“Así como el coronavirus se presentó en escena, de la misma manera apareció mi terrible dolor de muelas, muy a tino, como dijo el apóstol Pedro de Jesús: “y vendrá como ladrón en la noche”; y así fue: llegó mi dolencia en el momento menos esperado”.

 

Miguel Mariscal

 

El gobierno mexicano implementó tres fases para controlar la epidemia del COVID-19, entre las principales recomendaciones estuvieron: mantener la sana distancia entre las personas, el lavado constante de manos y desinfectar superficies y objetos, el encierro casi total (esperando no llegar al totalitarismo) en casa, y no salir a menos de que sea muy indispensable.

Involuntariamente como el coronavirus se presentó en escena, de la misma manera apareció mi terrible dolor de muelas, muy a tino, como dijo el apóstol Pedro de Jesús: “y vendrá como ladrón en la noche”; y así fue: llegó mi dolencia en el momento menos esperado.

Pronto entré en una disyuntiva: o me aguanto, que es una forma de no “pasa nada, al rato se me pasa”, mentalidad desafortunada de muchos ante la pandemia; o me arriesgo a salir e ir al dentista, una manera más lógica de enfrentar las situaciones adversas. Opté por la segunda. No sin antes recibir de mi esposa recomendaciones, novenas y confesiones y casi la extremaunción.

Ante esa situación de salud se agrega la económica y la psicológica: son fenómenos que por supuesto no vienen solos. Ante esto, también como las autoridades sanitarias, tendré que implementar mis propias fases de control.

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Casi retando de tú a tú a la pandemia, me fui al dentista. Mi dolor era tal que no podía posponer la ida, de hacerlo estarían contados mis días (es un decir). El diagnóstico fue el esperado: dolor por infección. El doctor me hizo la horrorosa endodoncia, y yo para soportar el suplicio como los condenados, pensé en cosas más agradables: algo semejante al encierro por la pandemia, buscar actividades que amortigüen el golpe psicológico que trae esta situación. A fin de cuentas, de los males el menor. Del dentista salí sin dolor, sin un pedazo de mi muela, sin un nervio más en mi cuerpo y por supuesto, sin la misma cantidad de dinero en mi cartera. Como me dijo un amigo: fue un día sin…

El diagnóstico del dentista no fue nada halagüeño. Una muela anterior a la que me hizo la endodoncia estaba demasiado dañada, de milagro nunca te dolió, por lo cual te recomiendo definitivamente sacarla, ya no te sirve, me dijo.

Me regreso a casa con la incertidumbre de volver. Por un lado virus en el ambiente y por el otro mi dolor de muelas, aunque se trata de tener mayor control sobre ambos, los dos siguen ahí escondidos, latentes.

No voy a jugar al héroe y saco mi cita para una segunda consulta.

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Entramos a la fase dos del coronavirus, las calles se ven dignas de un pueblo fantasma. Las noticias anuncian más infecciones y la recomendación de tener mayores cuidados sanitarios. Cada día que pasa mi mujer se pone más nerviosa. Ya ve microbios por todos lados, detiene su paranoia con más cantidades de alcohol (en las manos por supuesto) y hace pasar por toda la casa compresas de desinfectante.

Hay mucha incertidumbre, la misma que tengo en mi segunda cita al dentista, los consultorios tienen mayor propensión a los contagios.  Sé que van a sacarme la muela, y desde antes que lo hagan ya tengo el dolor de la extracción. No iré —pienso— total es peligroso acudir a una cita médica, sin embargo sé que es una justificación y de nuevo regreso al dentista.

Muy a tiempo en el consultorio espero mi turno. Por la paranoia, desde el cristal reviso si el doctor tiene todos los implementos de sanidad (lo que no hice en la primera cita), me consuela pensar (y eso quiero creer) que sabe lo que hace, que su profesionalismo es tal que puedo sentirme confiado.

Empieza la masacre molar, la extracción de muelas es semejante a una corrida de toros: primero te ponen banderillas con la anestesia, después con el instrumental médico te aplican todo tipo de suertes: La Verónica, Chicuelinas, Gaoneras, y otras tantas, hasta que rematan con el estoque; una vez extraída la muela, por su resistencia, es merecedora de un arrastre lento. Aquí concluye mi segunda fase.

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Otro día más de cuarentena. Las medidas de seguridad serán una constante. Pronto estaremos en otra fase de la pandemia, ¿hasta cuándo? es la pregunta habitual que todos nos hacemos. Yo por lo tanto seguiré un poco más con mis penurias dentales (si así lo puedo llamar), sé también que los cuidados se potencializan cuando se asiste al médico en medio de una pandemia, pero existe la esperanza de que pronto se resuelva esta crisis y pase a las estadísticas de la humanidad, como diría Lorenzo Benavides, en la película El Gallo De Oro: “Otra más gallero”, y todos a otra fase más.