¿Qué tal se vive el previo a las vacaciones en un lugar como Ocotlán, cariñosamente bautizado por los estudiantes que van y vienen diario como «Oco city»? Hay estampas verdaderamente memorables: como la del maestro centroamericano que se celebra y canta y canta y canta y la de las Princesas del Bagre, que merecen a la de ya, un monumento. Mientras, aquí está la crónica que las dibuja.
Por Ruth Darnell
Viernes de cuaresma: la Semana santa Asomando la nariz, la escuela está casi vacía, mis compañeros de trabajo están en los desayunos-despedida; me lo imagino porque ya son las 12 y no aparecen. Desde el jueves previo ya se percibían las ansias de los profes, trabajadores y estudiantes de empacar para irse a sus casas, a la despedida, al antro, a sus vacaciones. A mis alumnos -la mayoría fuereños- periodistas incipientes, los noté inquietos, a lo mejor era mi impresión o traslapé mis deseos a ellos; lo cierto es que se percibía una urgencia. ¡Vámonos ya!
Viernes de Dolores, de esos en los que ya no llora la virgen que nos refrescaba con el agua de limón con chía, entre otros sabores. De los diferentes rituales de Cuaresma, mi preferido es la comida, la de la obligada Vigilia, ya no por mandato de la Iglesia sino por el de la costumbre. En León me encontré un par de recetitas: bolitas de pipían hecho en metate para las tortas de camarón y barras de pan dulce para hacer diferentes tipos de capirotada con leche. En Ocotlán, a los bagres: esos están todo el año en las pescaderías de los mercados, en esa alberquita azul donde viven sus últimos días, pescaderías atendidas invariablemente por niñas guapas; contrasta su inocente belleza con la sanguinaria manera que tienen de matar a los pobres bagres: grácilmente toman la red; amablemente te preguntan cuál te gusta más, como si estuvieras comprando una mascota para tu pecera; hábilmente lo sacan y lo colocan en una tabla; repentinamente le dan un cuchillazo en el cuello, te dejan tal impresión que se quitan las ganas de comer ese caldo michi que tanto se te antojó y después de ver la sangre (nunca había visto un pescado con tanta sangre) pues se baja el apetito. Las niñas desaparecen de la escena, salen por la puerta trasera para dejar a su paje, que es el que se encarga de limpiarlo, ellas sólo se encargan de la guillotina: las princesas del bagre sólo matan.
Viernes previo a las vacaciones. Ya por la tarde noche la gente se ve enfiestada, feliz, aunque no salga fuera ¡está de vacaciones! Media Universidad está en La Cava, donde canta ese cuarteto que se ha hecho famoso en la ciudad porque tocan en la tele. Abarrotado de “universitarios” que ahora si sienten que comienza la Cuaresma que llegó hace 20 días. Aparece en la escena el profe jubilado, nicaragüense, que dice que es primo de Sandino y que ha puesto mantas por todo Ocotlán felicitándose a sí mismo por sus 42 años de servicio a la Universidad. Impositivo como sus mantas se para a cantar y a cantar y a cantar y los músicos no saben qué hacer, porque resultó ser su padrino de nombre, el que los bautizó como “Los Académicos”: el maestro pelón lo repite entre canto y canto. Al final se avienta la de El Rey; mejor canción no pudo haber escogido, muy suya, y la gente desesperada -incluyendo a los músicos- se preguntan como yo, “¿qué pedo con este pelón?”. Se van yendo los parroquianos porque el profe los ha cansado con berridos, recita las letras de las canciones cambiadas a su modo. Y lo hace hasta que cierran el lugar.
Fue esta la historia de una vacación anunciada, de la bienvenida a la Cuaresma, de la despedida de Ocotlán, de las benditas vacaciones.
Ruth Darnell ha sido editora, cocinera, maestra, madre… y ahora -a su corta edad- abuela. Tiene el olfato y el gusto ampliamente desarrollados y la intución, como pocas mujeres en este mundo, la ha ayudado a sobrevivir en medio de cualquier adversidad. Muchos la conocen como La Maga y desde hace unos meses cambió su residencia a Ocotlán. Esta es su primera crónica para El Huevo Cojo.