¿A quién no le tocó un episodio en la secundaria de: “a la salida”? Ya sea que uno fuera como público o bien —como el caso del testimonio que nos comparte en esta ocasión el autor— como protagonista, difícilmente alguien no vivió una experiencia así.
Jorge Macías Borrayo
Sonó la campana del recreo, salimos todos y yo corrí a buscar a ese cabrón. Estaba jugando basquetbol cuando llegué y lo empujé.
—¡Ey! ¿Que tú andas diciendo que yo grafitié el baño?
—No, pero si quiero, lo digo. ¿Cómo ves?
En mi mente él era un morro pendejo, que no valía madre; pensé: no me dura nada este cabrón.
Lo conocíamos como el “Tobi”, porque era la viva imagen de ese personaje de la Pequeña Lulú, pero este se decía grafitero, como todos en esa secundaria por esos bellos años noventa. Lo miré a los ojos y le dije:
—Te voy a partir tu madre si hablas, cabrón.
Nos miramos fijamente por unos segundos, la secundaria nos puso atención, todos dejaron de jugar y correr, se hizo una bolita nuestro alrededor.
— ¡Pártele su madre “Tobi”!
—¡Chíngatelo, “Chino”!
Nos retiramos poco a poco y lo señalé con el dedo, diciéndole el famoso:
—A la salida.
—Arre.
Todos gritaron emocionados: “¡a huevo, los del B contra el C!”. En seguida se convirtió el asunto en una guerra de salones. Las clases pasaron rápido, yo estaba confiado: esa sería mi tercera pelea en la escuela. La primera fue con un amigo, Salomón, me caía bien, pero no recuerdo qué dijo en clase y todos empezaron a gritar y decir de cosas, al punto que, en una hora libre me paré, lo agarré del cuello de la camisa y él me respondió con un cabezazo en la boca, ¡qué buen putazo me puso!, casi me caí; ese méndigo flaquito era mañoso, al final lo logré tumbar y me le subí y le comencé a pegar en la cara… pero nos detuvieron. Salomón se paró todo rojo y dijo:
—¡Ahí muere wey! Si somos compas, ¿qué mamas?
Yo estaba tan cansado y agüitado que le dije: ahí muere pues, cabrón, y caminamos como siempre de regreso a casa, juntos por la misma calle.
La segunda recuerdo que me tenían a mí en el piso, me tiraba a la cara, pero yo me movía y solo le decía: deja que me pare, hijo de tu puta madre. Y cuando por fin me paré, le puse dos o tres golpes, a mi ver, muy mal plantados, si acaso el ultimo sí, pues su cabeza pegó contra la pared que tenía atrás. Y gritó:
—Ahí muere… ahí muere.
Este era la tercera y yo pensaba mejorar cada vez más, no tenía miedo, lo que en realidad me tenía preocupado era que el director supiera el nombre del que había rayado los baños de hombres, sobre todo cuando habían acabado de limpiar todos el grafiti con thínner, por lo general seguían limpios un par de días o una semana, pero esa vez entré y vi las paredes limpias, recordé que traía un marcador nuevo en la mochila, no aguanté y con las letras más grandes que pude, escribí: Groos, y no me fijé que el “Tobi” estaba en el mingitorio, hasta que lo escuché subirse el cierre, salió del baño y me vio con el marcador en la mano. Ya me imaginaba la cara de mi mamá diciendo:
—Seguro esa música que escuchas donde nomás gritan te está afectando, y tienes 30 faltas mijito, de eso no hemos hablado.
Así que sí debía partirle su madre al “Tobi”. Sonó el timbre de salida y la horda de cucarachas —así nos decían a los de esa secu por usar uniforme café— salimos. Se iba haciendo la bolita mientras caminábamos, el grupo de los del C iban hablando con el “Tobi”, como los entrenadores de box, cuando el peleador va entrando a la arena; en mi esquina, los míos eran: un amigo al que le decíamos el “bicho”, con el cual ya me había ido a rayas por la avenida 8 de julio, y el otro era el “Monki”.
—“Wey, está bien pendejo, sí lo madreas, pero que no te tumbe, porque está gordo y te va a abaratar en el piso”.
Me quité la mochila y lo miré, ya con la guardia arriba, y él viéndome fijamente a los ojos. Pensé: ¿dónde le pego? Está más grande que yo, no manches. Él, no sé qué pensaba, pero igual no atacaba. ¿Cuánto tiempo pasaría?, porque comencé a oír:
—¡Ya, pues… dense!
—¿Van a bailar o qué?
—Ya, “Tobi”, madréalo.
Que suelto el primer golpe y no le di, pero él sí, me fui para atrás y la gente me regresó al círculo; me dolía un chingo el cachete y eso de pronto me dio miedo, pero le tiré de nuevo, le di en la boca y me retiré.
—¡Eso! ¡Con todo, no te le acerques mucho!
—¡Así mi “Chino”, puro parado!
Yo ya tenía miedo, y él no se cayó ni mucho menos, al contrario: lo vi enojarse más. Y pensé: pues chingue su madre, me le dejé ir con todo, olvidando el “no te le acerques mucho”, me abrazó y me tiró al piso. Me iba parando rápido y de pronto, ¡pum!, el cabrón me pateó la cara.
Mis amigos gritaron: “era puro parado, puto, no mames, “Tobi”. Escuché que se alebrestaban todos. Pero yo no me moví, me quedé parado, abría y cerraba los dos ojos y no veía nada, solo negro; intenté abrir el ojo que no estaba golpeado, pero igual nada. Oí al “Bicho” decir:
—¡Aguanten, aguanten… no mames, no ve nada, cabrón, le pegaste en un ojo!
—¿Si puedes, “Chino”? Si no, ya ahí muere.
Les contesté enojado: no, espérate, ahorita me repongo. Escuché que la bolita se disolvía.
—Estuvo bien chafa, wey.
—Pinche “Tobi”.
—No mames, ¿y si va a ver ese wey mañana?
El “Tobi”, según me dijeron, agarró su mochila y se fue corriendo, yo tomé de lazarillo al “Bicho”, conforme fui caminando comencé a ver, pero me dolía mucho, al parecer el “Tobi” traía unos zapatos bostonianos, se usaban mucho en aquel entonces, tenían casquillo y aparte una placa en la punta de la suela, al caminar sonaban como zapatos de tap.
Ese día mi mamá ni se enojó, me lavó el ojo, y me curó la grieta que me cruzaba el pómulo. Me quedó una cicatriz como la de Brandon Lee en El cuervo.
Al día siguiente, en la secu, unas morrillas me pararon, me vieron la cara y se fueron diciendo: “casi le saca el ojo, jijiji…”
En lo personal creo que más bien me abrió los ojos, porque dejé de andar de peleonero, pero eso sí, la cicatriz se veía chida.