—Quien solo habla del virus es porque no tiene imaginación para pensar en otra cosa y habla por hablar —nos dijo—. No tengan miedo; solamente no lo llamen.

 

 

Eduardo Jorge González Yáñez

 

Dicen quienes saben que los grupos demográficos de mayor riesgo en esta pandemia son personas con enfermedades crónicas pulmonares, renales, hepáticas o cardiacas, sistema inmunitario deprimido, obesidad grave, diabetes, o personas adultas mayores y quienes viven con ellas. Mi maestro Mauro dice que la enfermedad es, en un principio, pura sugestión y se materializa cuando la conciencia física lo acepta:

 

—La enfermedad ataca, primero, a la cubierta nerviosa, no al cuerpo. Cuando la protección está débil y la mente la acepta, la enfermedad puede entrar —me dijo la última vez que lo vi, el veintitantos de marzo. La propagación del virus apenas comenzaba y con ella, no solo las medidas de confinamiento para contenerlo, sino también el periodo de vacaciones entre un cursito y otro.

 

Nos reunimos a estudiar en su casa, en el 456 de la calle Juan N. Cumplido, grupos de entre diez y doce personas, todos los días a las 7 de la mañana, durante periodos de doce semanas, tres veces por año: doce semanas de clases por cinco de vacaciones, y así desde hace al menos tres décadas. Cada quien tiene un día asignado (yo tengo dos) y, si se está suficientemente interesado, se puede asistir además los sábados, a lo que Mauro llama el servicio. De manera que ese día nos cruzamos los de los jueves con las de los martes y las de los miércoles con los de los viernes, para darle mantenimiento a la casa y encuadernar los libros que el Maestro escribe, traduce o edita.

 

La cosa es que las vacaciones me vinieron como anillo al dedo porque para Mauro, las faltas son un asunto muy serio, y no daba ninguna señal de que fuera a suspender clases por la contingencia sanitaria. En el último día del primer curso del año, nos habló sobre lo que para él era realmente preocupante acerca de la enfermedad que llegaba: una pandemia de pánico, desinformación e inercia, en la que la gente no tiene nada mejor de qué hablar:

 

—Quien solo habla del virus es porque no tiene imaginación para pensar en otra cosa y habla por hablar —nos dijo—. No tengan miedo; solamente no lo llamen.

 

Asentí como quien comprende y me quedé dándole vueltas. Yo sí tenía miedo.

 

—En la creación —explicó— todo responde por su nombre. Si tienes un perro y quieres que venga, lo llamas por su nombre. Y así el virus. Por eso, en Colombia, los sabios de los pueblos indígenas están exhortando a sus comunidades a que deje de nombrar al virus; para no atraerlo.

 

Pero el fin del curso es el fin del curso y el siguiente empezaba hasta el 5 de mayo. En mi inocencia, creí que nos veríamos de nuevo cuando la pandemia hubiera acabado. Ya es 8 de mayo, el virus sigue entre nosotros y esta semana volvimos a reunirnos en su casa.

 

Conocí a Mauro una tarde de 2017. Recién me había graduado de la formación como instructor de Hatha Yoga y mis maestras en Casa Yoga me preguntaron si estaba interesado en seguir estudiando. Dije que sí y me dieron su correo electrónico. “¡Escríbele pronto para que vea que estás interesado” —me dijeron—. Así lo hice y tuve el tino de olvidarme del asunto, hasta que los azares de la casualidad y el desquehaceramiento me llevaron, muchos días después, a revisar mi bandeja de entrada.

 

¡Llevándome la chingada! Salí corriendo de mi casa. El Maestro me había citado para una entrevista ¡para ese mismo día! y tenía una hora para llegar a su casa. No tenía mucha información. A ciencia cierta, solo su domicilio, y por algunas conversaciones que había oído, infería que era una persona mayor. Llegué a tiempo, timbré y me recibió un hombre con temple de bendito y todos los años del mundo.

 

Lo que estudiamos se llama vedanta. En la tradición hindú hay seis escuelas tradicionales antiquísimas y son como hermanas: (en sánscrito) nyaya, vaisesika, samkhya, mimamsa, yoga (no necesariamente la que, en el mundo occidental, todo mundo conoce) y vedanta. Si no explico a detalle de qué trata, es porque, a estas alturas, yo sigo sin tenerlo muy claro; y porque, entre más claro lo tengo, menos lo puedo explicar. A grandes rasgos, la escuela responde a la pregunta de si hay algo que pueda ser considerado como fundamental; un factor invariable en todo lo que aparece: “las formas del mundo pueden ser pura fantasía; los objetos de conocimiento pueden estar sujetos a duda; pero no se puede dudar del mismo que duda” (Shankara, s.VIII a.d.e.).

 

Mauro lo ha estudiado toda su vida y parece ver el mundo de otra manera. Nació en Brasil en noviembre de 1930 y esta semana, a unos meses de cumplir noventa años, volvió a abrir las puertas de su casa para quienes tenemos la disciplina de inquirir.

 

Lo incorpóreo es impasible, fue el tema de la semana. No todo lo que ‘aparece’ debe ser aceptado —nos dijo—. Lo que ‘aparece’ es para el mundo físico, no para uno.

 

En el descanso de la clase de hoy, me tomó por sorpresa mientras tomaba mi típica taza de té verde:

 

—Lalo, ¿para dónde va saliendo de aquí? —me habla de usted.

—A mi casa, ¿necesita algo?

—Un aventón. Voy a Alemania, esquina con Argentina, por la antena de Televisa. ¿Le queda?

 

Entré en pánico porque para mí, el Maestro es un misterio. Terminó la clase y acerqué mi carro a la entrada de la casa para recogerlo. Salió con sus pasos cautelosos de siempre, como si un virus no anduviera suelto, subió al asiento del copiloto y me sacó plática con una naturalidad impertérrita. El viaje fue corto. Aquí a la derecha, aquí a la izquierda, en la antena otra vez a la derecha y oríllese aquí, después de la esquina. Me agradeció mucho, bajó del carro y me dejó sorprendido. ¡Qué privilegio ver a una persona que vive sin miedo!