A veces los eventos desafortunados suelen equilibrarse con los encuentros afortunados. Esta es una de esas historias que podrían haber terminado pésimamente mal, pero que gracias a las buenas acciones de las buenas personas, no fue así. Posdata: muchas veces también las redes sociales sirven para algo más que quejarse o dejar ver lo peor de las personas.
Rebeca Herrejón
Todo iba a ser sencillo: llevas al perro a desparasitar y pasas a la oficina por el teléfono celular al que está a punto de acabársele la pila. En el carro. Con tu hijo de copiloto.
Nadie espera que el vehículo para tan habitual aventura se quede parado en el carril de alta velocidad de López Mateos, justo al salir del paso a desnivel de la antigua Glorieta Colón. Nadie, ni tú.
“Mamá, te dije que le pusieras gasolina”, dice el copiloto sieteañero desde el asiento infantil en la parte trasera.
Revisas el marcador y todo está bien. También la batería, el agua, el aceite que le acabas de revisar, y los frenos. Todo, pero no arranca. Un ciclo de semáforo en lo que intentas dar marcha dos veces, con el fantasma de la ruptura de la banda del tiempo que sucedió hace unos años. “Hoy no, porfa, Anselmo”, piensas.
Después, una camioneta pick up negra y de ella una agente vial, perfectamente peinada con un chongo y su guarura, también mujer.
—¿Qué pasó, todo bien?
—¡Oficial! Es que mi carro no prende y no tengo forma de llamarle a la grúa y…
—Primero necesito que te tranquilices, ¿ok? Vamos a mover el carro.
“¡Por favor!, —le dice a otra conductora— párame el tráfico de allá”. Luego se dirige a mí: “ponlo en neutral y te empujamos”.
Estacionamos el auto en Jesús García y López Mateos, a un lado del Instituto Fray Pedro de Gante. La “oficial” resultó ser Blanca Magaña, Comisaria de la Policía Vial. Me facilitó un teléfono para hablarle al seguro y al taller. Hay ángeles que portan uniforme y traen guaruras.
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Es raro poner nombre a las cosas, supongo que lo haces cuando forman parte de tu vida.
Hace años, la camioneta familiar se ganó el mote de “Anselma”, en honor a la canción de Luis Pérez Meza, que habla de una “chaparrita de mis pesares”. Así era la Aerostar 1993, color café en la que viajábamos de Monterrey a Torreón, y de vez en cuando a la Ciudad de México, Nuevo Laredo y también a Guadalajara.
Hace casi ocho años, cuando iba a comprar el carro, el mecánico me advirtió sobre los Platina, un modelo Nissan hecho con partes de la Renault y que habían sido un tanto complicados, por las constantes descomposturas. En el Buen Fin de 2012 no lo vi mal y lo compré.
Mi “Anselmo” debe acudir a cita con el mecánico cada seis meses; en dos ocasiones ha tenido broncas con la banda del tiempo… y hoy no sé todavía de qué se enfermó.
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Estamos esperando la grúa, pero tengo que avisar en casa, porque el teléfono de contacto que di es el de mamá, así que vamos a la tienda. En pleno 2020 compro una tarjeta de teléfono para llamar a mi mamá y, con unas Prispas, salimos de la tienda rumbo al teléfono de tarjeta de Jesús García y López Mateos.
En la cabina, dejo por un momento mi cartera para marcar, pero el teléfono no sirve; copilotito y yo vamos a un teléfono de monedas, llamamos y nos sentamos a esperar.
La grúa llega, sube el carro y nos lleva al taller en el que siempre arreglan al “Anselmo”.
“Es un huésped frecuente”, dicen en broma. Y lo es.
Pido un taxi para seguir la habitual aventura rumbo al teléfono y… ¿mi cartera? No está en mi bolsa, tampoco en la grúa, menos en el coche. La perdí.
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¿Para qué usan las redes sociales? Para los trending, tips para un posible tema… sólo para pasar el tiempo antes de dormir.
Decido poner un tuit: “Extravié mi cartera hoy en López Mateos y Jesús García; si la hallaste, sólo quiero los documentos”. Acto seguido, por Facebook, Julio González quiere contactar conmigo.
“¿Perdiste una cartera hoy? La encontré. Estoy trabajando en ese cruce. Te la entrego”.
¡Pfff! Entre 3 millones 942 mil 415 personas, él se la encontró y me la entrega íntegra. No le falta nada.
“¡Que Dios te bendiga, Julio, ¡muchísimas gracias! ¡Que te encuentres en la vida gente igual de honesta que tú!”.
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Son las 19:26 horas de un día de descanso cualquiera. Estoy en casa con la perra bañada, el carro en el taller, mi copilotito escogiendo la película para terminar el día, y convencida de que esta ciudad aún no está perdida.
Todo iba a ser sencillo… y lo fue.