Y como en botica, de todo: gente en su necesidad de llevar el pan a casa sale a trabajar; un señor en Tlaquepaque perifonea un producto maravilloso que tiene la solución para el virus; las pobres enfermeras agredidas por atender a los enfermos del coronavirus o por el sólo hecho de traer su uniforme puesto, otros las vitorean; por allá la policía te exhorta a que te pongas el cubrebocas o te agrede si les dicen a ellos que se lo pongan, como aquella enfermera que se atrevió a decirles.
Miguel Mariscal
A comienzos de marzo empezó la incertidumbre en la ciudad: la gasolina al alza y los supermercados abarrotados por las compras de pánico. El papel de baño, jabones y cloros brillaron por su ausencia; el gel antibacterial corrió la misma suerte. “El virus no entra por el culo”, rezaba una máxima popular tratando de hacer entrar en razón a los voraces consumidores.
Antes de que se declarase la cuarentena a causa del coronavirus, las noticias nos revelaban los estragos que estaba causando en el mundo un virus nuevo. Muchos acá decían: anda por allá muy lejos, en China. Pero qué tan lejos puede estar China, Francia o España, si para este mundo globalizado no hay distancias lejanas, más aún con las redes cibernéticas de comunicación.
Para mediados de marzo se declaró la cuarentena en el país. Jalisco se sumó a la contingencia adelantando trincheras días antes que iniciara a nivel nacional. Pronto surgieron preguntas, dudas sobre qué iba a pasar; era una experiencia nueva para todos, la pregunta era si estas medidas eran o no arbitrarias, o incluso exageradas, pero todo era un caldo de preguntas y respuestas.
No faltaron los epidemiólogos de banqueta, las televisoras, los expertos en el tema, los escépticos, los entusiastas y hasta los rebeldes. Todos (justamente) dábamos nuestra opinión como una clara respuesta a la incertidumbre, por no decir a nuestros miedos.
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Las cosas fueron tomando su propia forma: al principio todos veíamos al COVID-19 como cosa lejana y como mecanismo de defensa pensamos (y deseábamos) que no llegara a nosotros, tal vez al conocido de un amigo, pero no a nosotros. Luego sucedió como con los propósitos de año nuevo: querer bajar de peso acudiendo al Gym. Al inicio todo bien, pero después puras fallas, todo relajado.
“A mediados de abril va a ser el punto más alto de los contagios”; eso dijo la autoridad de salud, así que si cumplíamos a pie juntillas lo de “la sana distancia” y “el quédate en casa” los contagios serían menores. Y ahí estamos, estoicos con nuestro cubrebocas, como un injerto trasplantado a la cara, buscando en el mercado los de doble tela para mayor protección y mirando con recelo a los atrevidos que se brincan las reglas y no lo traen.
La televisión bombardeando con sus noticias el comportamiento del coronavirus, a mi esposa estallándole la cabeza por verlo en todas partes y yo con mi escepticismo de: “total, ya que pase lo que pase”.
Y como en botica, de todo: gente en su necesidad de llevar el pan a casa sale a trabajar; un señor en Tlaquepaque perifonea un producto maravilloso que tiene la solución para el virus; las pobres enfermeras agredidas por atender a los enfermos del coronavirus o por el sólo hecho de traer su uniforme puesto, otros las vitorean; por allá la policía te exhorta a que te pongas el cubrebocas o te agrede si les dicen a ellos que se lo pongan, como aquella enfermera que se atrevió a decirles. Y quizá el más grave de todos es la intoxicación de cientos de personas por ingerir alcohol adulterado, tal vez por la escasez de este, y así, infinidad de ejemplos. Todo esto gracias a las noticias de la televisión, la única que está en casa y no sale de ella, y por supuesto a las redes sociales que por un lado te informan y por el otro te mal informan.
También está la otra cara de la moneda: grupos de gente, —incluso colonias enteras— sin los más mínimos cuidados, dignos de un estudio científico, porque sin los debidos cuidados preventivos han llevado su vida como si no pasara nada. Y ahí siguen.
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En medio de esta vorágine tratamos de hacer la vida normal, lo que conocemos por cotidianidad (palabra ahora valorada), para tratar de engañar al encierro; incluso salir de nosotros mismos. Me parece increíble que la ciudad se encuentre paralizada, jamás pensé que dos cosas pudiesen interrumpir la vida ordinaria, no solo de la gente, sino de su economía: la pandemia por un lado y las decisiones del Estado por otro, para mí las dos igual de amenazantes.
El calendario y las agendas en esta cuarentena son instrumentos de segundo plano; toda actividad ha sido la misma desde hace tres meses, los días de la semana se llaman igual, lo mismo un domingo que un miércoles. Ya un cumpleaños raro, ya un aniversario escueto, o un día del niño casi desapercibido, o un 10 de mayo controvertido; en fin, se ha trastocado la normalidad. Volver a ella después de sus impactos se torna difícil, aunque el hombre ha demostrado a través de la historia salir adelante de estas crisis, pero ¿cómo será esta nueva aventura? Ya veremos.
Estamos a finales de mayo, vamos a comenzar la fase cero; según entiendo es la fase progresiva de recuperación. Quiero entender que el pico de la gráfica se va achatando o descendiendo, ¿será cierto?, no lo sé; lo que sí creo que otro mes en confinamiento será el pandemónium para la sociedad y la economía. Me da la impresión que esta fase es semejante a querer levantar un tullido y echarlo andar. Tardará años en hacerlo; a menos que nuestras autoridades tengan el poder de aquel que levantó a Lázaro de los muertos, cosa que dudo mucho.