Uno de los signos más visibles en la Feria del Libro es el cansancio. Y ante lo mucho que hay que caminar y los pocos -muy pocos- lugares para descansar, la gente se las ingenia, claro, en donde se lo permitan, porque hay partes -como los escalones y las barditas- en las que está prohibido siquiera detenerse.

Por David Izazaga

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Si uno se la va a pasar aquí en la FIL todo el día es conveniente sí dejar el auto en el estacionamiento de la Expo. Duelen los cincuenta pesos, pero es más seguro y más cómodo, me dijo un amigo.

También me contó que ayer por la noche no se acordaba en qué parte había dejado su auto y anduvo como veinte minutos buscándolo. «Mañana me traigo una bolsa de arroz y voy dejando un caminito desde donde lo deje hasta la entrada», me aseguró.

Por más que busqué hoy que llegué, no encontré rastro de arroz en el suelo del estacionamiento ni nada parecido. Lo que sí fue que cuando iba entrando no me dejaron subir a donde todos los días me había estacionado, sino que me mandaron, como a los que en ese momento llegaban también, al sótano. Luego de andar dando vuelta y vuelta sin poder encontrar un lugar, regresé a intentar subir y nada, que un hombrecito me detiene, poniendo su economía corporal (como dirían los reporteros de la fuente policiaca) frente a mi auto.

No creyó en mi palabra cuando le dije que no había ya espacios: sacó su walkie talkie y se puso a gritar: «¡pareja, aquí hay un auto que dice que ya no hay cajones disponibles, cambio, disponibles!».

Escuché que su pareja le contestó algo así como «du du du du shat comije det mie». Acto seguido me conminó a bajar de nuevo, pues ya me tenían asignado el espacio. Y sí, cuando bajé todos los monitos del estacionamiento ya estaban enterados del chisme, porque me marcaron ruta hasta que llegué el extremo más septentrional de la Expo, allá en el último rincón del sótano del estacionamiento, justo donde arrinconan los trapeadorsotes que ya no les sirven y las bancas que quitaron y que si las llevamos al kilo sí alcanzamos a sacar algo.

Pues ahí voy a la zona de exposiciones, pensando que ya no se me hizo tan descabellada la historia de mi amigo que perdió por un momento su auto. De hecho sugiero que deberían prestar un servicio de avalanchas, o carritos de golf, para que quienes nos estacionamos tan lejos lleguemos más rápido y sin cansarnos al hacer ese trayecto. Y es que de por sí, luego de andar para arriba y para abajo, camine y camine, ya por la tarde no aguanta uno la «varis», como dice mi tía.

Por eso mismo yo diría que los organizadores deberían de pensar más en la gente que anda aquí caminando y ofrecerles mejores condiciones para esos momentos en que quiere uno, dijéramos, extender las carnes. Y es que de verdad son pocos los espacios donde se permite que la gente haga una pausa. Pocos e inhóspitos. En las escaleras o barditas, ni acercarse, que como si fuera uno a instalar un puesto de chucherías, llegan luego luego las chicas de «Control de públicos» a decir que no, que no puede nadie sentarse ni apoyarse, ni siquiera pensarlo.

Muy pocas bancas, ocupadas la mayoría, cada vez menos espacios de comida donde pueda uno descansar y la gente termina metiéndose a la presentación del libro sobre mastología bobina no porque le interese, sino porque es la única forma de sentarse a descansar decentemente y agarrar fuerzas para seguirle.

Hay un amigo del que no diré su nombre porque seguro se ofende, que cuando llega la tarde y ya no puede más, se desaparece cerca de media hora, con rumbo a los baños del centro de negocios. Y ahí se queda, dormido en el retrete, hasta que normalmente alguno de sus amigos le marcamos a su celular para decirle que ya van a cerrar la feria.

Por cierto, esos baños del centro de negocios son uno de los mejores sitios de la Expo.

De los lugares más cómodos y los más inhóspitos les contaré mañana.

(Crónica leída en el programa Como en Feria, producido por Radio Universidad de Guadalajara desde la Feria Internacional del Libro, el miércoles 28 de noviembre de 2012)

David Izazaga es coordinador de los Talleres de Crónica de la Librería José Luis Martínez del Fondo de Cultura Económica y catador de postres (tiene a los Garibaldis de El Globo, los Cup Cakes de Paulette y al Capricho de Marissa como a sus mejores postres del momento). Es escorpión con ascendente en Libra, no le gusta la sardina, ama el pulpo y, por supuesto, cree que el fin del mundo está siendo anunciado por medio de la multiplicación de los “viene-viene” en las calles. Cuando le toca bajar del estacionamiento de la parte alta de la Expo se toma antes un dramamine.