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Luego de vivir durante casi toda su vida a solo unas cuadras de su trabajo, la autora, se ha ido a vivir lejos, muy lejos: tanto que ahora tiene tiempo de leer y escribir en esas más de dos horas que pasa en el camión. ¿Qué se podría hacer en esas horas de tiempo aparentemente muerto? ¿Tejer? Por lo pronto ella hace sus primeros apuntes. Y aquí están.

 

 Mago Rodríguez

 

Día 1.

La alarma no sonó: baño con agua fría, parada del camión erróneo, transportes llenos, tráfico lento, choques, vialidades en remodelación, desorientación que provoco 15 minutos de retraso.

Revelación: El desayuno de moda es el tamal, lectura recomendada: “La Atalaya”. Sí, soy extremadamente despistada.

 

Día 2.

¡Hoy sí llegué en tiempo y forma! Coordinación: dos despertadores con 5 minutos de rango. Parada de transporte correcta, hora indicada. Todo con precisión que envidiarían las mismísimas fuerzas de élite.

Descubrimiento. A las 7:00 am es requisito para abordar el “River”: ojos de desvelo, gel extra firme de preferencia con moco de gorila, kit de maquillaje en el caso de las damas y aroma a Iodex en caballero. Llego con mis fosas nasales despejadas.

Regreso: ruta 186 camión, con el número económico 105, decorado con peluche de pelo largo en color gris  y un par de dados del mismo material que cuelgan del retrovisor. Luz azul neón indispensable. El conductor le da la última bocanada al cigarro, elige un compilado de los mejores años de Guns & Roses y sube el volumen; mira de frente el río artificial entre la Expo Guadalajara y Plaza del Sol, cambia de velocidad, pisa el acelerador y suelta el clutch al momento que advierte:

– ¡No me paro hasta llegar a Plaza del Sol!, para que ni timbren.

El chofer es de complexión delgada, de unos 50 años, viste pantalón de mezclilla azul petróleo y camisa blanca de manga larga, arremangada. El reloj junto a su volante muestra el horario de invierno: es un rebelde y guerrero. Para ser conductor en temporada de lluvias se exige creer que su camión es anfibio o invencible. Por él llegue a casa. ¿De qué otra forma te puedes enfrentar a una inundación? Una perla extra: transitar la caótica ciudad escuchando Guns & Roses a todo volumen… ¡Siiii!

 

Día 3.

-Disculpa que te moleste, pero, ¿puedo tocar tu cabello?

Fue la solicitud de una señora de unos 50 años, acompañada de su sobrina, una joven con 7 meses de embarazo. Caucásicas pero notablemente bronceadas, no por el sol playero, sino por recorrer el camino de su casa, en el Fraccionamiento Buena Vista, a la gasolinera “Las cuatas”, para poder acceder al transporte.

Desean que pronto metan una ruta que pase más cerca del fraccionamiento. En lo que eso llega, esperan que alguien les de “raite” y ahorrase al menos por un día la caminata.

– ¡Mira! ¡Tócalos! Los chinitos se arman solos…

– ¡Ay tía, ya deja a la señora en paz! Discúlpela, es que en la familia todos somos relamidos.

 

Día 4:

El amor intimida, no se quiere mirar, pero igual desearía tener al ser amado a un lado, para hacer más grata la hora y media de camino.

Risitas de complicidad, caricias tiernas, miradas llenas de intención.

Venus y Afrodita se besan tiernamente, los pasajeros con miradas disimuladas se ruborizan.

Ellas bajan tomadas de la mano en la parada de Tlajomulco.

 

Día 5:

Escena 1: Amor protector. Ella sentada a la orilla de su asiento, inclinada hacia adelante y con los brazos entrelazados en él. Él recargado en su totalidad en el respaldo de su asiento y descansando su cabeza en el hombro izquierdo de ella; con sus manos resguarda su “smarfon” blanco, última generación.

Escena 2: Amor de ensueño. Él recargado en el hombro derecho de ella, totalmente entregado a sus sueños lúdicos. Ella descansa su cabeza en la ventana fría; relajada, ojos cerrados y semblante de total tranquilidad. Un impulso lo despierta a él, que se endereza y frota sus ojos mientras ella se despierta y se acomoda en su asiento. Y continúan el recorrido, como los dos extraños que son.

Escena 3: Amor sincero. Sentado ergonómicamente correcto, con ojos cerrados y abrazando su termo negro con café y canela, que a ratos tocan sus labios tiernamente.