No podría haber mejor forma de explicar la historia que narra la autora de esta crónica, que como inicia la misma: “Ser fan no es sólo disfrutar de algo o de alguien que nos roba los suspiros, ser fan es llevar al máximo los decibeles de locura por el ídolo en cuestión”. Ya está: a leer.
Priscila Macías
Ser fan no es sólo disfrutar de algo o de alguien que nos roba los suspiros, ser fan es llevar al máximo los decibeles de locura por el ídolo en cuestión; o al menos eso aprendí hace varios años atrás.
Eran tiempos de la simetría, los mechones y los colores, los acampanados de mezclilla y los ‘huesitos’ de la cadera al aire. Pero ella era más clásica, cómoda y sin glamour más allá del maquillaje. Martha era una chica de cuerpo regordete que presumía su corte de cabello arriscando sus rizos para que no le cubrieran más allá de la oreja izquierda, ese castaño siempre tenía una perfecta cobertura con gel de sobrecito.
Sus hombros parecían atraídos al suelo cada que ‘comadreaba’ con alguna de sus amigas, encorvaba hacia adelante la parte baja de la nuca y con movimientos casi mecánicos llevaba sus uñas a los dientes rotos, que como mini sierras carcomían también los ‘cueritos’ al borde de su cutícula. Tenía una sonrisa alzada y cuando miraba el reloj, se le caía en forma de pucheros sinceros.
Habían pasado cuatro horas y apenas eran las 12 del día. Sus tenis de terciopelo rosa parecían cansarle, pero ella continuaba inmutable y ansiosa, cuidando su lugar número tres en la fila. Las chicas del lugar cuatro y cinco se recargaban en los barandales grises, de ladito, agradeciendo -sin decirlo- que ella les diera sombra.
Ya era la una de la tarde, había expectación, sudor y ansiedades. Pancartas improvisadas, lonas con ‘extra diseño’ de colores, tupidas en brillos, frases, firmas y fotografías. Ya la fila se había estirado hasta dar la vuelta por la avenida Alemania, el lugar tres se multiplicó hasta por 61 veces, pero debíamos esperar un par de horas más.
Minutos antes, la fila de feromonas…digo, de adolescentes, parecía hacer una representación de “sombra aquí, sombra allá, maquíllate, maquíllate, un espejo de cristal y mírate, y…” llegó el momento: todas adentro. Bueno, casi todas. Menos de la mitad entró al estudio de televisión, donde se presentarían cinco jóvenes de no más de 1.80 centímetros de alto que con gran flexibilidad bailaban y que, con su voz, eran capaces de mantener a un centenar de mujercitas bajo el sol a cambio de verlos 30 minutos a lo lejos.
Mi hermana, Fany y yo desconocíamos la dinámica del que madruga Dios lo ayuda y decepcionadas caminamos a la parte de atrás para sentarnos en un parque con tintes de estacionamiento. Mientras reflexionábamos llegó un tumulto de féminas, como marcha del sindicato rumbo al Zócalo, gritando consignas de amor y de deseo, pero Martha no era la líder y tampoco resaltaba, sólo iba con pancarta en mano donde eran: ella y él, el que siempre usaba botas.
Su amor platónico estaba ahí frente a ella, pero saludaba a otras, sonreía para los flashes que salían de las cámaras de rollito –de otras–, abrazaba a otras de tacones y ‘huesitos’ fuera de la pretina del pantalón… sus ojos se expandieron hasta donde le permitieron los cuadrados lentes, tomó impulso, corrió sin importarle meter sus tenis de terciopelo rosa al charco que dejó el “viene-viene”, nada era más importante para una fiera que su presa. No faltaba más de un metro para llegar a él y tropezó…Quizá fue una piedra imprudente o el bordecito de la banqueta mal hecha que se le travesó.
Ya nada importaba: cayó. Se desplomó, rendida sin meter las manos…él sólo la miró. Se estremeció la sonrisa del chico de rizos rebeldes y alguna injuria salió de la boca del de brazos fuertes, salté de asombro, pero la levantaron. Temí se le saliera el relleno cremosito por ese raspón y le acerqué su pancarta. Se incorporó con la sonrisa en alto y salió una orden desde un coche negro:
-Vámonos.
Un ambiente fúnebre imperó en el lugar: ellos ya no estaban, él se fue.
Y al final, no importó nada más, ni el tiempo que pasó bajo el sol, ni su pantalón roto, ni el ardor de las marcas de asfalto en su rodilla derecha, porque se eclipsó la tarde y con ella, el corazón de una fan más.
***
P.D. Hace unos meses en las redes sociales me encontré con su perfil, continuó en su lucha: fue presidenta de un club de fans. Se desconoce si sus sentimientos fueran exclusivamente correspondidos.