«Según mi entrenador la elíptica es una máquina de entrenamiento ideal para calentar los músculos quemando bastantes calorías en poco tiempo y que por su efectividad, requiere de un gran esfuerzo para no desmayarte a los primeros 20 minutos en el nivel 3 (y eso que llega hasta el 10)».

Por Alicia Preza

Confieso que no voy con el más mínimo resquicio de gusto. Que el simple hecho de acercarme a aquella escalera blanca hace que me falte la respiración y que las piernitas me tiemblen cual becerro recién salido de su madre. Subo los primeros escalones dándome ánimos mentirosos: ¡vamos, sí puedes, no va a pasar nada, no te va a doler! No funciona, ya sé que sí duele.

Trato de no fijarme en la pared rugosa y vieja que malamente han pintado de un amarillo chillante. Llego al recibidor y una simpática chica de cabello largo y ropa deportiva me saluda. De su sonrisa parece asomarse un decreto macabro que se burla de mí al verme llegar sin ilusiones y salir igual, sin ilusiones, y por si fuera poco, mojada. Le correspondo la sonrisa y camino lentamente a mi primer obstáculo: la elíptica.

Según mi entrenador la elíptica es una máquina de entrenamiento ideal para calentar los músculos quemando bastantes calorías en poco tiempo y que por su efectividad, requiere de un gran esfuerzo para no desmayarte a los primeros 20 minutos en el nivel 3 (y eso que llega hasta el 10).

Mis primeros instantes sobre ella son un martirio, la música ambiental del gimnasio la ha escogido alguien a quien obviamente le fascina el reggaeton, pienso que es la chica de la entrada, pero qué mas dá. Quien sea que la haya escogido no me motiva nada con sus frases tipo: «perrea mami, perrea». Motivación es lo que necesito.

No pasa mucho tiempo cuando el ambiente se torna interesante. Desde la fila de máquinas de cardio se aprecia una vista general del resto del gimnasio; la sección de pesas, la de aeróbicos, la destinada a las torturantes abdominales, entre otros. Sin embargo, los más importantes desde mi perspectiva, y no lo digo porque los tenga enfrente, son los aparatos para hacer espalda. ¡Oh my god!

Valiente llega hasta la zona el buen Carlos. Por si se preguntan cómo es que sé su nombre, ni yo lo sé. Pude haberlo escuchado de boca de alguien o pude haberlo creado en mi imaginación para darle identidad a aquella espalda semidesnuda que me coquetea todas las tardes. Toma la barra metálica por encima de su cabeza, la va jalando hacia abajo hasta quedar sentado en el banquillo y sigue jalando, recargando una y otra vez la barra sobre sus hombros. ¡Qué movimientos, qué músculos, qué espalda!

Al parecer no soy la única disfrutando de la exhibición brutal de fuerza. A mi alrededor, unas cinco chicas dando su mayor esfuerzo en las caminadoras y escaladoras, también se deleitan con el sudor que corre por aquella espina dorsal. Lo sé por la dirección en la que fijan la vista y por los gestos de seducción que se asoman en sus labios.

Carlos ya no es el único, se han unido otros cuantos a ejercitar el pecho, piernas y brazos. Pero ninguno como Carlos que sigue enfocado en su espalda, que jala remos con un peso de 100 kilos y que voltea sensualmente a admirar sus propios brazos cada vez que los flexiona.

Miro el cronómetro de la elíptica, llevo más de 40 minutos encarrerada y no siento mis pies dentro de los incómodos tenis blancos que traigo puestos. Volteo al frente: ¿qué estará haciendo Carlos? Lo he perdido de vista, escaneó el resto de las áreas del salón y lo encuentro hasta el fondo, haciendo flexiones para marcar el abdómen; así no tiene chiste, no lo alcanzo a ver bien.

Creo que ha sido suficiente cardio por hoy. Estoy a punto de parar la máquina cuando aparece, listo para jalar aquella barra metálica, un hombre que no había visto antes, con la espalda más definida y ancha que Carlos, con la playera más apretada que cualquiera de los allí presentes y con el talante de hombre seguro de todos y cada uno de sus cuadritos. Se levanta la playera dejando al descubierto su sombreada y perfecta espalda mientras comienza a tirar de la barra.

Creo que es momento de inventarle un nombre a aquella espalda. Creo también que es momento de poner unos 20 minutos más a la elíptica. ¿Les confieso algo? Creo que le voy agarrando gusto a esto de la ejercitada, a fin de cuentas, un poco de sudor extra no le hace daño a nadie.

 

Alicia Preza nunca había estado más feliz con ella misma. Ahora lo sabe. La juventud es una de esas cosas que sabe se esfumará a su tiempo pero que es un privilegio disfrutarla mientras existe.