Es inevitable, para quien ha asistido todos los años a la FIL, no recordar los primeros años en los que las cosas eran tan distintas a las de hoy. En eso se detiene hoy Izazaga e insiste en que si alguien quiere colaborar en esta página de historias -no sólo de la FIL, sino de la ciudad- mande su propuesta a: david.izazaga@gmail.com. Va, pues.
David Izazaga
Ayer que recorrí los diversos pasillos de la Expo Guadalajara con alguien que apenas tiene unos dos o tres años viniendo a la FIL me sentí un anciano cuando le dije: «no, si a ustedes ya les tocó caminar sobre alfombra y piso bonito… Hace 24 años, ¡cuál alfombra, puro piso de cemento crudo y ni un tapetito!
No me creyó tampoco cuando le contaba que hace 22 ó 23 años los salones los armaban con tablaroca y estaban dentro de la misma área de exhibíción y los corajes que hacían Juan José Arreola y Emanuelle Carballo cuando una voz anunciaba algo por el sonido y lograba apagar su perorata, por si alguien pensaba que eso era imposible.
Mucho menos me creyó cuando le platiqué cómo hacíamos los cocteles: poniendo una mesita de esas de melamina ponderosa que había en Los Belenes y que traíamos expresamente para ello (igual que los anaqueles amarillos que contendrían la exhibición de los libros) y ahí poníamos los refrescos familiares que traíamos en bolsas de Gigante. Y sacábamos los vasos desechables… Todo un picnic.
Mi acompañante se me quedaba viendo como yo veía a mi abuela cuando ella me decía cómo es que los frijoles calentados en el microondas no saben igual que en la estufa. O ya de plano, en la fogata.
Hay, pues, en estos 24 años -que no 25- un mundo de diferencia entre la feriecita toda hecha en casa y muy artesanal al mounstro de profesionales que hoy la levantan: desde quien pone las alfombras, te sirve un güiski en la terraza o te quiere revender un boleto en la entrada más barato, hasta quien presenta un libro, pone vallas para que la gente se forme antes de entrar a una presentación -como si estuviera en un banco- o transmite un programa de radio en vivo, in situ.
Dentro de estos cambios, pues, los años nos han traído las nuevas tecnologías. Tomarse la foto con un escritor hace 24 años significaba tener que pedírselo a un fotógrafo del periódico El Informador al que conocías y luego buscarlo para que, una vez que hubiese revelado el rollo, te diera la foto, previa propina. O tener un amigo con mucho dinero que trajera consigo su propia cámara.
Hoy todos traen cámara. O su teléfono. Y basta que alguien saque el primero y dispare, para que luego se vengan en cadena, uno tras otros, todos los demás. Ayer, por ejemplo, en la entrada principal como a las siete de la noche, así de repente, comenzaron a cantar arias y operetas unos que parecían ser gente común y corriente que recorría la Feria. Una especie de flash mob de esos que vemos en Youtube que se hacen en un estación del tren en Alemania o en un mercado en Croacia. Doble espectáculo: el de quienes cantaban -a un lado, enfrente y al otro- La Verbena de la Paloma y los cientos de dispositivos que grababan y tomaban fotos que en un rato ya estaban por todas las redes sociales.
La FIL de hace 24 años es diferente a la de hoy principalmente porque la de hoy, en sólo unos segundos, puede estar en cualquier parte del mundo, con sólo un click.
La sonrisa y el solaz sosiego que tenían quienes ayer disfrutaban de este espectáculo se nos borró a la mayoría cuando una tribu de guaridas nos hizo a un lado para que pudiera pasar por ahí -ancha ella, pues, qué le vamos a hacer- Beatriz Paredes, acompañada del súper licenciado Raúl Padilla.
Termino esta crónica citando a una señora copetona muy simpática que estaba junto a mí y que cuando vio a la señora Paredes, dijo: «si algún día pongo un Sanborns, voy a vestir a mis meseras como Beatriz Paredes».
Cada quién, pues.
(Crónica leída el martes 29 de noviembre en el programa Como en Feria, de Radio Universidad de Guadalajara, conducido por Alfredo Sánchez y Sofía Solórzano)