Hoy corremos para sudar el estrés que nos ha dejado un enemigo invisible que ya colapsó los pulmones de más de 376 mil personas en el mundo. Zigzagueamos por la calle para mantener la sana distancia recomendada entre personas, eludimos las bolsas de basura que los vecinos dejaron afuera y brincamos los hormigueros.

 

Alejandro Alvarado

Foto: Jenny Hill

 

Corremos para alcanzar el camión; corremos para ir al baño y para desconectar la plancha que olvidamos; corremos porque nos quieren robar la quincena o porque tenemos que cobrarla; corremos tras la guapa o el guapo que nos encanta y otras tantas porque nos asfixian; corremos porque nos corren y otras porque conviene correr; corremos porque la vida se nos escapa o porque va muy lenta. Corremos y damos zancadas en una línea de tiempo caprichosa.

Ahora también corremos del encierro al que nos sometimos frente a la pandemia del coronavirus. Aplico doble nudo a las cintas de los tenis para no detenerme, coloco la correa a mi mascota Macarena y me ajusto el cubrebocas para reducir la posibilidad de contagio y la posibilidad de que un policía me sugiera a la fuerza que lo utilice.

Corremos por la avenida que bordea uno de los pueblos de Tlajomulco que se tragó la mancha urbana de Guadalajara. Es una recta de un kilómetro de desigualdades: contrastan las enormes casas con sistemas de seguridad y los humildes hogares donde usan cortinas como puertas; contrastan también los niños que cosechan en el campo de cultivo y los niños del Colegio Federico García Lorca, al que ingresan los papás en coches bonitos.

Recuerdo las palabras de Salvador Novo cuando conoció al poeta García Lorca en un hotel de Buenos Aires: era medio día, todavía llevaba puesta su pijama a rayas blancas y azules, y brincaba sobre la cama mientras platicaba. También lo imagino temblando frente a las armas de los soldados franquistas, ¿habrá intentado correr y escapar de las balas de la historia?

Forrest Gump empezó a correr cuando un grupo de niños le lanzaba piedras y cuando frenó, décadas después, ya había bailado con Elvis Presley, peleado en la guerra de Vietnam y hasta había convivido con John Lennon; Maradona, en 12 segundos corrió media cancha del Estadio Azteca, burló a seis jugadores, metió el segundo gol a Inglaterra y recuperó la dignidad que una nación creyó perdida en las Islas Malvinas.

Hoy, corremos para sudar el estrés que nos ha dejado un enemigo invisible que ya colapsó los pulmones de más de 376 mil personas en el mundo. Zigzagueamos por la calle para mantener la sana distancia recomendada entre personas, eludimos las bolsas de basura que los vecinos dejaron afuera y brincamos los hormigueros. Aceleramos el paso para evitar a los perros que buscan pleito con Macarena y guardamos la respiración cuando pasamos cerca del río de aguas negras.

Corremos por dignidad y por miedo; corremos para conocer el mundo y para ganarle al de adelante; corremos para que el papalote se eleve y porque un perro nos quiere morder. Entre muchas otras cosas, corremos porque ya valió madres y porque ya chingamos.