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Abundan los casos en los que cada vez es más difícil caminar en la ciudad, hace años que en la zona metropolitana de Guadalajara se privilegia al automóvil sobre el peatón. Aquí sólo dos breves estampas de un par de puntos conflictivos en donde pierde quien camina: la glorieta del Álamo (que ya no es glorieta) y la esquina de Constituyentes y 16 de Septiembre.

David Izazaga

 

Sales de la clínica del Seguro Social que está en la glorieta de El Álamo, en la madrugada y gracias al frío, cuando expulsas tu aliento por la boca, logras ver un difuso humo blanco. Del tambo de tamales que está a un lado de donde pasas también emerge humo blanco, vapor que lleva hasta tu nariz el olor a masa de maíz cocida envuelta en hojas de elote.

Necesitas ir hacia la parada del camión que está más adelante, donde inicia la carretera a Chapala y te das cuenta que para ello hay que atravesar la gasolinera que está justo enfrente. Luego tienes que sortear a los autos que salen de haberle puesto combustible a sus vehículos y quieren incorporarse a la carretera y también a los que vienen saliendo de la glorieta y quieren irse arrimando a la derecha pues seguramente van a dar vuelta pronto. O no y simplemente les gusta ir por la derecha. Poco a poco tu camino -ancho antes- se hace cada vez más angosto, hasta que llegas a un punto en que desaparece.

Del lado derecho está la larga fila de autos y camiones que venían circulando por la carretera que viene de Zapotlanejo y que luego se convertirá en la avenida Lázaro Cárdenas y del lado izquierdo los que venían por R. Michel (¿alguien sabe de qué es la “R”?) y que quieren tomar la carretera a Zapotlanejo. Y en medio tú, queriendo que haya una banqueta, un semáforo, unos topes o al menos alguien que se apiade de ti y te dé el paso.

Tienen que pasar casi quince minutos para que encuentres una oportunidad y ¡a correr! Piensas que un anciano nunca lo lograría y ruegas porque si algún día te conviertes en anciano no tengas necesidad de caminar por ahí.

Ya que has cruzado, logras sentirte una especie de Mario Bros región 4. Hay que caminar unos metros por lo angosto de una cuneta llena de tierra que luego se convierte en una banqueta. Te sientes seguro sólo unos segundos, pues aunque estás en lo que podría denominarse técnicamente una banqueta, compruebas que en realidad estás en la parte alta de un puente, que a tu derecha y por debajo pasan como bólidos decenas de autos y que lo único que te protege de no caer ahí es tu buen equilibrio y una bardita de medio metro.

Caminas derechito, sudas a pesar del frío y es inevitable que tu mente reflexione en qué será mejor: morir de una caída y rematado en una carretera por un tráiler cargado con cientos de cajas de leche Lala o arrollado por caminar tan cerca de los autos que están agarrando carrera para subir la cuesta de El Tapatío. Y de repente, ¡se te vuelve a acabar la banquetita! Ahora hay de nuevo una cuneta, que desaparecerá, pues ahora está la incorporación de los autos al retorno hacia la carretera.

Otra vez, a esperar que o alguien se apiade de ti o se distraiga y no acelere lo que debe para que tú puedas correr y logres ponerte a salvo. Ya estás ahora donde nace la cuneta de nuevo, entre graba y pasto seco y te sientes menos mal cuando ves a varios que circulan, igual que tú, pero en sentido contrario. No, no eres el único loco. Es más: no estás loco, sólo quisieras que quienes planean las calles no se les olvidara que existe gente que tiene que caminar por la ciudad, aun cuando parezca que nadie tendría por qué caminar por ahí. La cuneta se hace cada vez más ancha y luego aparece una especie de canalito que seguramente es para que por ahí se vaya el agua de lluvia. Ahora una última prueba para llegar a tu destino: hay que sortear una entrada que está para que los autos que vienen por el centro pasen a la lateral. Cosa de nada.

Por fin has llegado al paradero: parece que termina tu aventura, pero apenas inicia cuando subes al camión con rumbo a tu trabajo.

***

Acabas de salir de la tienda de conveniencia que está en la esquina de 16 de septiembre y Constituyentes. Te paras en la acera poniente: debes cruzar enfrente para tomar el camión que te llevará hacia La Normal. Esperas con calma a que el semáforo se ponga en rojo. Tarda más de lo que pensabas. Llegas a dudar si no se ha trabado o algo así, porque te parecía que en otras ocasiones no habías esperado tanto. Y en eso los autos se detienen, mordiendo las líneas amarillas que se supone son para que los peatones crucen por ahí con toda la seguridad.

Caminas con miedo y al llegar a la mitad debes detenerte, pues los autos que circulan por Constituyentes y dan vuelta para tomar 16 de Septiembre circulan copiosamente y no te permiten continuar. Comienzas a desesperarte cuando ves que la fila no termina y que en eso avanzan todos los camiones que estaban esperando, que vienen de González Gallo y que ávidos quieren tomar ya 16 de Septiembre como si al hacerlo les fueran a dar un premio.

Comienzas a sospechar que estás atrapado, ahí en la mera mitad de la avenida sobre una doble línea amarilla que de poco te servirá cuando el semáforo vuelva al verde y no haya tiempo de cruzar, así que te decides a hacerlo como se pueda, entre los camiones, corriendo y deteniéndote. Llegas a la banqueta exaltado y mientras observas a unas viejitas que están sentadas en el paradero esperando el camión piensas que quizá esta sea la esquina más difícil de cruzar en la ciudad. Es prácticamente imposible hacerlo. El peatón cada vez importa menos.