La autora registra todo lo que sucede en el pueblo en el que pasa la cuarentena: San Cristóbal Zapotitlán, donde parece que nada pasa; y en medio de todo, como nos sucede a la mayoría, la zozobra y la incertidumbre, acompañados de estos días calurosos, hacen más larga la espera.

 

María del Refugio Reynozo Medina

 

Su rostro aparece sobrio, sereno, con una expresión contundente; la situación en el país es ya impostergable. Es nuestra última oportunidad, sentencia.

El subsecretario Hugo López-Gatell encabeza las notas de los diarios, de los portales en internet, es en este país el hombre más seguido en la búsqueda del pulso de la pandemia que sacude al mundo y aunque en su club de fans en Facebook lo coloquen como el James Bond de la salud -entre memes y canciones teñidas de humor- la situación se comienza a poner más tensa cuando recuerdo sus palabras: Es nuestra última oportunidad.

Quedan aún varias semanas de encierro, la espera se extiende y me invade una sensación: El temor al hastío, a que llegue la ansiedad, a enfrentarme a esas tardes secas llenas de sol y polvaredas que levantan la basura y la hacen rodar de una calle a otra, tardes vacías en las que solo se escuche el canto de algún gallo desganado. Temo que eso llegue antes que el propio virus y me angustio.

Hoy en una tarde así de árida vamos al Centro de Salud, mi sobrino pequeño se machucó un dedo con tal intensidad que le ha botado la uña. Caminamos por una de las calles que conducen a la laguna; en el suelo empedrado y terregoso se pueden ver envolturas de frituras tiradas, bolsas de plástico, excremento de perro, de caballo, están los restos de una fogata con una cubeta a medio chamuscar. Avanzamos hasta el malecón, hay un aroma a pescado podrido en el ambiente, los esqueletos de los peces están tirados en la orilla. Encontramos a nuestro paso una enramada sostenida por postes de madera que anuncia: Terraza La cabaña. Caguamas, micheladas, vampiros, cantaritos, cazuelas, cerveza de latón, cuba, refrescos, cocos, chips preparadas.

Al lado un baño portátil y otro más improvisado con láminas de cartón oscuras de poco más de un metro de altura. En el techo, sostenido de un poste, un disco con la marca de Sky anuncia la posibilidad de disfrutar los programas favoritos desde una pantalla.

Por ahora el lugar está vacío, hace varios domingos había un lleno total. Al menos una decena de autos estaban acomodados en fila sobre la orilla de la calle. También estaban unos motociclistas que vinieron de algún lado a buscar el acercamiento social a la orilla de la laguna. Música, bebidas, botanas, era una fiesta en la que quizá pasó desapercibido el color turbio de las aguas y el aroma a pescado descompuesto. La espuma grisácea que flota al lado de los lirios acuáticos también pasó inadvertida para un grupo de chicos que se lanzaban clavados y se sumergían en el agua.

Continuamos nuestra caminata: intercambio un breve diálogo con una mujer sentada debajo de un sauce mirando su celular, hablamos del coronavirus, de la poca importancia que la gente da a las indicaciones oficiales, la terraza llena de gente, el funeral del otro día colmado de dolientes parecía la procesión de la fiesta, me dice.

Continuamos el camino, doblamos en la calle que conduce al Centro de Salud, el Gobierno municipal de Jocotepec ha colgado una gran lona: ¡No son vacaciones! Quédate en casa. Prevención Covid-19 coronavirus. En la orilla de la calle una fila de buganvilias recién plantadas contrasta con el desolador paisaje de un baldío lleno de maleza seca y un montón de basura y escombro.

Llegamos al lugar: una pequeña construcción que dice: Región Sanitaria IV Centro de Salud Sn. Cristóbal Zapotitlán.

A la entrada, al pie de un árbol, hay dos costales de escombro y unas piezas de azulejo blanco entre montones de hojarasca seca. Huele a pintura, dos personas trabajan adentro y en el recibidor está el enfermero que realiza curaciones o servicios muy básicos, pues no hay doctor. En caso de requerirlo se entrega un pase para que acudan a San Pedro Tesistán, la localidad aledaña que sí cuenta con médico.

En el breve camino de ingreso están las pequeñas jardineras que lucen secas, hay envases de refresco vacíos, al lado dos filas de sillas azules de plástico de la “sala de espera” bajo el sol, empolvadas y con marcas de agua que algún día se estancó. Un par de rotafolios tirados, en uno de ellos se alcanza a ver la palabra planificación. Hay otro cartel que fue amarillo, desteñido, que dice: Gobierno Federal salud. En otra de las jardineras dos costales de algo que parece arena, una escoba tirada debajo de las sillas y una manguera conectada de una llave semi enrollada con bastante polvo.

Luego de la curación salimos. Pasamos por la plaza, luce desértica, hay unos vendedores de fruta solitarios sentados al pie de los montoncitos de mangos, papas, jitomates, a la espera de clientes mientras comen algo de sus recipientes de plástico. Al medio día esta plaza arde: de desolación y de sol.

 

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Hoy sería el cumpleaños número ciento tres de mi abuelo si viviera, hace dos meses se fue, rodeado de todos nosotros, sus hijos, nietos y bisnietos. Así, simplemente de cansancio de vivir, solo respiro profundo. Hoy nos reunimos cinco para entonarle las mañanitas y tomarnos un trago en su honor, ahí en su casa, en el pasillo que recorrió tanto sus últimos años, para rezar a cada uno de los santos colgados de la pared. Nos compartimos fotos con los que están lejos, audios y videos para sentir una cercanía que por ahora no es posible.

Me llamó mi prima para invitarme al cumpleaños de Miranda el domingo. “Daré gel y cubrebocas”, me dijo.

En la tarde vamos a caminar, somos tres y si acaso encontramos alguna camioneta por la vereda o dos o tres caminantes más.

A las seis de la tarde que regresamos, los tacos instalados en el crucero del ingreso al pueblo ya están en servicio, huele a cebolla frita, a carne dorada que invita a la mesa, hay una fila de autos estacionados y los comensales ocupan sus asientos; el bullicio sigue.

 

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Otro día más, es jueves. Hoy por la mañana las campanas del templo tocaron a muerte; son clamores: un alma se fue en medio de la contingencia y el altavoz del pueblo anuncia del fallecimiento -por si alguna persona gusta acompañar, llevarán el cuerpo a las cinco-. La gente va, también asisten a rezar el novenario, se sientan en la banqueta y esperan al final para que les inviten un lonche, una fruta picada, una tostada, algo en señal de gratitud y se lo comen ahí. La compañía se mezcla con los sabores, con la algarabía y hasta con las conversaciones salpicadas de humor.

Hoy visité mi escuela. No hay sitio más desolador y sin sentido que una escuela sin niños. Vacía de voces, de gritos. Hay polvo en las mesas, en las plantas; hojas secas rodando por el patio y en la Dirección, el cuaderno de firmas de los maestros en la página del ultimo día que nos vimos: 18 de marzo de 2020. Mientras tanto, el Secretario Esteban Moctezuma anuncia un mes más de aislamiento, cuatro semanas más para poder volver a clases.

Paso mi dedo índice sobre la pantalla del celular para asomarme al mundo: entre las notas de diarios y discursos oficiales aparecen aplicaciones para comprar ropa, joyas, calzado, las últimas tendencias para esta primavera. Vaya cosa tan alejada de la realidad, tan innecesaria. ¿Qué es moda en estos días? ¿Qué es tendencia? Tendencia es el Dr. López-Gatell.