Hay una legión que se va de la ciudad, principalmente al mar; pero hay otra que se queda y no precisamente en sus casas a guardarse y a rezar: se van a pasear a las plazas de la ciudad, a comprar, a «bobear» o, en el mejor de los casos, a comprar para conjurar a la depresión por no haber salido.

 

Por David Izazaga

¿Qué sería de esas miles y miles de personas que llenan las plazas comerciales de la ciudad estos días Santos si no existieran? (las plazas, of course) ¿Se irían al quiosco de la Plaza de Armas a dar vueltas? No es un chiste: pregúntele usted a su abuelo o al tío más longevo de su familia. Hace años, muchos, tantos como cuarenta o más, la entonces chaviza, los jóvenes, los no tanto y los sí mucho (y alguno que otro casado que se quería hacer pasar por soltero) se iban ahí, al quiosco de la Plaza de Armas y mientras la banda de música tocaba (y aunque no), los hombres deban vueltas hacia un lado y las mujeres hacia el lado contrario. ¿Para qué? Para observar, sonreír: ligar, pues.

Este ritual no ha desaparecido, si acaso ha mutado un poco y, sobre todo, el escenario suele ser otro. Por ejemplo, el camellón de la avenida Chapultepec. Y también el Centro Magno, una plaza comercial que se encuentra en la zona rosa de la ciudad, entre La Minerva y, precisamente, la zona de Chapultepec. Es esta la plaza, digamos, más céntrica de todas las que existen en la zona conurbada y sí, aunque ya no es un lugar de moda, como lo fue hace años, sigue posicionada entre quienes la han adoptado precisamente para ir a ligar, para ir al cine o a comer a alguno de los restaurantes que ahí se encuentran.

Es quizá por su composición física (casi circular) que muchos la han escogido para caminar y caminar y caminar, buscando a alguien que quizá no encuentren. O quizá sí.

Son las diez y media de la mañana, una hora a la que entre semana muy pocos se aventuran a recorrer los pasillos. Los lugares más concurridos son los restaurantes y el café que se encuentra al centro de la plaza, en la planta baja. ¿Qué hace entonces ese hombre joven no mal vestido, de cuerpo atlético, ahí sentado como si algo esperara? Si se lo intentáramos preguntar no diría nada y muy posiblemente huiría de ahí, para evitarse problemas. Pero si, en cambio, lo observamos desde lejos sin que se dé cuenta, veríamos cómo está a la espera de alguna mujer sola que pase (y que –por cierto- podría ser su madre) y a la que intentará hacerle plática, seguirla y muy posiblemente (en al menos nueve de diez casos) fracasar en su intento. Pero habrá alguna que “caiga” porque quiera caer y ya van ambos caminando muy sonrientes hacia el estacionamiento.

Por la tarde las cosas son muy distintas, sobre todo si se trata de semana de vacaciones. Quienes no salieron de la ciudad han escogido esta plaza para venir al cine, pero no sólo para eso, pues si así fuese, la llegada sería en concreto a la hora que hay que estar en la sala y ya. Pero no: centenas de niñas y no tan niñas llegan, generalmente en grupo y comienzan a dar vueltas y vueltas por toda la plaza, ya sea para encontrarse con amigos o con los que se convertirán en amigos. Y se pondrán de acuerdo para entrar al cine. Y muy posiblemente a la salida compren un café (porque se ve bien traer el vasito de Starbucks en la mano, aunque no les guste del todo el café) o una nieve en el nuevo lugar de moda en el que se paga por el peso de lo que uno le ponga: la más cara que se comerá en su vida. ¿Les pondrán balines a las lunetas o qué?

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Y en esta, como en otras plazas, una nueva moda se impone, sin mucha parafernalia, casi en silencio: así como en cualquier terreno baldío, casa abandonada o casi casi donde se pueda, se han levantado casinos por toda la ciudad las plazas no podían ser la excepción. Hay entonces un nuevo flujo de gente que va a la plaza sólo para entrar presuroso al casino a apostar, a comer y a muchas otras cosas. Pero esa es otra crónica.

En esta hay que consignar que quienes acuden y siguen acudiendo fielmente a Plaza del Sol, son quizá los más fieles parroquianos de entre todos los que suelen acudir a las mismas. Plaza del Sol es la más antigua de las plazas no sólo de nuestra ciudad, sino de todo América Latina. Única en su tipo durante años, la plaza tiene el encanto de estar en su mayor parte descubierta, lo que hace sentir a los visitantes que se encuentran, efectivamente, libres. Es, sin duda, la plaza más familiar y la que garantiza a quienes tienen sus negocios ahí que si bien no habrá siempre ventas, al menos circulación de personas sí.

Y el espantar a la soledad, en muchos casos -como en este- suele ser casi suficiente.

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¿Qué sería de esas miles de personas que salen de Plaza Andares estos días con las bolsas cargadas con sus compras si no hubiera otras miles que las atienden, les sirven y que tampoco salieron de vacaciones?

Quizá poco les importe y quizá ni tendría qué importarles. Lo importante es que, con el pretexto de no haberse ido de vacaciones, viene entonces el otro, el fabuloso pretexto de al menos gastar en comprar algo (los zapatos que siempre he querido), aunque sea chiquito (la minifalda que vi en una revista), que al cabo no gasté en vacaciones.

Y hay otra legión que puede verse por estos Días Santos, sobre todo aquí en Andares: la de aquellos turistas que han escuchado hablar de la plaza, una de las más grandes y bonitas de todo el país y que la han puesto entre sus opciones de entretenimiento, junto con Chapala o el centro de la ciudad.

A esta plaza no se viene caminando (la mejor prueba es que ni banquetas hay en gran parte de avenida Patria, cerca de la misma), se viene en auto y si se quiere se le entrega el coche al valet parking. Hasta hace unos meses el estacionamiento no se cobraba, pero el sueño terminó pronto. Algunos de quienes pasean por estos días lucen sus mejores vestuarios. Si hay que elegir a la plaza en la que más variedad de vestuario se ve y en la que más ocasiones se respira mientras se camina tufos de perfumes finos, es en esta.

Existe, aunque usted no lo crea, un grupo de personas que se organizan por el Facebook y que planean lo que llaman la visita de las siete plazas, en estos Días Santos. A saber: Plaza Patria, Plaza del Sol, Plaza Andares, Plaza Galerías, La Gran Plaza, Centro Magno y Plaza México. Si no tuvieron oportunidad de salir de vacaciones se les entiende.

¿Qué sería de quienes pasean y compran en estas plazas si las plazas no existieran? Muy posiblemente ya las estarían inventando.

 

David Izazaga es coordinador de los Talleres de Crónica de la Librería José Luis Martínez del Fondo de Cultura Económica y catador de postres (tiene a los Garibaldis de El Globo, los Cup Cakes de Paulette y al Capricho de Marissa como a sus mejores postres del momento). Es escorpión con ascendente en Libra, no le gusta la sardina, ama el pulpo y, por supuesto, cree que el fin del mundo está siendo anunciado por medio de la multiplicación de los “viene-viene”. Confiesa, además, que le gusta ir a las plazas comerciales entre semana y por las mañanas.