Una combinación que pudiera pensarse resultaría explosiva: el padre “Lolo”, popular hace más de un año por su hostia sangrante, y un puñado de estudiantes, al final no pasa de convertirse en algo que va de lo anecdótico a lo aburrido. ¿Qué pasó? Hay que leer la siguiente historia para entender.
Bea Ortiz Wario
Hay misa en el auditorio del instituto. Los alumnos de secundaria y prepa se manifiestan tibiamente a través del rechinar de sus sillas metálicas y un murmullo tan constante que parece difícil de erradicar. Los maestros de este colegio tenemos la obligación tácita de hacer callar a los muchachos, no sólo para que atiendan nuestras clases sino para que empiecen misas. Una vez comenzadas también debemos mantenernos al pie de la regañina para que el silencio continúe en la medida que la adolescencia ahí reunida lo permita.
Todo esto es rutinario, pero el sacerdote no es el de cada viernes primero. Hay una pista que le precede: una lona colgada en el barandal de los escalones que dan al foro donde se improvisa el altar. Es poco probable que los alumnos hayan reparado en ella, por su mala ubicación y peor diseño. Y porque los alumnos están distraídos, intentando continuar sus charlas o con la cabeza llena de pájaros.
De haberla descubierto, habrían leído “El milagro de la eucaristía en la encarnación del amor” y una fecha en cursivas: 24 de julio de 2013. Sobre el fondo color azul oscuro habrían visto la foto que en diarios locales apareció constantemente el verano pasado: una especie de flor metálica con casi una veintena de pétalos angulosos color dorado –el relicario– que en su núcleo guarda una hostia peculiar dado que su color normal, blanquecino, se limita a una pequeña zona al sur. En cambio, la mayor parte exhibe una gama de colores que va del rojo a un café muy oscuro, los colores de una oblea que ha sido impregnada de sangre, al parecer en dos tiempos.
El sacerdote es delgado y moreno, de cabello muy negro. Quizá está por llegar a los 50 años de edad. Al recorrer el pasillo central, cantando fuerte, prodiga energía y mucha seguridad en sí mismo. Ya en el foro/altar se presenta: “¡Buenos días!, soy el padre José Dolores…” y agrega, con media sonrisa de suficiencia: “El padre Lolo”; y guarda silencio unos segundos, como quien se acostumbró a cierta fama y ya espera las reacciones que acarrea su presencia o su mero nombre, tan llevado y traído hace poco más de un año.
Pero acá, salvo algunos maestros muy beatos y yo, que lo he visto en algunos periódicos, nadie lo reconoce. Le sigue la indiferencia adolescente que no es del todo silencio. Algunos alumnos charlan, casi todos se revuelven impacientes en sus sillas, haciéndolas chirriar.
En su momento, las reacciones en torno a la “hostia sangrante” fueron todas menos la indiferencia. Miles de personas abarrotaron dos días seguidos la parroquia de Jardines de la Paz en el oriente de Guadalajara, la parroquia a cargo del Padre Lolo, quien dijo haber recibido instrucciones divinas para descubrir y luego exhibir el supuesto milagro. La exhibición terminó cuando se retiró la hostia por quienes gobiernan en la Iglesia católica, pues debían hacer estudios para verificar o descartar el prodigio. No hay un dictamen público hasta hoy. Un año después, la comunidad se aglomeraba de nuevo en el templo del padre Lolo, ahora para celebrar diversas curaciones que le atribuyen a esa lámina de harina enrojecida. Para ese aniversario el cardenal emérito, Juan Sandoval, hizo declaraciones a título personal, negando el milagro y -por tanto- dejando entrever que el padre Lolo es todo un fraude.
La misa transcurre con normalidad, pero los adolescentes siguen inquietos y los maestros no podemos callarlos y es así que el sacerdote va perdiendo su inicial alegría poco a poco. Ya antes de la homilía se ha tenido que mostrar enfadado en un par de ocasiones, por la poca participación de los jóvenes y mala conducta.
Y viene la prueba de fuego, por la que hemos pasado cada maestro en clase y cada sacerdote en el auditorio; ellos en la homilía y los maestros en las aulas, intentamos obtener la atención de esa multitud juvenil mientras exponemos nuestro tema.
El tema del padre Lolo, a diferencia de lo que yo había imaginado, no es la hostia sangrante, ni siquiera la eucaristía en términos generales. Tras las declaraciones del ex cardenal da la impresión de que el sacerdote no ha recibido ni reconocimiento ni sanción por su milagro o por su fraude; quizá sólo una orden de discreción, lo que explica que siga anunciando la hostia sangrante a donde va a celebrar misa, pero únicamente mediante su lona de pobre diseño.
Comienza con el discurso previsible hacia los jóvenes, mayormente consejos sobre no hacer caso al mundo (“el mundo”, enfatiza, “son los placeres, las redes sociales”) sino a Dios. Más adelante al padre Lolo le salta lo ultra conservador. Empieza con: “¿Quién de ustedes trabaja además de estudiar? Levante la mano”. Nadie. “¿Quién tiene novio o novia? ¿Quiénes quieren casarse algún día?” Lanza varias preguntas por el estilo y se ve que entre la indiferencia y la rebeldía de nuestros adolescentes no le son respondidas según lo previsto, porque se le ha vuelto a subir el enfado. En resumen, concluye ante los jóvenes que para tener novio y para casarse, además de ser muy cercanos a Dios, es indispensable:
- Si se es hombre, tener un trabajo.
- Si se es mujer, saber cocinar.
Pero no al revés. No recomienda a los chicos aprender a cocinar ni dice nada acerca del trabajo femenino. No importa, pues la mayoría de los chicos no lo escuchan a estas alturas; en cambio muchas de las maestras asienten orgullosas, casi le aplauden. A ellas siempre las he imaginado con 3 fogones encendidos desde las 4 de la mañana nomás preparando los desayunos que llevan al trabajo. Quizá si fueran estos maestros todo su público, se habría tocado el tema de la hostia y todo sería un éxito.
Con la misma dinámica termina la misa. Un poco irritado el padre Lolo, felices y más beatos los maestros, aburridos y más inquietos los alumnos. Ellos se van con sus pájaros en la cabeza mientras también se retira la lona que prometía una misa distinta a la de cada viernes primero. Por mí, que nos devuelvan las entradas.