Las historias de inseguridad son cada vez más cotidianas y lo mismo pueden afectar a personas a pie, en auto o -como es el caso- en bicicleta. Y los ladrones utilizan cada vez técnicas más sofisticadas. La siguiente es una historia que le ocurrió a un productor y DJ que en una sola noche y con pocos minutos de diferencia fue asaltado dos veces, si bien la segunda no con violencia.
Por David Izazaga
Esa noche que Omar enfiló sobre su bicicleta al concierto de música electrónica que habría en la Plaza de la Liberación, jamás pasó por su mente que sería asaltado dos veces.
Omar García es productor y DJ, pertenece al sello de música electrónica Digitalique (http://www.digitalique.com), de manera que el personaje de esta crónica tiene nombre, apellido y vida tan real, como la cruda situación de inseguridad que se vive por estos días en Guadalajara.
Omar había revisado con anticipación el programa de conciertos de La Alternativa que el Festival de Mayo presentaría, gratis, en la Plaza de la Liberación. Decidió ir a escuchar a Cubenx. Al terminar -ese lunes 14 de mayo, poco después de las once- pensó en comenzar ya a pedalear rumbo a su casa: vive cerca de la Expo, de manera que el trayecto era algo largo.
Pedalear por las noches no era nuevo para Omar: lo solía hacer frecuentemente en Londres, durante su larga estancia a la que puso fin apenas hace muy poco. Al pasar el parque Revolución, justo antes de atravesar la calle Jesús, Omar percibió un detalle que –en ese momento- no le pareció significativo pero que, horas después, habría de repetirlo en su mente una y otra vez sólo para lamentarse de no haber encendido los focos amarillos de la intuición: una camioneta blanca, de modelo reciente y con vidrios polarizados esperaba sobre la calle y a pesar de haberlo podido hacer, no avanzó, sino dejó que Omar lo hiciera, aún cuando este había esperado a que pasara. En Guadalajara es raro toparse con autos que se rebajen a dar preferencia de paso a los ciclistas.
Omar siguió su camino hasta la Rambla Cataluña, cruzó la plaza del Expiatorio y tomó la calle Libertad, ya no sobre la banqueta, sino ahora sobre la propia calle, pues a esa hora –pensó- no habría tanto tráfico, además su bicicleta estaba equipada con, entre otros aditamentos, una vistosa luz trasera que hacía que los autos lo divisaran cuadras antes.
Fue al llegar a la calle Nuño de Guzmán que, sin saber de dónde -porque ni había escuchado algún ruido, ni observado alguna luz- una camioneta blanca último modelo con vidrios polarizados se le cruzó en su camino: materialmente se le cerró al paso.
Hoy que lo reconstruye en su mente, Omar cree no haberle bastado la fracción de segundo en que pudo quizá haber intentado escapar. De hecho recuerda que sí lo intentó, pero que el pie izquierdo resbaló en el pedal y entonces ya tenía a dos tipos encima, gritándole y amenazándolo. Lo que sucedió después transcurrió en apenas unos segundos, a pesar de que al contarlo, pareciera como si hubieran pasados muchos largos minutos.
“¡No soy yo, me están confundiendo!”
La escena seguramente hubiera llamado la atención, de haberla presenciado alguien: una camioneta blanca con vidrios polarizados y con las luces apagadas circula lentamente sobre la calle Libertad, de oriente a poniente. De repente acelera, sólo para interponerse en el camino de un ciclista que, desconcertado, parece no saber qué hacer. Tres de los cuatro tipos que venían en la caja de la camioneta se bajan y comienzan a golpear, intempestivamente al ciclista y a amenazarlo.
Omar cuenta que lo primero que se le vino a la mente fue que lo estaban confundiendo, fue por eso que comenzó a gritarles, como respuesta a los golpes y amenazas: “¡No soy yo… no soy yo… me están confundiendo!”.
La respuesta fueron más golpes, jaloneos, amenazas y finalmente un botellazo con una caguama vacía en su cabeza. Omar cae y ahora vea sólo los zapatos de los repentinos ladrones, tierra y muchos vidrios. Su bicicleta de más de ocho mil pesos ya está arriba de la camioneta y ahora las amenazas con una botella rota son muy cerca de su cara, para que les dé el celular. No trae (y piensa que ha sido un golpe de buena suerte, quizá el único de la noche, el que no haya cargado con su Iphone, porque se le había acabado la batería). Ahora van por la cartera, Omar se las da, como puede y aún tirado en el suelo, mientras piensa que ahí van sus credenciales, pero nada de dinero.
Pasarán unos segundos, quizá minutos para que Omar logre incorporarse y observar que no hay nadie ya a su alrededor. Una incómoda e inquietante ansiedad se apodera de él y la calle le parece más oscura que otros días. Mientras camina trata de hacer un recuento de lo sucedido y asegurarse de que de verdad no está soñando. Ve pasar algunos autos que lo miran con desconfianza e intenta parar a un par de taxis que no lo quieren llevar seguramente por el aspecto que guarda: asustado, lleno de sudor y tierra. A ciencia cierta no sabe cuánto tiempo pasó. Trata de reconstruir lo sucedido, de armar el rompecabezas y a pesar de que recién ha sucedido, hay partes que no recuerda con exactitud, por ejemplo, si es que quedó unos segundos inconsciente, o el momento en que los ladrones huyeron, pues no recuerda con exactitud haberlos visto irse.
Hay, por el momento, una situación que le hace click de inmediato: la camioneta en donde venían los que lo asaltaron era la misma que, minutos antes se había encontrado por el parque Revolución. Parecía claro que lo habían seguido y que el foco bastante vistoso se su bicicleta les había servido a los hampones para encontrarlo, como si hubiese traído un cascabel al cuello.
Y hay otra situación que no le checa del todo: la lujosa camioneta, la forma de vestir de los ladrones, no parecían dedicarse a ello. Aunque en esta época, por lo visto, hasta aquel hombre trajeado con Armani que te da la mano para ayudarte a levantar, puede estarte quitando el reloj de la muñeca.
Cuando por fin Omar llega a la avenida Chapultepec observa a un par de policías que mantienen muy seguro el camellón de noche y de día. Omar controla un primer impulso de querer acercárseles para contarles, desiste cuando piensa que no tiene ningún dato, ni las placas de la camioneta, ni alguna descripción precisa de los tipos y que no ganaría nada más allá del desahogo.
En Chapultepec y José Guadalupe Zuno logra, por fin, que un taxi lo suba y durante el trayecto le platica al conductor lo que recién le ha ocurrido. Afortunadamente traía en los bolsillos varios billetes que había olvidado poner en la cartera.
Al llegar a su casa, apenas unos minutos después de haberse subido, el segundo robo se había consumado: el taxista le cobró más del doble de la tarifa normal. Omar le pagó sin alegar.
David Izazaga es coordinador de los Talleres de Crónica de la Librería José Luis Martínez del Fondo de Cultura Económica y catador de postres (tiene a los Garibaldis de El Globo, los Cup Cakes de Paulette y al Capricho de Marissa como a sus mejores postres del momento). Es escorpión con ascendente en Libra, no le gusta la sardina, ama el pulpo y, por supuesto, cree que el fin del mundo está siendo anunciado por medio de la multiplicación de los “viene-viene”. Son tantos los amigos y personas cercanas que han sido víctimas de la inseguridad en la ciudad, que teme ser él el próximo.