Hay algunas cosas tan extraordinarias que suceden casi frente a nuestros ojos, a las que no les ponemos atención porque parecen no tener importancia. Un ejemplo es esta pequeña historia que podría parecer banal, pero que no lo es, en absoluto.

 

Ana Camerina Gaxiola Ochoa

 

No sé qué fue lo que me gustó primero de las mariposas, creo que fueron sus colores. Desde siempre he tenido predilección por esos frágiles insectos. Mi obsesión por las mariposas amarillas nació de Cien años de soledad, por supuesto, y hasta pinté un cuadro sobre ellas.

Una vez leí que hay una especie de mariposa que vive solo un día y me pareció muy trágico y al mismo tiempo muy poético. Hasta la fecha no sé si eso sea cierto, pero reforzó mi gusto por ellas, como una belleza efímera.

También creo que la obsesión viene un poco de familia, porque hace poco menos de dos años mi papá empezó a observar que las mariposas monarca llegaban a una planta de flores amarillas y rojas que crece en los lugares menos predilectos. Por ejemplo: en los pequeños espacios de pasto descuidado de la calle de enfrente. Investigó y un día llegó a decirme que las mariposas gustaban de esa planta porque era venenosa y al parecer es lo único que comen las orugas para volverse venenosas y al convertirse en mariposas estar a salvo de los pájaros y demás depredadores. También es probable que de esa planta hayan obtenido el nombre de “monarca”, ya que es llamada “corona”.

Yo estaba en una época un poco insensible y a pesar de que pensaba que era interesante, no le hice mucho caso, pero mi papá se decidió a aprender más sobre eso y empezó robándose una de las plantas de enfrente para plantarla en el jardín lateral de mi casa, al fondo en un pequeño espacio. En unas semanas ya teníamos orugas devorando toda la planta, pero nunca supimos qué pasaba con ellas después que dejábamos de verlas por el jardín. Entonces como mi papá es un gran aficionado a las plantas, consiguió sacar más brotes y plantarlos en macetas dentro del patio y allí fue cuando sucedió algo inesperado.

Toda la casa se involucró en la observación y cuidado de las orugas que salían cada determinado tiempo, cuando alguna mariposa emocionada dejaba sus huevecillos entre las plantas. Veíamos con atención los pequeños gusanos amarillo fosforescente apenas perceptibles, que a lo largo de dos días ya medían de dos a tres centímetros. Crecían en pequeños periodos de tiempo hasta ser orugas gordas que se iban por el patio buscando el mejor lugar para convertirse en crisálida. El espectáculo de cómo van enroscándose poco a poco y cubriéndose de una película verde translucida era increíble. No sabíamos cuánto tiempo esperar, así que mi hermano investigó y encontró que tardan de una a dos semanas en salir, pero las primeras veces no tuvimos mucha suerte de que las pequeñas crisálidas se abrieran.

Fue decepcionante, pero al poco tiempo el proceso se repitió y esta vez de las diez crisálidas salieron tres mariposas. Entonces aprendimos que al principio no pueden volar y necesitan al sol para fortalecer sus alas. Las dos primeras eligieron un lugar alto para transformarse y en cuanto se sintieron listas volaron, pero la última eligió transformase pegada a una maceta y cayó al suelo cuando se abrió.

Un domingo salí al patio a observar a la mariposa que llevaba un día dando vueltas sin poder volar aun, me distraje y cuando bajé la mirada al piso estaba pegada a un lado de mi zapato, muy cerca. Me quedé inmóvil y la observé por largo tiempo. Mi primo salió, me preguntó que estaba haciendo y le conté que no quería moverme para no incomodar a la mariposa, así que conversamos un rato en lo que se iba. De repente subió por mi zapato y cuando empezó a trepar por mi pantalón reímos de que me estaba confundiendo con un árbol; al llegar a la bragueta me quede muy quieta y mi primo comenzó a grabarla, se veía exhausta y yo no podía creer lo que estaba pasando. De un momento a otro voló.

Estuvo dando vueltas sobre nosotros unos instantes y después se fue.

Entré contándoles a todos con gran emoción que una pequeña mariposa me había elegido para dar su primer vuelo, que se impulsó en mí para poder salir volando a su nueva vida. Me sentí muy afortunada de ser parte de ese pequeño momento de la vida de otro ser vivo y cada que observo el video, vuelvo a emocionarme como si estuviera pasando de nuevo.