vejez[1]

«Lo bueno es que vienes y se me hace más ligero todo. Me gusta hablar contigo. Eres mi mejor amiga. Si supieras cuánto te quiero, Ale. Si tan sólo lo supieras. Ven, vamos a ver la tele y deja que te abrace, así no me siento tan sola cuando no estás tú.»

Por Alejandra Leyva

Uno

¿Hasta qué edad quieres vivir, mamá Lucha?

¿No sé? Ya no aguanto estar aquí. Por mí me iría ya.

Dos

Ella se cayó. Desde una silla. Su cabeza descendió pausadamente hasta casi llegar a la altura de su cintura. Como si un sueño fortuito la hubiera asaltado. No sabía lo que le sucedía y no lo sabría hasta dentro de tres días, cuando la vista y el mundo, se le volvieran a nublar; dejándola casi tumbada a los pies de la escalera. Hace cinco años que sufre vértigos, pero jamás pensó que le regresarían de una manera tan intensa. Suponiendo que sí, desde que le fue detectado toma todos los días una píldora para desaparecerlos.

Tres

Luz María Millares Flores se ha enamorado solamente una vez en su vida. La han engañado más de tres y por lo menos ha llorado un millón de veces. Gusta tanto de cocinar como de tejer; actividades que ya no puede hacer a causa de la artritis en sus manos. Tiene 80 años. Es del Distrito Federal, pero lleva más de cuatro décadas viviendo en Guadalajara. Y es mi abuela.

¿Por qué lloras, mamá Lucha?

—  Lloro por impotencia, por coraje. Porque ya no puedo hacer nada sola.

Cuatro

La casa donde Luz vive no está bien. La cañería ha comenzado a tomar un hedor putrefacto. El techo verde del baño se mancha con lunares de humedad. La mesa del comedor, que hasta hace unos años fue de lujo, ahora se cae al menor acercamiento. No está por demás decir que los años han menguado también los azulejos del piso, los clósets, la mesa de billar, la rutina, la elección de la despensa y su rostro. Por eso -dicho queda- cada metro de su vida ha comenzado a volverse oscuro. A dominarse por el tiempo y por una enfermedad incurable conocida comúnmente como vejez. 

Cinco

Sus accesorios de plata y oro han sido sustituidos por un mal hecho parche de gasa que todos los días lleva puesto, sobre la cuenca izquierda de su rostro; junto a este le acompañan: una bufanda gris, un tapabocas rosa y unos lentes oscuros que completan su arreglo. «Simplemente he dejado de ser yo. Ya ni el aire me puede dar«, me dice. «La gente me ve feo, como si estuviera apestada«.

Seis

No quiero ir a otro sitio que no sea el restauran de Liverpool– dijo Luz.

¡Pero yo quiero ir a Las Gorditas! — gritó mi papá Pancho.

Entiende que es el único lugar en donde no se siente mal, y donde no se le quedan viendo raro. Se le caen pedazos de comida. ¿No ves que por la parálisis tiene que hacer muchos gestos que para la demás gente no son agradables? Por un momento piensa en ella—, respondió mi papá.

Siete

Han sido días difíciles. Quizás los peores. Cada que te hablo por teléfono es para desahogarme. A veces siento que el mundo se me viene abajo. Mira, ya estoy llorando. ¿No me crees ridícula? ¿En serio? Con tu Papá Pancho me es imposible estar. Sólo grita, se enoja y me pone en ridículo. No cocina, no lava los trastes y no sabe hacer nada. ¡Cómo lo he mal acostumbrado! Lo bueno es que vienes y se me hace más ligero todo. Me gusta hablar contigo. Eres mi mejor amiga. Si supieras cuánto te quiero, Ale. Si tan sólo lo supieras. Ven, vamos a ver la tele y deja que te abrace, así no me siento tan sola cuando no estás tú. Así me siento importante. Así sé que alguien más me quiere de verdad.

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Alejandra Leyva, mejor conocida como @chinos_rizos, es fotógrafa y buscadora de historias. Estudia Periodismo en «Oco city» y gracias a ello consiguió pasar una temporada en Chile. Tiene un blog al que conviene que se den una vuelta: Malpensantías: http://quedateconlaluna.blogspot.mx