Del mítico año de 1994, pasando por personajes como Salinas de Gortari, Ruiz Massieu, «La Paca» y La Osamenta de la finca del Encanto, hasta Vicente Fox, esta crónica relata la visión del autor, sus recuerdos, de aquellos años que tuvieron que ver con elecciones, partidos, decepciones, mudanzas y otras cosas.

 

Por Christian Mendoza

Me acuerdo del 94, de su crisis y de sus elecciones. Me acuerdo de haber volanteado en mi colonia para un mitin de Diego Fernández de Cevallos. Me acuerdo del asesinato de Colosio, de Ruiz Massieu y de Posadas Ocampo. Me acuerdo de cómo las promesas del esclarecimiento de los casos podían leerse en todos los trípticos de los candidatos. Me acuerdo que en el 94 hubo dos candidatas mujeres a la presidencia, una por el Partido del Trabajo y otra por el Partido Socialista. Ese partido desapareció, pero me acuerdo que su logo era de letras fucsias.

Me acuerdo de como en la casa nos golpeó la crisis, mi padre perdió su empleo. Nunca supe bien por qué. Me acuerdo del maletín rosa palo de mi madre, que se volvió vendedora de Mary Kay para generar ingresos en la familia. Me acuerdo que todos los días en la mañana la mayor de mis hermanas asaltaba el maletín donde se guardaban las muestras de maquillajes, sombras, labiales y esmaltes de uñas para arreglarse antes de ir a la escuela.

Me acuerdo de cómo en Jalisco se vanagloriaban de haber “iniciado con el cambio” después del triunfo a la gubernatura de Alberto Cárdenas Jiménez. Me acuerdo que los sábados asistíamos mi hermana menor y yo junto con mi padre a la Glorieta de La Minerva; ahí se reunía un grupo de gente que protestaba por la crisis y por las arcas vacías que -según ellos- había dejado el ex presidente Salinas de Gortari. Creó que mi padre inició el grupo una noche después de llamar a la radio y lanzar la convocatoria al aire.

Me acuerdo del 93, cuando veía en televisión aquellos comerciales que anunciaban la reducción de tres ceros en el valor de la moneda nacional. Especialmente de esos que veía después de volver de la escuela, justo cuando miraba “La Isla de Gilligan”, en una televisión chiquita a blanco y negro. Me acuerdo de los comerciales de “Solidaridad” y en los que Salinas mostraba sus carreteras y hablaba de la entrada de México en la modernidad. Me acuerdo de la Paca y de la osamenta. Siempre he querido que me lean los caracoles.

Me acuerdo que en 1994 mi papá decidió convertirse en militante del PAN. Su primer acto como miembro del partido fue apoyar la campaña del candidato a Diputado por el XV distrito. No me acuerdo de su nombre, pero me acuerdo que una vez hizo un mitin en el Parque de la Liberación, que está a unas calles de la que era mi casa, y prometió que si ganaba iba a volver, para escuchar las demandas de la población. Ganó, pero no volvió nunca. Me acuerdo que un día, mientras mi padre hablaba con él al teléfono, yo le dije: “Dile que prometió regresar y que no lo ha hecho”. No sé si en realidad se lo dijo, pero cuando colgó y le pregunté por la respuesta, él respondió: “Me dijo que era una crítica que iba a tomar muy en cuenta”. Tampoco volvió después de eso. Aprendí entonces que los políticos mienten.

Me acuerdo de mi maestra de cuarto año, que también fue la de tercero. Era una viejecita achacosa que se llamaba Tere. Me quería mucho y yo a ella. Las únicas broncas eran que desde ese entonces yo ya era muy burro para las matemáticas y que cómo ella se enfermaba y faltaba muy seguido, mi mamá siempre abogaba en las juntas y ante la directora por su jubilación. Cuando estaba en cuarto ella nos dejó de tarea ver el informe del Gobernador, por primera vez supe que eso existía. Entregué un reporte muy bonito con forma de tríptico a media carta y le pinté en la portada PAN con marcador azul cielo y un margen del mismo color. El contraste con la hoja blanca lo hacía igualito al logo albiazul característico de la derecha. Me sentí muy orgulloso.

Me acuerdo que a los 11 años dejé Guadalajara para ir a vivir a Puerto Vallarta, algo así como el pursuit of the American Dream, pero dentro del Estado. Cuando llegué era temporada electoral. El ricachón de la región, que había sido Presidente Municipal, competía por un nuevo puesto. No me acuerdo cual. Por cierto, era panista y se jactaba de haber eliminado los cacicazgos del pueblo. Me acuerdo que el vehículo oficial de campaña era un camioncito rojo que tenía un hombre con sombrero de frutas en el techo. Se llamaba “El rumbero”. Me acuerdo que en sus mítines presentaba una obra de teatro pequeñita con una trama simple: Una vendedora de naranjas iba a perder su casa porque le debía dinero al cacique de su pueblo, quien tenía otras diez casas. Al final llegaba un estudiado que le ofrecía ayuda legal y aleccionaba a la gente sobre lo macabro que era el IVA. No me acuerdo por qué.

Me acuerdo que al final de la obra, mientras los actores se despedían, empezaba a sonar un danzón que decía:

“Que devuelvan lo que se robaron,

Quiero que devuelvan los pecados

Y los pesos y centavos.

Que devuelvan lo que se robaron,

Quiero que devuelvan

¡Pero ya!” (*)

Me acuerdo que durante esa campaña se recorrieron muchos municipios. En uno de ellos nos agarró la lluvia y nos cubrimos la cabeza con pósters de plástico. Durante esa lluvia vi salir un rayo de la tierra. No he podido olvidarlo nunca.

Me acuerdo de cuando mi padre abandonó las filas del PAN, transcribí para él su carta de renuncia. Me quedó bien fea y se publicó en el periódico local. Me acuerdo de que sentí mucha vergüenza cuando la vi impresa. No me acuerdo de los motivos que dio en esa carta, pero bien sé que algo tenía que ver con promesas incumplidas. Extra oficialmente pues. Fue antes, mucho antes de que Fox se convirtiera en presidente.

Sí, también me acuerdo de cuando Fox ganó la presidencia, pero eso ya no cuenta porque ya estaba medio sorgatón.

 (*) Años más tarde me volví a encontrar con esa canción. Resulta que es inspiración de una argentina refugiada, rojilla hasta las cachas, que en 2006 se aventó un bolero para el espurio Presidente Calderón, titulado “Por la puerta de atrás”. Ironías de la vida, pues.

Christian Mendoza. Hijo de Terpsícore. Lejos de ser musa se conformaría con ser diva. Lamentablemente, un escritorcillo francés rompió su esperanza: “las divas no limpian cacas”, le aseguró el descastado ¡Oh tragedia! Él ya lo hizo. En la necesidad de menores ambiciones sería para él suficiente con leer -y comprender- la obra completa de Proust, de paso, también la de Octavio Paz. Nada más porque le parece que podrían ayudarle a convertirse en un “escritor” no tan malo.