El autor de esta crónica está completamente seguro de que los tapatíos poseen genéticamente esta predisposición a turbarse cuando van manejando en una glorieta; así se justifica cómo quien va pegado a la misma, quiera de repente -mediante volantazo efectivo- dar vuelta a la derecha, o bien, el que maneja por el carril de la extrema derecha quiera incorporarse a la izquierda y pretendan ambos llevar preferencia de paso, como si condujeran un ferrocarril.

Por David Izazaga

Son las siete y media de la tarde de un día –pongamos martes o miércoles- de mayo. Aún hay suficiente luz del sol que está a punto del ocaso. El calor, que ya no es el mismo de hace un par de horas, aún cae sobre personas y autos que circulan sobre avenida Vallarta. El tráfico es lento, pero fluido: es la hora en la que la mayoría de las personas han salidos de sus trabajos y van ahora a sus casas, al súper, a donde quiera, pero pronto, porque el día se acaba.

Son cuatro los carriles para autos sobre la avenida y cuando cruzan Los Arcos se percibe una leve inquietud entre algunos: quizá se han dado cuenta que no existe la mínima posibilidad de moverse de carril. Así llegan a la línea que les marca que deben detenerse cuando el semáforo se pone en rojo, aunque muchos la pisen o vayan más allá invadiendo el paso de cebra, al cabo por aquí casi no circulan peatones. Son segundos que parecen transcurrir más lento que de costumbre. O es el hambre, o las ganas de llegar, el cansancio acumulado, el ansia o sabrá Dios qué, pero muchos automovilistas quisieran pasarse el alto. Al menos tienen ya el pie en el acelerador (si es que su auto es automático) o el clutch metido y la intención de sacarlo ya (si se trata de autos estándar).

Y entonces avanzan. Y comienzan los problemas. Uno supondría que el auto que va por el carril de la extrema derecha (y no es de “El Yunque”, conste) va a dar vuelta, para tomar López Mateos. Al menos eso pensó el carro que venía a la izquierda de éste y que sí quería dar vuelta, suponiendo que no habría problema, porque era obvio que el de la derecha estaba ahí porque daría vuelta. En sólo cinco segundos luego de que cambió a siga, este tramo a empezado a entrar en caos, pues hay un auto que debería dar vuelta y no lo hace y uno que insiste en tomar su derecha, aún cuando circula por un carril central. Cláxones, mentadas y uno que otro frenón aquí.

Mientras tanto, del otro lado las cosas no están color de rosa: el auto que circula por el extremo izquierdo ha decidido comenzar a “brincarse” carriles a la brava, pues quiere continuar por Vallarta, pero intuye que de seguir ahí, la marea de autos lo llevará hacia López Mateos sur. En esos pocos metros que van desde donde arrancaron al nuevo alto que los detiene en plena glorieta de La Minerva, se han formado una serie de nudos, de invasiones de carriles, de movimientos en falso. Quien no haya seguido con atención el comportamiento de los automovilistas desde atrás, podría preguntarse cómo fue posible llegar a tal caos. Nadie respeta los carriles y ahora sí, la ley de la selva, del más hábil, del que logre arrancar más rápido, del que traiga camionetota con llantas amenazantes o del que se cuele por donde nadie lo esperaba, es la que saldrá victoriosa.

El semáforo sigue en rojo. El calor parece haber aumentado. No hay ningún agente de tránsito a la vista y se han unido al contingente varios minibuses, aunque se supone que ya no debían circular por aquí. Si tuviéramos una cámara en las alturas podríamos fácilmente creer que, con la trayectoria que cada auto tomará -en unos segundos- como autos chocones de la feria, todos irán contra todos.

Llega el verde y con el aceleran los más hábiles y toman rumbos distintos: hacia Vallarta la mayoría, muy pocos hacia Golfo de Cortez. Cláxones que vuelven a sonar por todos lados, insultos que difícilmente saldrán más allá de las cuatro puertas del auto; unos ceden, más a la fuerza que voluntariamente, otros han tomado rumbos que no querían y la mayoría se vuelve a atorar, ahora a la espera de que el alto se ponga en siga y los deje avanzar hacia López Mateos sur o hacia Washington. Y otro nudo. La escena se repite y se repetirá por toda la glorieta todo el día, agudizándose a las horas “pico”. Y el extremo de la agudeza termina en “alcances”, que es como eufemísticamente le llama Tránsito a los choques.

Hay quien piensa que los tapatíos nacemos con un gen que nos impide saber manejar adecuadamente en las glorietas. Y también hay quien no se explica por qué, sabiendo lo complicado que resultan circularlas proliferan no sólo en toda la ciudad, sino hasta en muchos cotos privados y hasta en panteones.

 

David Izazaga es coordinador de los Talleres de Crónica de la Librería José Luis Martínez del Fondo de Cultura Económica y catador de postres (tiene a los Garibaldis de El Globo, los Cup Cakes de Paulette y al Capricho de Marissa como a sus mejores postres del momento). Es escorpión con ascendente en Libra, no le gusta la sardina, ama el pulpo y, por supuesto, cree que el fin del mundo está siendo anunciado por medio de la multiplicación de los “viene-viene”. Evita -hasta donde puede- circular por glorietas.