Conciliar el sueño es absolutamente placentero. Sin embargo, la aparición del insomnio nos conduce -en esta historia- a través de una búsqueda desesperada. Los recursos no son pocos: la lectura, la poesía, la invocación de dioses antiguos y el New Age.

 

Por: Christian Mendoza

Uno sabe que la cosa está de plano mal cuando ni la prosa de Bolaño ayuda a dormir. El sueño está ausente, no hay remedio. Invocar a Morfeo es una ilusión. Me da pena admitirlo, pero no sé de rituales paganos. En mí acongojada torpeza lo único que se me ocurre es recitar cual jaculatoria estos versos de Pessoa:

«Ven, oh noche, y apágame, ven y ahógame en ti. /Oh seductora del Más Allá, señora del luto infinito. / Sé materna para mí, oh noche tranquila…/Tú, que le quitas lo mundo al mundo, tú que eres la paz».

Pero no. La vela se mantiene ¿Qué podría entender Morfeo de poesía aunque ésta se entone como plegaria? Por lo visto muy poco. Contra el insomnio se está solo, siempre sólo: pues éste no es la ausencia de sueño sino la ausencia de paz. Uno a uno contra los pensamientos, la angustia y la desazón. Uno a uno contra la cama.

Contra la asfixiante agonía de esperar por las pestañas sobre las mejillas, sin sentir otra cosa que la espina hundirse, al igual que todo nuestro ser, en un mullido colchón. Los ojos hacia el techo para atrapar una bocanada de aire fresco capaz de inflar el cuerpo y liberarlo -por lo menos un instante- de esa arenácea sensación hasta que dé inicio el diario ensayo de la muerte.

Un giro, luego otro. Descansar arriba del hombro derecho, luego del izquierdo. Tirarse encima del pecho. Resistirse a la voluntad de la sábana. Arrojar la almohada hasta los límites de la alcoba, después de apelmazarla, entre la nuca y la cabeza, una y otra vez. Incorporarse a medio cuerpo, mirar el reloj… saberse perdido.

Rasparse la pesadez acumulada en los parpados, sabiendo acerca de las cuencas que se acentúan bajo la mirada. Cerrar los ojos. Inhalar. Exhalar. Un ciclo R.E.M. Yoga: las piernas dobladas en «V» invertida. Inhalar. Exhalar. Reclamar el centro de la cama: una flor de lotto. Los brazos en punta. Estirar, estirar, estirar: liberar la tensión en la columna vertebral. Inhalar. Exhalar: metamorfosis de un bostezo salvaje.

Desfallecer en el colchón con los huesos cartilaginosos. Sin deseos, sin voluntad.

Con el cansancio adusto que entreabre la entrada al limbo de la semi inconsciencia. Mientras el cuerpo se enfría y los poros se erizan. Anuncio inminente de la madrugada.

 

Christian Mendoza. Hijo de Terpsícore. Lejos de ser musa se conformaría con ser diva. Lamentablemente, un escritorcillo francés rompió su esperanza: «las divas no limpian cacas», le aseguró el descastado ¡Oh tragedia! Él ya lo hizo. En la necesidad de menores ambiciones sería para él suficiente con leer -y comprender- la obra completa de Proust, de paso, también la de Octavio Paz. Nada más porque le parece que podrían ayudarle a convertirse en un «escritor» no tan malo.