El siguiente es un testimonio, rescatado por el autor, de lo sucedido aquel 4 de junio pasado, en el centro de Guadalajara, día en que las protestas por la muerte de Giovanni López a manos de la policía se salieron de control. Quien da cuenta de lo sucedido trabaja en un negocio en el centro y así le tocó vivirlo.

 

Jorge Macías Borrayo

 

Alejandra trabaja en un pequeño local, a tres cuadras del Palacio de Gobierno. El pasado 4 de junio, día en que las protestas por la muerte de Giovanni López se convirtieron en un verdadero caos, ella no se imaginaba lo que le tocaría ver.

A la hora de la comida la lonchería estaba un poco más vacía de lo normal, eso sí, la calle a través del ventanal se veía especialmente movida: gente iba y venía casi como si fuera sábado.

A las cuatro de la tarde esa calle se puso azul de tanto policía que pasaba, se acercó a la puerta y miró más atenta, notó que también pasaban chavitos, le llamó la atención que muchos tenían el cabello pintado de colores, entonces recordó que tenía que hacer el pago de la escuela de estilismo a la que acudía antes de la cuarentena.

Aproximadamente a las seis de la tarde la corredera de gente la hizo salir a ver qué pasaba: habían prendido la primera patrulla cerca de la Plaza de la Tecnología, un humo negro horrible cubría todo el centro, era una cosa increíble, parecía de película.

Alejandra inmediatamente le marcó a su supervisor, para avisarle que iba a cerrar la tienda:

—Oye no manches, está bien culero aquí, hay un desmadre, voy a cerrar.

—No, no manches, yo no puedo autorizarte a hacer eso, márcale al patrón.

—¡Ay, te pasas! ¡Wey!, la tienda está asegurada, no hay bronca, pero ¿qué tal si se meten? Luego ya ves que la gente se malviaja. ¿Qué tal si nos roban los celulares? ¿O nuestro dinero? ¡Ay, no se wey!

—¿Qué te digo?… Háblale.

Le llamé, y él me dice:

—Ay… ¿pero sí está muy feo?

Eran las seis de la tarde, pasaban un chingo de policías, ambulancias, bomberos y luego una patrulla aventó a un señor, no le pasó nada, o sea, la patrulla pasó rápido y como que lo empujó con la salpicadera, eso le dio risa a Alejandra, porque no le pasó nada, solo -dijo- se vio botana.

“Ahora platicándote esto, me acordé de cuando fue lo de los saqueos, cuando Peña no sé qué pendejada hizo, que hubo saqueos, así se veía este pedo. Todos los comerciantes comenzaron a bajar cortinas y le mandé mensaje de nuevo al jefe, me dijo”:

—Ya que sientas más peligro cierras.

“Yo estaba preocupada, aparte nadie estaba comprando. Ni una sola venta salió en ese rato, pensé: voy a cerrar, me retiro de la zona y ya en la noche regreso para hablarle, pero no fue necesario, le comencé a mandar fotos y como que se asustó. Ya, total nos dejó cerrar, pero ahora era un pedo cerrar porque la gente no nos dejaba, se amontonaban a pedirme agua y rollo, algunos me pidieron agua oxigenada, pero eso sí no les di, porque pensé que se iba a correr la voz que les estaba ayudando y no sé, me dio miedo… Entonces se ponían ahí a limpiarse, entre la puerta de vidrio y la cortina ¡No manches: hombres y mujeres con sangre en la cara porque los habían golpeado; al final, como pude, bajé la cortina y le dije a mi compañera Rebe:

—Agarra tus cosas.

¡No, pinche morra! ¡Se andaba perfumando y pintando, lentísima! La tuve que sacar a empujones, le dije:

—¡No mames! ¿No ves que está bien peligroso? y tú con tus pachorras.

Total, la morra se fue y ya estaba poniendo candados cuando llega el supervisor. Y me dice:

—¿Por qué cerraste?

—Porque me autorizó don Beto.

—No mames. ¿Hiciste corte?

Como estamos teniendo problemas de que a veces falta dinero de la caja, me dijo:

—Tengo una idea: bajamos la cortina como si estuviera cerrado y me quedo aquí afuera cuidándote, ya que acabes me avisas y te abro.

Pues ahí voy de pendeja a hacerle caso y me metí, limpié la tienda, hice corte, hasta preparé el pan que íbamos a hornear al día siguiente.

Se escuchaban, sirenas de todo tipo, ambulancias, policía, bomberos, los gritos de la gente.

—“¡Piche gobierno, justicia culeros!”.

No manches, como en las películas. Me pasó por la mente: donde se pongan a aventar piedras. Me escondo en el congelador, pensé. Para variar, el supervisor no traía pila en su celular y ni cómo avisarle que ya estaba lista, tenía candado por fuera, así que no podía abrir, comencé a gritar y no me escuchaba y entonces le pegué a la cortina, pero eso fue mucho rato, casi media hora, no sabía si el wey se había ido a alguno lado. Pensé: ¿y si se lo llevó la policía?, ya me quedé encerrada, pero de repente levantó la cortina. Me dijo

—Ay, no te escuchaba.

Cerramos, nos despedimos y comencé a ver que una cuadra arriba estaban pateando los locales; pensé: ya valió verga, se van a subir para acá, pero pues ya había cerrado, ya ni modo, yo me voy. Escuche que andaba un helicóptero y que cae la primera bomba, no sé si era gas pimienta o gas lacrimógeno, no sé cuál sea, pero comencé a ver borroso y a marearme, en la esquina estaba una viejita y como que se sentía igual, porque se cayó, entonces la gente se enojó, todos decían:

—¡No mames, la viejita! ¡La viejita!

Unas chavas la sentaron en una fuente y le hablaban, pero ella no habría los ojos, como que estaba inconsciente, la demás gente se fue contra los policías, como enojados por la señora, yo quería caminar lo más normal posible, porque veía que a los que corrían los subían a la patrulla, pero no mames ya no podía casi respirar, se me cerró la garganta. Y luego volteo y veo que ya había un chingo de gente alrededor de la viejita, no la dejaban respirar, se supone que lo que necesita alguien cuando se desmaya es respirar. Y eso como que me dio, no sé… ganas de llorar, o sea, ya tenía los ojos con lágrimas por el puto gas, pero no sé, wey, sentía una desesperación como ganas de gritar, ¡ay!, no sé.

Total, que avientan la segunda bomba, y dije: no mames, si no corro no sé si vaya a llegar viva a mi casa. Entonces corrí como pude, di vuelta en Madero, rumbo a 8 de julio.

No mames, tardé un chingo en llegar a la parada del camión, veía bien borroso y te juro que neta sentía bien culero el pecho.

Ya en la parada vi que traían a la viejita dos personas, le decían:

—¿Dónde vive?

Pero no escuché qué contestó, creo que en Tlajomulco, porque como que vi que la subieron a uno de los camiones que va para allá.

Yo llegué a mi casa con dolor de cabeza, me ardían los ojos, no se me quitaba, mi mamá me dijo que bañara porque a lo mejor traía la ropa impregnada, y sí, santo remedio. me bañé y se me quitó. ¿Sabes qué es lo malo? Que el sábado me va tocar estar otra vez en la tarde”.