara.

 

Mi roomie confía en los que compran pollo: quedó demostrado el día que se encontraba arreglado las plantas de la entrada, una persona se le acercó y le pidió prestados veinte pesos. Él se los dio. Cuando le pregunté si lo conocía, me respondió que no, pero que traía una bolsa con pollo. Nunca regresaron a pagarle el préstamo, pero él no sabe guardar rencores porque no tiene espacio, sólo le gusta acumular recuerdos, viajes, historias de su pueblo, fotos, tornillos, roscas, pinzas, desarmadores y toda pieza pequeña que algún día pueda necesitar. Tampoco se sabe guardar opiniones y lágrimas: esas brotan en cuanto son creadas.

 

Hay cosas que le cuesta entender: usar los cajeros para retirar su pensión y el por qué no le llega su estado de cuenta. Se pregunta por qué nadie en Netflix se encarga en destrabar la cinta cuando se queda congelada la película. Tampoco entiende eso de “todes”, “nosotres”, “elles”, “perrijos” o “gatijos”.

 

Mi roomie quedó viudo hace un año y siete meses; desde entonces aprendió a preparar café soluble, calentar comida, freír frijoles y hacer chilaquiles. También otras labores, como barrer, trapear, lavar trastes, tender la cama y sacudir. Sus pasatiempos son la sopa de letras, leer y reparar cosas. Practica para aprender a usar un smartphone y una computadora para ver películas.

 

No quiere mascota, eso me quedó claro un día que llegué y en la cochera había un gato pequeño que se había colado por la parte de abajo del cancel. En cuanto entré me esperaba en la ventana del lado de la puerta. “Entra rápido para que no se meta el gato”. Obedecí; me contó que llegó después de las once, se dio cuenta porque empezó a maullar, por lo que le dio el pollo que había sobrado en la comida de ayer. Pero, enérgico, me aclaró que no nos quedaríamos con el gato. Está bien, respondí.

 

—¿Y si le ponemos una cobija?, es que hace frío—, comento.

—¿Pero eso no hará que se quede?

—¡No, no se quedará el gato! Tú no estás en todo el día y no puedes hacerte cargo de él. ¿O quieres quedarte con el gato? Porque se comen a los ratones. Pero hay que llevarlo al veterinario y vacunarlo.

—El sábado, si quiere, lo llevamos y preguntamos qué necesita; también podemos preguntar a qué edad se puede castrar.

—No, no nos vamos a quedar con el gato. ¿La veterinaria abre los sábados?

 

Nos fuimos a dormir, planeando llevar al veterinario al gato que no nos quedaríamos. Al día siguiente, antes de salir rumbo al trabajo, busqué al gato. Ya no estaba.  Mi roomie me reprochó: “¿Ya ves?, se fue el gato porque dijiste que lo ibas a castrar”.

 

Para que conviviera con personas de su generación, le recomendé ir al grupo de Adultos Mayores del DIF, él me respondió que no, que ahí iba puro viejito. Entonces le dije que fuera al equipo de básquetbol de la unidad deportiva, pero me recordó que su médico le enfatizó que, si algo le pasaba a su prótesis de rodilla, no se la volverían a reponer, por lo que tiene que cuidarse.

 

Siempre estuvo acompañado: primero de sus diez hermanos y padres, después de su esposa y tres hijos. En sus empleos también había contacto con muchas personas. Fue chofer de camiones y luego conserje de un edificio. Hoy está aprendiendo a estar solo. Dos de sus hijos están casados formando sus propias familias y su única hija pasa doce horas fuera de casa por su trabajo.

 

A veces mi roomie me dice que pensó que iba a morir antes que mi mamá y que sería ella de quien me tuviera que encargar yo, pero sabe que Dios no está para cumplir antojos.