A fuerza de costumbre, el Parque Revolución es mejor conocido hoy, en pleno año de la pandemia, como el Parque Rojo. ¿Por qué? Quizá haya algunas razones para llamarlo así, a los ojos de un breve recorrido que hizo el autor para intentar retratárnoslo.

 

Juan Valdovinos

 

El color rojo en el suelo parece vibrar. Mojado se torna vivo. Rojo como la sangre, rojo como labios seductores; uno llamativo, otro peligroso.

 

El parque es rojo, como muchas cosas a su alrededor o en él: es roja la camisa de aquel joven en patineta, también lo es el cabello de la chica de enfrente en quien clava su mirada. Rojo es el camión con la leyenda «Si Tren», donde se sube ella y otras veinte personas antes formadas sobre las cintas rojas, y el color del semáforo para detener su pletórica marcha hacia la Minerva.

 

El pavimento también es rojo, pero en algunos lugares se despinta y parece más rosa. En otros luce más quemado, como terracota. Rojos son los 162 cubos de concreto distribuidos en su faz: 90 en su ala norte, 72 en su ala sur. También son rojos los posabrazos de sus bancas, humedecidos y agrietados, sus jardineras y macetas, y los aros sobre sus antiguas lámparas. También la tierra bajo los árboles es de este color. La fuente vacía, las estructuras de metal de los juegos para niños.

 

Es rojo como la sudadera de aquella mujer acercándose mientras riega las muy rosadas bugambilias, las olorosas lavandas, los chaparros arbustos. “Cuidado”, me dice, pero significa “mojaré la banca donde estás sentado, muévete”.

 

Rojo como se iluminan los segundos para detener al caminante en el semáforo peatonal. Como las luces de alto en los vehículos. Como el color de ese Tsuru, ese Ibiza y ese Audi, tres en línea. Rojo como la tienda de colchones, como el letrero de Súper tortas La Bendición allá del otro lado, o de los anuncios luminosos dentro del bar Rock It: Red Bull y Gulden Draak.

 

Rojo como la moto del repartidor dirigiéndose hacia mí. ¿Sabes la dirección de aquí? Me pregunta, me cree perdido, quiere ayudar. Sólo estoy observando, buscando cosas rojas, le digo y se va extrañado.

 

Rojo como los ramos de flores vendidos por aquella señora, o como el letrero de tacos de barbacoa «Wera», así escrito. Como las pequeñas y escondidas hojas en los maceteros afuera del Six Hotel. Como los detalles de las bicicletas públicas; como el color del nombre de los churros La Bombilla o la franja apenas pintada sobre ese concurrido local.

 

En su costado de la calle López Cotilla hay mucho de este color: la construcción del 749A —restaurant incluyente, según se lee bajo el nombre Cachito de cielo—, el pequeño puff en el suelo del café del 747, las letras “Capitán Munchies” del negocio del 745, también detrás del nombre del instituto de belleza Loccoco, las bardas inferiores del Vancouver Wings (los extintores dentro de todos ellos), y el desvaído de la finca 723. La palabra paste también resalta rojiza en el negocio de estos panecillos, como las franelas del viene viene.

 

En los negocios de Federalismo resalta el escarlata: en el Oxxo, en el restaurant de comida japonesa Okuma, o en el costado derecho del 7 en la marca del Seven Eleven; curiosamente, el mismo costado en la T del símbolo del Tren Ligero también se pinta carmesí.

 

El tren también contribuye a este color. En su mapa colorea los nombres de los municipios Ixtlahuacán del Río, Tonalá, Tlaquepaque y Zapopan, y señala tres puntos de interés: la correspondencia entre el Si Tren y el trolebús, la ruta de la Línea 1 y sus oficinas centrales. Dentro de la estación, rojos son los focos LEDs de los modernos torniquetes de vidrio, y lo descarapelado de sus pasamanos también revela este llamativo color. Tampoco podía faltar al fondo del símbolo de la estación Juárez.

 

En la primera banca al noreste del parque, una pareja platica sonriente este martes. Ella tiene pintadas de rojo ocho de las uñas de sus manos. Es el mismo color en el número 911 de emergencias colgado en los postes de luz, el mismo de las bancas metálicas y de parte de las paredes del restaurante Milenarios, así como de los dos pequeños focos sobre su puerta.

 

Rubra coincidencia también hay en la esquina de Pedro Moreno y Marcos Castellanos, las bolas 3 y 15 del billar, las paletas De la Rosa, las salsas y las papas adobadas del puesto de chucherías, y la antigua señal de los sectores tapatíos sobre este puesto donde se lee: 01 M zc 466.

 

Colorados también están los carritos de los boleadores y la palabra machismo en la calca frente a ellos donde dice “el machismo no está de cuarentena”. Los titulares de los periódicos Metro y La Razón, de las revistas Vanidades y Muy Interesante, y apenas una franja en el poste de los cables de alimentación del trolebús.

 

Este parque es rojo, rojo como el concreto donde descansa la placa conmemorativa de 1993, donde se lee: el Gobierno del Estado y el N. Concejo Municipal de Guadalajara remodelaron este Parque de la Revolución con las características principales del diseño original de los ingenieros y arquitectos Juan José y Luis Barragán, noviembre de 1993. Y aunque así se llama —De la Revolución—, aquí en Guadalajara la mayoría lo llamamos por su color.