Hay personajes que se repiten con cada edición de la FIL: los «ángeles» son un caso. He aquí algo sobre estos seres que, aunque pretenden que les salgan alas, resultan ser más terrenales que cualquier terrenal.

Baja-1[1]

Los ángeles de la FIL no tienen alas, no conocen el cielo y quizá muchos de ellos ni crean en Dios. Y son ángeles por un periodo muy corto luego del cual vuelven a ser lo que eran, seres terrenales: maestros, investigadores, funcionarios universitarios y hasta rectores.

Ángeles se les llama a todas aquellas personas a las que se comisiona para que cuiden, atiendan, estén atentos a los que se le pueda ofrecer a los invitados a la FIL.

De todo esto me platica precisamente un ángel, al que conocí terrenalmente hace algunos años cuando trabajé en la UDG. Ella ahora se encuentra a unos pasos del escritor al que ha acompañado desde ayer y que acompañará hasta el miércoles que regrese a su lugar de origen.

Este ángel que viste pantalón de mezclilla, camisa blanca y saco negro procura sonreír a cada instante que los ojos del escritor al que la han encomendado la buscan entre la gente. El ángel se alerta, realiza un movimiento que la obliga a intentar dar un paso que no da -como el del delantero que pretende, en el área chica, fintar al defensa- momento en el que el escritor, con un fino movimiento de cabeza le da a entender que no, que no necesita nada, que sólo quería estar seguro de que no se había ido, que no había emprendido el vuelo.

Hay muchas historias sobre los ángeles de la FIL, que, por cierto, no son exclusivos de la FIL. Se sabe que también durante el Festival de Cine vuelven a salirles alas, para atender ahora a cineastas y actores.

Por principio de cuentas, nadie o muy pocos saben a ciencia cierta quién y bajo qué criterios se decide qué ángel va a atender a qué escritor. Se especula que en algún búnker en la ciudad se meten las bolitas con los nombres de los ángeles en una gran esfera y las de escritores en otra y que aparece Josep Blater, quien va sacando un bolita de cada esfera para ir formando parejas. Todo esto, claro, bajo la supervisión del interventor de la Secretaría de Gobernación.

En cuanto a las historias fallidas, tórridas, tormentosas y hasta amistosas entre ángeles y escritores, podríamos -cómo no- hasta hacer una novela.

Hay escritores, cuentan, que más bien desdeñan a su ángel. Que desde el principio le advierten que lo suyo es andar libres y se intercambian números de teléfonos celulares y «ahí te hablo si se me ofrece algo». Hay otros, en cambio, que se van al otro extremo: desarrollan una dependencia para con su ángel tal, que no pueden dormir, pensando que no está tras la cabecera de su cama -en el mejor de los casos.

Hay otros que han tenido que ocuparse de la administración de sus medicinas, la ingestión de sus alimentos a sus horas y de, incluso, rascar la espalda del escritor o ir por el café con dos de splenda.

El escritor que atiende mi amiga-ángel se espabila, se quita de en medio a la gente que lo rodea y se acerca para decirle a su ángel, sin que lo escuche nadie más que yo, que se lo lleve de ahí en diez minutos bajo cualquier pretexto, porque se muere de hambre. El ángel, que no tiene voluntad más que la que le confiere el deseo de su escritor, asiente y comienza a despedirse, contándome que no conoce de algún caso en el que un ángel y un escritor hayan trascendido su relación más allá de lo que era o más allá de la FIL. Pero que sí recuerda dos anécdotas. Una en la que luego de una semana el escritor le dijo a su ángel: mañana me voy, ve al cuarto de mi hotel, que te tendré un regalo. El ángel pensó mil cosas, pero el regalo resultaron ser decenas y decenas de libros que le habían regalado al escritor durante la FIL y que no pensaba cargar con ellos de regreso hasta su país de origen.

El otro caso, no alcanzó a contármelo, porque su escritor quería irse ya. Sólo me dijo: «imagínate que hay ángeles que dicen serlo, pero en vez de que escuches el aleteo de sus alas, lo que se oye por las noches son en realidad maullidos».

Y se fue, casi flotando, dos pasos atrás de su escritor.

(Crónica leída en el programa Como en Feria, producido por Radio Universidad de Guadalajara desde la Feria Internacional del Libro, el domingo 25 de noviembre de 2012)

David Izazaga es coordinador de los Talleres de Crónica de la Librería José Luis Martínez del Fondo de Cultura Económica y catador de postres (tiene a los Garibaldis de El Globo, los Cup Cakes de Paulette y al Capricho de Marissa como a sus mejores postres del momento). Es escorpión con ascendente en Libra, no le gusta la sardina, ama el pulpo y, por supuesto, cree que el fin del mundo está siendo anunciado por medio de la multiplicación de los “viene-viene”. Dice que él mejor prefiere seguir terrenal.