El autor de esta breve crónica revive los años de la prepa en los que se suspendían las clases bajo cualquier pretexto, la música no paraba y el alcohol circulaba discretamente, dando pie a que ocurrieran cosas extrañas, como la que aquí se cuenta.

Por José Luis Romero

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En la Voca las clases se suspendían un día al inicio del semestre y, otro más, al final. Si era semestre de elecciones para presidente de la prepa, había más días en que las clases terminaban temprano. El sonido comenzaba entre diez y once de la mañana; en días normales las clases eran hasta las doce. Para las bienvenidas ―o despedidas― muchos que no bailaban se quedaban a la fiesta de todos modos.

Las enormes bocinas se colocaban por los pasillos alrededor de alguno de los patios. Entonces, éste se llenaba por quienes querían bailar o por los que sólo se sentaban en las bancas a platicar o ver a los que sí bailaban. No a todos les gustaba la banda, que era lo que más pegaba en aquellas fiestas.

La gente bailaba escuchando “El ranchero chido”, “La flaca”, “Prieta y cucaracha”… Quien estaba a cargo de poner la música ―todavía no le decían dj― buscaba, entre todos sus discos, los de la Banda Machos, la Banda Móvil o Mi Banda el Mexicano; a veces, sólo a veces, se llegaba a poner alguna canción de Laura León.

Jesús era de los que no bailaban, se quedaba a las fiestas con sus amigos viendo si alguna muchacha estaba más buena que otra. Quería ver si alguna le gustaba y, a lo mejor, se animaba a sacarla a bailar. Era difícil lograr el valor necesario por sí mismo y no se podía tomar alcohol en la prepa. Bueno, algunos alumnos de los últimos semestres metían botellas de tequila barato a escondidas para mejorar la fiesta.

Jesús sabía que habría sonido. Por eso, ese día agarró una camisa roja a cuadros en lugar de camiseta, sin usar calcetines se puso los zapatos, se peinó lo mejor que pudo y el toque final eran los lentes Ray-Ban que se había comprado en su último viaje a Estados Unidos. Eran de un modelo nuevo: la forma del cristal, casi cuadrada; el armazón grueso y de color verde nacarado. Esperaba esa vez sí sacar a alguna muchacha a bailar.

(Siempre que iba a Estados Unidos aprovechaba para comprarse lentes nuevos. Los modelos de Ray-Ban eran sus preferidos. Dos o tres veces compró unos parecidos a los que Tom Cruise usó en Top Gun: armazón dorado y delgado como alambre).

No estaba estrenando los lentes en esa fiesta, ya los había llevado a la prepa una vez, o sea, sólo pudo usarlos dos veces. Al no encontrar una chica que le gustara para bailar, se fue a sentar a una banca para platicar con uno de sus amigos. Un tipo pasó enfrente de ellos, con rapidez tiró un zarpazo que rasguñó la nariz de Jesús. Ninguno de los dos reaccionó pronto. Sólo se dieron cuenta que nunca habían visto al que se llevaba los lentes. Tal vez no era estudiante de allí.

Pasado el rato de confusión, la fiesta no fue igual. Jesús se fue. La espera del camión le pareció más larga que de costumbre. Tendría que volver a usar sus otros modelos Ray-Ban; pero no era lo mismo, no eran los verdes nacarados.

Jose Luis Romero Ibarra es Profesor Investigador Asociado, en el CUCEI de la UDG. Doctorado en Ciencias en Física, estudió la secundaria en la Técnica 4 y vivió un buen tiempo en Chile, país al que extrañamente extraña, y al que en realidad nunca se acostumbró del todo. Miembro de la Sociedad Mexicana de Física y ahora miembro de la sociedad de los cronistas compulsivos, arropados tras la deidad de El Huevo Cojo.