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¿A quién no le tocó en algún momento de su educación toparse con alguna de esas maestras que se convertían en el terror de los niños? Porque, estamos de acuerdo en que no todas son así, pero de que las hay, las hay…

Por: Moisés Navarro

Su apariencia era de tipo militar, peor: ella estaba más alta que el militar promedio mexicano. Su rostro duro, sus lentes gruesos, su cabello corto, su expresión de amargura. Estela era su nombre y ese nombre quedó arruinado para muchos, pues recordarán el maltrato sicológico inducido por esa maravillosa maestra de la primaria José María Morelos y Pavón.

Estela es el motivo por el que los niños no quieren ir a la escuela, no importa si llevas bien tu tarea o no. Si la llevas completa, encuentra un error, así esté en tu caligrafía; lo importante es gritar, lo importante es humillarte. Estela llega a su clase y lo primero que hace es revisar el uniforme, y lo hace concienzudamente. Mira las arrugas, el cabello, los zapatos boleados, las uñas, que el pantalón o el vestido no desprendan hilitos. Luego pasa al frente a cada uno de los que incumplen con sus requisitos, no se puede ser buen estudiante si no estás excesivamente aseado. Pasa al frente el de las uñas largas, el de las uñas mugrosas, la greñuda, el del suéter con bolitas. Todos los alumnos deben quitarse los zapatos para que ella revise los calcetines, tiene que estar segura de que estén alineados. No se puede trabajar en un ambiente en el que las calcetas se coloreen de negro o en el que los calcetines tengan roto la parte del talón o se les asome el dedo pulgar del pie.

Todos los quebrantadores de reglas luego de ser exhibidos y de recibir su reprimenda correspondiente serán llevados con la directora, quien los mirará, los jaloneará y les gritará por desaseados; luego les dará un discurso sobre lo maravillosa que es como madre: ella lleva  muchos  años trabajando y nunca -ni por equivocación- descuidó a sus hijos, ellos iban pulcros a la escuela, ella los lavaba con jabón Ace, así no lo hubieran inventado; ella, ella, ella. Las madres de todos esos alumnos no sirven.

Pero ellas no son malvadas, quieren y protegen a los niños, sus niños. Todos esos gritos, toda la exagerada exigencia es para su futuro, para que sean mejores. Por eso gritan en la cara de quien no sabe la fecha  exacta del trascendente Plan de Casa Mata, por eso exhiben a quien se equivoca en la aritmética más elemental, o a quien escribe una C en lugar de una S o una Z.

­­­-Ahora con la nueva ley del ISSSTE nos vamos a tener que retirar-, le comentó angustiada la directora al profesor de música.

-A lo mejor ya es el tiempo maestra, tiempo de descansar, de dejar pasar la estafeta.

-No, no, no. ¿Y todo lo qué he hecho? ¿Quién lo va a continuar bien? Todo se va a echar a perder.

-Bueno quizá esa buena semillita que usted ya plantó, otros puedan hacerla crecer.

-Así no funciona Sergio, no funciona, y lo sabes; otra gente no tiene el mismo interés.

Así se sellaba el discurso condenatorio de los niños de esa primaria. Con la misma directora en funciones nadie iba a cesar a Estela, sólo su afortunada edad avanzada. Pero para que eso sucediera  faltaba mucho, mi hermana aún tendría que enfrentarla.

Karina, nunca fue una mujer dejada. En el rancho de mi abuelo, cuándo tenía ella aproximadamente tres o cuatro años, intentaba servirse agua, pero no podía bajar la boca del garrafón que estaba colocado en una especie de columpio.  Luego de varios intentos, baja la boca del garrafón y derrama el agua; mis tías –una especie de personajes salidos de Jim y el Durazno Gigante- la regañan, ella voltea hacía arriba y responde: “pues ayúdenme cabonas”. El duelo de alumna contra maestra ya estaba puesto, pero Karina no tenía los poderes de Matilda y Estela sí poseía la crueldad de la señorita Tronchatoro.

Karina es morena y Estela desprecia a los morenos: mientras más moreno el niño, más lo desprecia. El neo nazismo lo ejerce ahora una mestiza tan rubia como Alejandra Guzmán. El ritual del desprecio inicia con una mirada que va de arriba abajo y de vuelta a arriba, barrida le dicen a eso. Luego la comparación con quien es más blanco; los morenos son los primeros en quitarse los zapatos, las preguntas difíciles van para ellos y también los jalones de patilla.

Karina intenta quedar bien con ella, lleva los cuadernos limpios, la caligrafía cuidadísima, se pasa horas en las tardes haciendo la tarea, si se equivoca inicia de nuevo, pero nada funciona, Liz es y siempre será mejor que ella. “Aprende de Liz”, “¿De qué te sirve juntarte con Liz si no aprendes nada?”. “Liz, a ver si dejas de juntarte con ésta, nomás te estás perjudicando”.

Karina no va a pasar de 80 en nada, por más que se esfuerce. La estrategia debe ser otra: la obstinación disfrazada de sumisión.

Karina fue sobre llevando el año escolar agachando la cabeza, pero se cansó. Karina le pide un sacapuntas a Liz. Estela escucha y va a la banca de Karina.

-¿Por qué hablas si estoy explicando?-  Pregunta Estela, pero no hay respuesta alguna.

– ¡Te estoy hablando! ¡Contéstame!- Grita la maestra.

Karina se pone roja de coraje, pero contesta nada, Estela la levanta del brazo y la pasa al frente, luego se dirige con Liz.

-¿Qué quería ésta? ¿Por qué están hablando?

-Nomás me pidió un sacapuntas-, Responde Liz con la mirada abajo. Estela vuelve con Karina.

-¿No te he dicho ya, que debes de traer tú, tus cosas? Eh, eh, eh… ¡Contéstameeeee!

Karina mantiene la mirada firme clavada en la pared, tira unas lágrimas, pero no va a moverse, no va a contestar tampoco. No importa que Estela le diga chiqueada, prieta y estúpida para quebrarla, ella no va a hablar y por eso será sancionada con reporte y con una visita a la Dirección, más una semana de recreos en el salón junto con otros alumnos mal portados.

Los otros castigos de Estela incluyen: tarea extra para todo el grupo; quedarse después de la salida hasta las dos de la tarde, día tras día hasta que la madre vaya a hablar con ella; poner al chiquillo en un rincón; limpiar el pizarrón, las butacas, su escritorio o el piso. Pero como más  afecta  es con comentarios sarcásticos dedicados a sus alumnos. “¿Usted es el futuro de México?, mmm… yo mejor me muero antes” “¿Así llegó usted a quinto de primaria?, ¿quién lo pasó? “ ¿Estás seguro que te bañas todos los días? ¿Sí? ¿Por qué no se te quita lo percudido entonces?”

Al siguiente año, Karina no seguiría con ella, aunque el resto del grupo sí, bueno algunos, porque unos prefirieron irse al turno de la tarde y otros padres cambiaron a sus hijos de primaria. Mi papá consiguió cambiarla a ella de salón para que no ganaran del todo.

Mientras tanto Estela no se irá  de ahí a pesar de las quejas acumuladas con su amiga la directora, a pesar de las quejas enviadas a la inútil Mesa Directiva, a pesar de las quejas enviadas a la inspección correspondiente de área. Luego vendría su punto más bajo, por el que tampoco se va a ir. En la prueba Enlace los maestros cambian de grupo porque además de evaluar a los niños, también salen evaluados ellos. Carlos, un maestro joven, va a dar al grupo de Estela. El examen corre con normalidad hasta que escucha a una de las niñas decir:

-¿Te acuerdas cuál era esta?

Entonces detiene la prueba e indaga el motivo de la pregunta. Dos niñas confiesan haber recibido todas las respuestas de la prueba Enlace.

-Sacó a los niños en el recreo y nos quedamos todas las niñas, nos dio las respuestas y dijo que no se las pasáramos a los niños y que nos equivocáramos en algunas para que no se notara tanto en la prueba.

Carlos se enoja, detiene el examen para todos, va y acusa a Estela con la directora; una de las madres de la Mesa Directiva escucha y después corre el chisme. Todo ahí queda, amenazan con levantar denuncias, pero las madres son amedrentadas y se detiene todo. Carlos enferma gravemente en tiempo desafortunado y dura meses en el hospital; al tiempo vuelve, pero ahora calla, ya no hará nada en contra de ella, hacerlo es echarse a los otros profesores encima y a sus amigos del sindicato.

Estela, por su parte, mantiene su puesto como si nada hubiera sucedido, además comenzó a llevar a su marido para que diera la clase de matemáticas y el tipo tiene el mismo carácter explosivo de ella, pero ese no es su peor defecto. Al momento de revisar las tareas le pide a las niñas que se coloquen a un costado de él: con la mano izquierda da vuelta a las páginas y califica, con la mano derecha toma a las niñas de la cintura y su mano baja lentamente hasta las nalgas y se estaciona. Estela está a un lado de él y finge que nada pasa. Una señora le reclama, no sólo esto, sino el trato general que le da a su niño. Estela con su arrogancia habitual responde de la peor manera, la señora se acerca y le pega una cachetada fuerte, bien plantada, una cachetada aplaudida por las otras madres, una cachetada que muchas de ellas quisieron haber dado, una cachetada que aun suena en las mentes de esas señoras y en los niños que presenciaron tan gozosa escena.

Luego de unos tres años, a diferencia de Cuauhtémoc Blanco, a Estela le llega por fin su retiro, al igual que él ya estaba haciendo el ridículo. En la despedida la directora le agradece por tantos años de gran servicio, algunos alumnos la maldicen, otros maldicen su suerte por haberla soportado ese año, otros agradecen porque no les va a tocar clase con ella. Las mamás sonríen, pero ninguna festeja en el evento, le dan un aplauso tímido y Estela tira unas lágrimas de villana de telenovela, aparentemente arrepentida luego de hablar al micrófono y despedirse. A la salida de ese año, afuera de la escuela, las mamás hablan, sonríen, festejan su fortuna, la edad de ella y la ley del ISSSTE. Luego de Estela, la directora también se retirará dentro de un año o dos y nada puede ser mejor para sus hijos que eso.

***

Poco tiempo después de su retiro, en un templo ubicado en la colonia Providencia, Estela está en misa con su marido. Y no sólo están ahí: son los ayudantes del sacerdote en turno. Organizan las lecturas, escuchan atentos la palabra del señor, luego dan las canastas para la limosna a los voluntarios, después ayudan al sacerdote a entregar la ostia. Cristo crucificado les saca el dedo grosero al tiempo que a mí me guiña un ojo. Ellos sin darse cuenta siguen en su tranquilidad habitual, en su concentración espiritual, pidiendo por los niños en el mismo momento en el que el padre lo hace.

 

 

moy

Moisés Navarro un día decidió mejor ser urbanista, en lugar de luchador. Parco, cínico, escribe crónicas y a veces tuitea. Síganlo: @PincheMoy